De
pequeña quería ser sirena. Quizá influenciada por los comics que compraba en el
puesto de aquel señor que no podía hablar, a causa de una traqueotomía y se ganaba
la vida con los sobres sorpresa que comprábamos los críos, las pipas y caramelos,
chicles y todo tipo de chucherías, canicas, cromos y hasta cigarrillos a
granel.
Después
descubrí que los cantos de sirena, los usaban para atrapar a los pescadores y
que eran posesivas y en cierto modo, una especie de brujas marinas. Entonces
decidí que ya no quería ser sirena.
Más tarde, comencé a verme reflejada en los escaparates y en la sombra que
hacían mis coletas, cuando volvía saltando del colegio y deseé dejar de tener
coletas y parecerme a las actrices de moda, pero no lo conseguía, aunque me
dejara el pelo sobre los hombros, sin elásticos que sujetaran mi pelo y me pintara
sombras con las ceras de colores. A veces, me parecía más a un payaso que a la
diva que conquistaba al galán bien peinado y que rompía el corazón a las
chicas.
Cuando
me di cuenta que tampoco quería parecerme a las chicas protagonistas, porque o
eran un poco ingenuas o se lo hacían y al final eran engañadas, decidí que
quería ser persona, solo eso.
Y
me costó ser lo que hoy soy, que no sé si se llama persona o animal. Pero lo
que estoy segura es que no soy ni diva, ni protagonista y menos que nada,
sirena.
Nani.
Diciembre 2022