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miércoles, 8 de enero de 2025

SU MAGESTAD

 


Imagen subida de la red


Con los pies descalzos paseo por la playa y de vez en cuando me inclino para recoger una concha que pasa a formar parte de la colección que se amontona en la cesta que agarro con la mano. La brisa me golpea el rostro y el pelo revolotea igual que una mariposa alrededor de mi cráneo. No pienso en nada, solo siento. Disfruto de las olas que golpean mis tobillos, de la sensación que cada paso produce en mis pies al hundirse en la arena mojada y de los últimos rayos de sol que rozan mi piel. Empieza a inclinarse la tarde y se acerca el momento que espero y que culminará el día. La puesta de sol ya se asoma encima del tranquilo océano y sin pensarlo un momento, me siento en la cálida arena que me abriga y me da la fuerza para mantenerme quieta y contemplar la estampa que tengo delante. Una nube se posa a la derecha del rojo sol contagiando sus tonos dorados/rojizos, tal que si se avergonzara al ocultar parte de tan majestuosa belleza.

Poco a poco y avanzando el ocaso, el sol se abraza al océano permitiendo que este acune al rey del día y puedo percibir la nana que le canta, cuando las olas van y vienen de forma delicada, para que la cuna le relaje y duerma con la misma delicadeza que le despierta mañana tras mañana.

Cuando ya decido volver a casa porque la luz se ha perdido casi totalmente, me levanto y vuelvo recordando el momento vivido.

En el camino a casa, presiento que alguien me está siguiendo. No me atrevo a dar la vuelta y observar, pero me detengo un segundo para escuchar mejor.  Los pasos que me persiguen no los escucho y apresuro mi caminar. El corazón quiere subirse a mi garganta y salir por la boca, mis sienes pretenden estallar y empiezo a sudar de manera exagerada. Al llegar a la altura del bar de Paco, entro y pido un refresco. Ahora si me permito mirar a la puerta por donde he entrado. Nadie entra tras de mí, ni pasa de largo. Intento serenarme cuando siento que alguien a mi espalda toca mi hombro. El grito que sale de mi boca, desplaza las miradas de los parroquianos sentados en las mesas, hacía mi persona. Me vuelvo y mi primo Julián me dice: Marta, me ha costado cogerte, qué prisa llevabas o ¿es que te has asustado? Lo siento si ha sido así, pero nunca creí que tú, la chica valiente de la pandilla, la pelirroja que no amilanaba ni al gamberro más gamberro, pudiera asustarse de buenas a primeras o ¿es que ya no eres la misma?

─No Julián, ya no soy esa chica ─le respondo─. ¿Por dónde has entrado? ¿Esto qué es, una venganza de cuando éramos niños? Ya soy una mujer y por desgracia ahora no vamos tan seguras por ciertos sitios. Cuánto me gustaría ser la Pipicazalargas como me apodasteis. Ya no solemos estar seguras las mujeres. Y para colmo, hay a quienes les gustan fomentar ese miedo. Por muy valientes que seamos e independientes, esa desazón se cuela sin darnos cuenta por los poros y llega a los huesos.

