sábado, 3 de febrero de 2018

FAIZAH


Amondi era una madre de familia que estaba dando a luz dentro de una casa-choza. Después de muchos esfuerzos nace una preciosa niña con el peligro de haber perdido la vida por venir con el cordón umbilical envuelto al cuello. Pasados unos instantes y recuperando el aliento, pide a su marido poner a la niña Faizah que significa “victoriosa”.
Faizah creció con una mirada penetrante y una fuerza casi impensable en una niña tercermundista, alimentada como el resto de sus hermanos de la manera que buenamente podían, trabajando y esforzándose desde que empezó a andar. Más tarde y cuando comenzó a acarrear botijos de agua, era la primera en llegar a los pozos y la primera en volver, incluso ganando en las carreras a sus hermanos y resto de niños de la aldea.
Un día llegaron al poblado un doctor y su enfermera con el fin de vacunar a los bebés, puesto que el año anterior había habido una epidemia y murieron más de un centenar, allí y en los alrededores. Faizah con su mirada intensa y la sonrisa que dejaba ver sus blancos dientes, conquistó a la enfermera y esta le pidió la ayudara a recoger y guardar botes, desechos y algodones en el contenedor. Mientras tanto, le preguntaba qué era lo que hacía normalmente, como ayudaba en casa y que cosas le gustaban. Faizah con esa mirada tan suya le dijo que le gustaba correr como hacen las gacelas, ganar a los niños cuando van a por agua y sentirse como una rama de baobab al viento. La enfermera que volvió con el doctor muchos años, le habló de las carreras de velocidad que se hacían en los países como el suyo, enseñándole una revista deportiva que había llevado  y pidiéndole que nunca dejara de correr, que se entrenara y que al siguiente año cuando volvieran, le llevaría documentación para que tuviera más información al respecto. Faizah se sintió muy feliz y entusiasmada con las palabras de su amiga, no dejando de entrenar como ella le había pedido y no dejándose ganar por sus hermanos y niños de la aldea.
Poco a poco consiguió tener más conocimiento y año tras año, fue sabiendo más de las categorías y todo lo relacionado con lo que a ella tanto le gustaba y le apasionaba, pensando que algún día lo conseguiría, ¡estaba segura!
Sabía que de su tierra era difícil salir, pero se entrenaba a conciencia y cada día mejoraba sus marcas. Pasado el tiempo la enfermera le llevó cronómetros y utensilios para comprobar sus resultados e incluso, para medir sus pulsaciones y sus latidos, ya que le informó que si se esforzaba más de lo que su cuerpo pudiera resistir, le podría perjudicar en vez de beneficiarle.
Llegado este momento su preocupación fueron sus padres y la manera de convencerles para que la dejaran marchar, aunque sabía que con su persuasión podría conseguirlo, ellos eran distintos y entendían que había otro mundo fuera que le podía proporcionar alguna oportunidad.
Sus padres nunca le hicieron daño cuando era pequeña como al resto de las niñas. Su baba nunca dejó que las mujeres de la aldea utilizaran una cuchilla con ella, sino que la que tenían en casa solo la usaron para rasurar la poca barba que tenía él o sus hermanos. En su casa-choza, siempre hubo cariño y mucho respeto, eran muy humildes pero se querían y se ayudaban siempre que era necesario, compartiendo lo poco que tenían. Y eso siempre lo guardó en su corazón y supo agradecer los beneficios que obtuvo, se sabía distinta al resto de niñas en todos los sentidos.
Un día mientras entrenaba al caer la tarde, observó a unos hombres como sacaban a escondidas al pequeño Chiumbo de su casa-choza y lo introducían en un coche, donde había una mujer blanca que lo apretó contra ella. Chiumbo era un niño muy bonito que había nacido unos meses antes. Desde su escondite pudo observar como los padres fueron atados para que no pudieran defenderse ni luchar por su hijo.
Aquel día y en ese preciso instante, Faizah comprendió que había llegado el momento de conseguir su primer trofeo. El automóvil se había puesto en marcha y ella corrió tras él a discreción, pero sin perderlo de vista. Cuando llegaron a un pequeño oasis cerca de los pozos donde todos los días iba a recoger el agua, se ocultó entre unos matojos y espero a que bajaran. Todos fueron a refrescarse mientras dejaban a Chiumbo dormido en los asientos. Con el sigilo de la culebra, se deslizó dentro del coche por el lado que había quedado abierto, cogió al pequeño y comenzó su primera y gran carrera con el niño apretado a su pecho.
Cuando lo entregó a los padres supo que su primer trofeo lo había conseguido, no era de oro, plata o bronce, sino tan grande como la luna que los miraba allá arriba y a la que daba las gracias mientras descansaba.
Desde entonces supo que las competiciones las ganaría y que confiando en su esfuerzo, quizá llegaría a participar en alguna olimpiada.
Cuando cumplió quince años logró acompañar a su amiga enfermera y allí comenzaron los entrenamientos en equipo.  Pasado un tiempo, obtuvo la primera medalla de las muchas que llegaron después. Con toda ilusión la mandó a casa para que su familia pudiera tenerla tan cerca como ella los llevaba a todos en su corazón.

Nani. Febrero 2018


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