domingo, 19 de agosto de 2007

LA SALA DE ESPERA

El humo del cigarrillo sale de su boca muy pausadamente. Ella lo mira sin ver, con los ojos medio entornados. La cabeza apoyada en el respaldo del sillón. La mano que sostiene el pitillo, caída sobre el brazo del asiento. El tabaco se consume entre sus dedos y el calor tan próximo, es el que le hace reaccionar. Busca un cenicero para apagarlo, aunque la ceniza ya ha caído al suelo. Mira a su alrededor, está sola y apenas se ha dado cuenta, de que han ido pasando todas las personas que con ella, esperaban en la salita. Muy pronto le tocará entrar en el despacho. No entiende, por qué hay que esperar tanto. Son muchos los días, los meses, los..., los tres años casi. Como tengan que seguir esperando aún más , no sabe si podrán soportarlo. Su marido, no quiere apenas hablar del tema y ella..., ella se va hacer polvo los pulmones por tanto fumar, pero no puede evitarlo, es lo único que le calma la impaciencia, la ansiedad. Cuando todo parece que va a llegar a su fin, de nuevo la llaman y allí se encuentra, fumando como un carretero y con el corazón en la garganta. Seguro que cuando hable con esa señora que dentro la espera, vuelve a salir, aún peor que entró. Esta espera es interminable -se decía- ¿y por qué les tenía que tocar a ellos? ¿por qué tenían que ser ellos los que esperaran tanto?. No sabía si merecía la pena, el tiempo pasa y las inquietudes cambian así como los deseos. Lo había comprobado en otras personas que al final, acabaron renunciando. Pero no, a ellos no les pasaría igual, esperarían lo que hubiera que esperar, aunque él le haya dicho que no la acompaña ni una vez más. Por eso no está en la salita con ella. Hoy está más asustada que otras veces. Se encuentra sola y le echa de menos. No puede evitar que los ojos se le llenen de lágrimas.
De pronto, la puerta se abre. Sale una señorita y anuncia que pueden pasar los señores de Osorio. "La directora les está esperando"- dice.
Se limpia las lágrimas con los dedos, cuidando de no estropear el maquillaje.
La directora la recibe con un abrazo. No dice nada, tan solo le entrega una fotografía. En ella, hay dos niños. El más mayorcito tendrá como dos años, otro más pequeñito y acostado en una especie de capacho de mimbre, tendrá como seis meses escasos. Son muy morenitos y tienen rasgos peruanos. Ahora, no le importa estropear el maquillaje. Llora, llora como cualquier madre cuando acaba de dar a luz a su hijo. Su parto ha costado. Ella las estrías las va a llevar en el corazón.
Él, siempre lamentará no haber estado allí, para cogerle la mano con la última contracción. De todas maneras, el embarazo ha merecido la pena. ¡Vaya si ha merecido la pena! -se dice- mientras besa una y otra vez la fotografía.

Nani, Agosto 2008.

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3 comentarios:

  1. Ole esa madre que tengo que vale MILLONESSSSSSSSSSSSS¡¡¡¡¡
    millones de besos, de abrazos, de sonrisas y de risas a carcajada limpia...

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  2. Me ha gustado...

    Puedo decir mucho más... Me ha encantado.

    Sobre cualquier otra cosa, ya te llegará mi correo... Espero

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  3. Sin palabras. Me ha encantado hasta las lágrimas.

    Besos

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