viernes, 3 de agosto de 2007

MI QUERIDO PROFESOR

Ayer tuve el grato placer de saludar a un compañero suyo y por él supe, que otra vez ha estado indispuesto. Esta vez según me dijo, el inconveniente no ha sido tan importante, pero si lo suficiente, para retirarle por un tiempo de su normal actividad. No era mi intención importunarle, ya sabe lo persistente que suelo ser (eso me dijo usted en una ocasión), yo diría que soy “cabezota”, aunque en realidad lo que no me gusta es ese mal sabor de boca que surge, cuando creo que debo hacer algo y que por vanidad, orgullo o incluso a veces rencor, no haya llegado a realizar, pedir disculpas si hubiese que hacerlo, interesarme por alguna persona en concreto, o Dios sabe en este caso, que es lo que debería hacer. He sentido la necesidad en muchas ocasiones, de darle de nuevo las “gracias por todo” y ahora, por distintos motivos, mucho más. Darle las gracias, por los consejos, los contactos, la acogida de mis chicos, la paciencia, la escucha, la complicidad, la lectura y principalmente: “La valoración, la enseñanza (conocí a Pedro Salinas, Luís Rosales, Gloria Fuertes, Claudio Rodríguez, por ejemplo), y la forma callada de hacer que me encontrara y al mismo tiempo, me topara con mi autoestima” ¡No se si fue suficientemente consciente! Por todo ello, siempre tendré una deuda pendiente con “mi querido profesor”. Siento mucho que ocurrieran aquellos malos entendidos en unos días que después, el tiempo ha demostrado, que tanto usted como yo pasábamos por una época un tanto difícil, ¡como dirían nuestros jóvenes allegados, unos largos días, algo “chungos”! Como no se que hacer, y con la esperanza de que pase usted en alguna ocasión por la “LA CASA ENCENDIDA”, esta que también descubrí gracias a usted, aquel día que pidió leyéramos el párrafo (y para ello tuve que leerme toda LA CASA ENCENDIDA de Luís Rosales):" .... y al mirar hacía arriba, vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares las ventanas, - sí, todas las ventanas; Gracias, Señor, la casa está encendida". Cuando terminé aquella lectura, quedé atrapada. Después y más despacio, volví a leerla. En esta ocasión, me contagió su luz y ahora como puede comprobar, como si de un “ocupa” se tratara, me he quedado en ella (con el beneplácito supongo, de D. Luís Rosales). Como le decía, si alguna vez pasa por esta “casa encendida”, como se hace en el argot taurino, quiero levantar mi mano y brindarle el relato que al final de este escrito voy a dejar en su honor. Ha sido un relato seleccionado en el “II certamen de relatos”, convocado por la Editorial Ábaco y editado en la publicación "PEQUEÑOS GRANDES CUENTOS" (la portada se ve al principio). No he ganado. Hubo dos primeros premios, pero he sido seleccionada junto a muchos más concursantes, (todos pertenecientes a distintos países de habla hispana). Esto jamás lo hubiera imaginado esta humilde alumna suya, que gracias a las primeras oportunidades que usted me brindó hace unos años, en aquellos programas que organizó tan excelentemente, pude expresarme, ¿se acuerda cuantas faltas de ortografía tenía?, ¡ya tengo algunas menos! Para terminar y como le decía anteriormente, igual que si fuesen las cinco de la tarde y me encontrara en el centro del coso taurino y usted en la tribuna, le lanzo mi montera (relato) y se lo brindo. Mi esperanza es que esté usted rondando por estas páginas (sería una gran casualidad, pero a veces la vida se compone de grandes casualidades, o "causalidades", incluso provocadas) y sin más dilación, le brindo este toro y espero pueda recoger esta montera (relato) que le lanzo. Ah, los pitones de este toro, son suaves como la seda y van cargados de agradecimientos:
¡“VA POR USTED”!

DE NUEVO EN CASA

Vuelve al pueblo de su niñez. Las calles son las mismas, pero algo ha cambiado. ¿Es el asfalto, la decoración de las fachadas que es más moderna, o es su propia persona? No sabría decir qué, pero algo se percibe distinto, hasta el sol del atardecer que se cuela por las estrechas calles parece haber cambiado. Si, su corazón es más viejo y un poquito más triste, por lo tanto, seguro que su mirada también es distinta. Está llegando a la casa que le vio crecer y se busca una llave de hierro forjado, que guardó en el bolsillo de la americana. La introduce en la cerradura y el olor que percibe tras empujar la puerta, le golpea la cara dando un salto el corazón en el pecho. Sí, huele del mismo modo que entonces. Hay mucho polvo acumulado pero en el sitio de siempre, sigue la cómoda de seis cajones, la percha con el sombrero negro y el bastón del abuelo, la silla de nogal y encima de ella, un viejo periódico. Lo coge y le sacude el polvo, están sus hojas rubias y descoloridas. Se acerca a la ventana, abre el postigo y la luz que penetra de fuera, se fija justo encima del titular que dice: “Hoy 20 de noviembre de 1975, a las 5,25 horas, ha fallecido el general Franco….”, y en el centro de la noticia narrada, la foto ya descolorida, de un señor con cara de primate triste, que parece es el que está dando la información por televisión. Entra en la cocina y deja el periódico sobre la mesa que hay en el centro. El florero aún tiene restos de unas flores que debieron ser hermosas en su día y el cristal, delata el agua seca que sin duda retuvo. La taza de café sigue dentro de la fregadera de loza, esperando que unas manos quiten los pozos resecos y la devuelvan a la vitrina donde se encuentra el resto de la porcelana de la abuela. Todo parece que esté detenido en aquel frío día de noviembre. Decide salir de nuevo al pasillo y empuja la puerta del salón. Huele a polvo viejo, pero aún así y después del tiempo transcurrido, se nota el perfume de la abuela. Descorre la enorme cortina de cretona y abre el postigo derecho. Al volver sobre sus pasos, se paraliza al encontrar algo familiar. Sobre la mesa, está el libro abierto por la página 325. ¡Qué cotidiano es aquel libro y la ilustración de aquella página! Si, es la reproducción de la “Mona Lisa de Leonardo da Vinci”. Era el recuerdo constante que la abuela tenía de su querido esposo. Siempre que le echaba de menos lo abría, lo miraba y decía: “A los pies de este cuadro, allá en el museo, el abuelo me dijo que quería que fuera la madre de sus hijos. ¡Cómo lo añoro, y añoro su buen humor y su sonrisa!" Debió quedar allí encima, el día que tía Lola la encontró casi desfallecida. La llevaron inmediatamente al hospital y desde entonces, no quisieron volver más a casa. 

