miércoles, 29 de abril de 2009

LA CLARIDAD


Caminó hacía aquel lugar que tanto le atraía.

Camino solo pensando ver la luz y cuando llegó, ya le estaban quitando la venda de los ojos. Entonces se dio cuenta que su sueño se había hecho realidad, que la claridad era impresionante y aquella luz inmensa y solo suya.

Y lo primero que vio fueron sus ojos. Entonces los suyos se derramaron de puro agradecimiento y amor.


Siento no actualizar como quisiera, os pido disculpas y una poquita de paciencia. ¡Muchísimas gracias!


Nani, Abril 2009.

miércoles, 15 de abril de 2009

PROGRAMA DOBLE EN "EL PARQUE CINEMA"

Para tí SUSANA, que un día me isinuaste en un comentario, que te apetecía saber como eran esos programas dobles.

Pues sí, de la mano de mi hermano Jose (porque es el mayor) y al cuidado a mi vez de mi hermano Lito y después de mi hermana Mary, los domingos de dos y media a tres de la tarde, después de darnos nuestra madre un bocadillito de calamares fritos, con diez reales (por cabeza) en el bolsillo del mayor, nos dirigíamos al programa doble que daba el cine “Parque Cinema” y allí con toda la chiquillería del pueblo, jaleábamos al valiente de la película, insultábamos al malo o llorábamos a moco tendido, con las desgracias del pobre Joselito, Marisol o el prota de turno.

A veces, además de los diez reales por cabeza, conseguíamos una monedilla extra, y podíamos comer pipas de girasol o palomitas cuando instalaron a la entrada una máquina de aquellas que solo con el aroma, el jugo gástrico del estómago se alborotaba.

Y en aquellos programas dobles, disfruté de los actores de la “Metro-Goldwyn-Mayer” de la época de mi niñez, donde como anteriormente comentaba, aplaudíamos al valiente cuando llegaba a tiempo de rescatar a su amada o al pobre maltratado de turno, llorábamos con las penurias (del o de la) protagonista o cantábamos al compás de Joselito, Marisol o Rocío Dúrcal. Creíamos ser el pillastre que acompañaba las diabluras del pirata del parche y la pata de palo o soñábamos ser el que conquistaba algún territorio o descubría alguna isla perdida en los océanos más lejano. Y no era suficiente todo eso, sino que a veces fumábamos la pipa de la paz junto a “Pluma Roja”, galopábamos a pelo en el caballo de “Toro Salvaje”, vestíamos las chicas, alguna prenda de búfalo y llegábamos a calzar unos mocasines de aquellos que llevaban las chicas en las pelis de indios (como les solíamos llamar). Después supe que no eran ellos los malos, sino que los españoles y resto de europeos, fuimos los que llegamos a arrasar los países americanos y que no eran los indios los malos y los de uniforme los buenos, sino todo lo contrario, pero bueno, eso daría para otra conversación muy, pero que muy distinta.

A lo que iba, era a contar como era un domingo cualquiera en mi casa.

Por supuesto empezaba con la rompa limpia y más nueva, para ir a misa. Después si hacía buen día, una mañana en el parque si no había que ayudar en casa y más tarde, el bocacillito que antes decía nos daba mi madre, para que nos sirviera de tentempié, mientras disfrutábamos de ese programa doble de cine y en casa, nuestra madre llevaba aquella dura jornada de domingo en el bar que nos daba de comer.

Era una manera de quitar de debajo de los fogones a cuatro criaturas que lo único que hacían era reclamar la atención de una madre abnegada, que tenía las más duras jornadas en esos horarios. Los días de semana estaba el colegio, pero los domingos los parroquianos salían a tomar el aperitivo del domingo después de misa de doce y la cosa se ponía, como para tener a cuatro niños alrededor entre fogones, sartenes llenas de aceite ardiendo y ollas llenas de guisotes.

Y luego cuando volvíamos a las cinco y media o seis de la tarde, allí nos esperaba mamá con el arroz de los domingos, todos hambrientos y que deglutíamos con avidez. Era un arroz caldoso, hecho a base de despojos de gallina, bien aviados y limpios que sabían a gloria. Era el arroz caldoso más rico que nunca he comido, ni comeré. Era el arroz que el domingo mi madre hacía con todo el cariño del mundo, pero que para llegar a terminarlo, debía quitarnos de una posible quemadura en aquella minúscula cocina, donde todo era correr y la mejor forma de hacerlo, era enviarnos a aquel programa doble de los domingos que los niños del pueblo disfrutamos como nunca ninguno de esta época podrá imaginar. ¡Claro que supongo que eso lo pienso así, porque eran mis domingos!


Nani. Abril 2009.