Le habían enviado la llave a la residencia de estudiantes, porque estaban seguros que él volvería algún día. Si, había tenido tantos momentos dulces entre aquellas paredes. Los primos, los tíos, las vacaciones, las navidades, las escapadas de la residencia para visitar a los abuelos y de paso, ver de nuevo a la tía Lola. Sonríe cuando la recuerda. ¡Cómo llegó a enamorarse de ella! Era preciosa. Había llegado a ser su musa y su inspiración mientras terminaba los estudios, a ser todo para él hasta aquel día que le llegó la carta de mamá, en la que le anunciaba la triste noticia de su fallecimiento: “Hijo - le decía -, había salido a pasear a caballo, con su novio de toda la vida. El potro se desbocó y la dejó tirada al borde de un precipicio. No pudo hacer nada y se despeñó”. Eso había dicho él y todos lo aceptaron. Nunca le había gustado aquel novio y cuando lo encontró en los grandes almacenes de la ciudad, sus miradas se cruzaron y no se la sostuvo. Él siempre intuyó que aquel hombre no supo querer a su amor imposible. Y hoy ha vuelto. Hoy encuentra olores, libros, recuerdos y hasta si se queda quieto, le parece percibir los pasos pausados del abuelo. ¡Cómo se quisieron y cuantos paseos por las alamedas, la rivera, cuántas vivencias y cuantos días felices! Hoy, decide desempolvar todos los recuerdos, sacudir cortinas y alfombras. Ha decidido montar su oficina en la casa de su niñez. Se siente seguro entre estas viejas y familiares paredes. Intuye que todo le va a ir bien en el pueblo que le vio crecer y sabe que a su esposa, no le disgusta compartir su vida en el sitio que le hizo a él tan feliz. Se dirige al despacho del abuelo. Allí siguen los muebles de nogal. La librería repleta de libros donde el comenzó a amar al Quijote, a emocionarse con Neruda o Miguel Hernández, a conocer las aventuras con Julio Verne y…. ¡Madre de Dios!, todavía siguen en el estante que el abuelo le cedió, sus cuentos de aventuras, de “Mortadelo y Filemón”, “El Capitán Trueno” y “El Jabato” y como no, “Los siete”, “Pipi Calzas-largas” y tantos otros. Los acaricia y se siente el niño de siete, diez y doce años. Allí mismo, seguirá colocando los libros que le compre a su pequeño. Allí, seguirá colocando sobre tantos y tantos recuerdos, vivencias nuevas, experiencias, ilusiones y como no, un día tras otro, con el anhelo de que todo sea, la vida que tanto ha deseado en los últimos años. Y al mirar la enorme foto que hay sobre la gran chimenea, nota una dulce caricia en su mejilla y una ráfaga de viento cálido. No sabe como, pero de sus labios salen unas palabras que apenas podría escuchar alguien de estar allí: “Gracias abuelo, gracias por todo tu cariño, tus enseñanzas y por ser quién fuiste. No te preocupes, todo irá bien y se, que podrás disfrutar de todo lo que aquí siga ocurriendo, da muchos besos a la abuela y cuídanos”.

nani, agosto 2007.

Safe Creative #1103028619557

3 comentarios:

  1. El cuento es maravilloso y sólo me queda felicitarte por su publicación (si no ganaste es, obviamente, por un claro favoritismo por parte de los jueces)...

    Sólo una cosa, "se" de saber va con tilde "sé", de otra manera es indicativo o descriptivo... Y creo que te sobran algunas comas.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Mario, estas son las críticas que a mi me gusta. De nuevo gracias y me alegra que te guste el relato. No me ha importado no ganar, pero ver que te publican, eso emociona un poquito, ¡una es de carne y hueso! (a veces demasiada carne, jejejeje)

    ResponderEliminar
  3. Yo he llegado a una conclusión: Tu, mujer, juegas con ventaja. Tu sabes cómo me llamo y te das el lujo de usar mi identidad secreta para referirte a mi y yo tengo que llamarte LCE...

    Me parece injusto

    ResponderEliminar