Nani, enero 2025

lunes, 2 de septiembre de 2024

DE VOCACIÓN, LECTOR


Imagen subida de la red

La biblioteca de mi ciudad es muy bonita, un poco antigua pero preciosa. De todas maneras, lo que más me gusta de ella es pasearme por entre los estantes cargados de libros y que desde pequeño disfrutaba pasando mis dedos por los lomos, mientras leía el título y el nombre del autor, imaginando las historias encerradas en sus hojas, el suspense o la información histórica o de otra índole. Siempre pensaba que ese u otro libro podría sorprenderme, ayudarme, o hacer que viajara a un lugar remoto en el que podía tener una aventura inolvidable. A veces cogía algún libro que la bibliotecaria me hacía devolver a su lugar de origen, ya que decía que aún no era apto para mi edad y yo, con cierto enojo lo dejaba y buscaba primero en la zona infantil, después en la juvenil y como ahora, en cualquier zona; ya no hay impedimento para recoger un tomo y me lo beba por decir algo. La biblioteca me ha aportado de todo. Historias, aventuras, enseñanza, etc., pero nada como aquella vez rozando la adolescencia y mirando los estantes como tenía por costumbre, vi una puerta abierta que casi no creí existiera hasta aquel momento, por estar siempre cerrada a cal y canto. Aquel día asomé primero la nariz con cierto temor, luego me atreví con la cabeza entera y más tarde, como no vi que existiera impedimento, me adentré con precaución y una vez dentro, mis ojos comenzaron a abrirse más y más y mis dedos tocaron inmensos volúmenes que deberían tener siglos de antigüedad. Sobre una mesa enorme de madera, había un libro abierto que debía medir cada página aproximadamente 30 x 50 cm o eso me pareció en aquel momento. No me atreví a tocarlo porque había escuchado decir, que aquellos libros había que tratarlos con delicadeza, pasar sus hojas con guantes de algodón y tratarlos como las joyas que eran, pero no me resistí a leer aquellas letras escritas a pluma, con estilo tan seductor y que tan solo había visto en las películas. Se trataba de la biografía de un legendario personaje de la edad media, llamado Averroes, y cuando más entusiasmado estaba leyendo con parsimonia y embeleso el vocabulario y caligrafía, la luz se apagó y escuché como al fondo la puerta se cerraba y pasaban la llave para que quedara el reciento totalmente clausurado. Al principio me inquieté y casi grité, pero más tarde me alegré de no haberlo hecho. No me preocupé en un principio pensando que pronto volverían a abrir y entonces podría salir. Hurgué en el bolsillo de mi pantalón y efectivamente, llevaba el llavero que me habían regalado el pasado cumpleaños mis padrinos. Se trataba de una pequeña linterna que me hizo mucha ilusión en su momento, y que usaba bajo las mantas cuando en casa me decían que había que apagar la luz porque había llegado la hora del descanso. Me alegré pensando que hacía tan solo dos días que le había cambiado la pila y la encendí. A la luz de tan pequeño instrumento, todo se veía inmenso y casi sentí un poco de miedo, pero volví a enfocar el grandioso ejemplar objeto de mi encierro, continuando con su lectura. Observé que los guantes estaban cerca del libro y sobre la mesa, me los coloqué y como si estuviera haciendo lo más importante de mi existencia, continué leyendo aquella interesante historia del gran filósofo, galeno, astrónomo, teólogo y numerosas cosas más. Cuando estaba más entusiasmado, escuché un estruendo que me dejó paralizado sin saber que hacer. Por inercia apagué la linterna, pero empezó a darme pavor y volví a encenderla. Pasado el primer momento conseguí moverme, enfoqué hacía el lugar del ruido y me dirigí al mismo. Comencé a desplazar la luz sin conseguir ver nada extraño, hasta que algo nada normal me convenció que debía ser lo que había producido la alarma. Me encaramé como pude, escalando una de las estanterías cercanas y allí estaba la muy malvada. Se trataba de una enorme caja que se había deslizado de un estante más alto y que se había quedado en volandas apoyada ligeramente en otro estante más bajo y que de no haber sido sujetada por mí en el momento oportuno, habría caído estrepitosamente contra el suelo, haciendo que todos aquellos documentos y carpetas se hubieran estrellado contra las baldosas, con el consiguiente destrozo y desorden. Todo aquello debió haber ocasionado mucho alboroto. De pronto me vi allí encaramado y sujetando el objeto, observado por la bibliotecaria y su ayudante escoba en mano y yo, sin saber que decir. Al final, pude explicar toda mi aventura y la reprimenda que esperaba, se convirtió en agradecimiento. Si la caja se hubiera estrellado contra el suelo, muchos de los documentos que aún estaban pendientes de ser registrados y ordenados en sus lugares correspondientes y que pertenecían a unas pasadas efemérides de las que no se tenía registro y perdidas en la pasada guerra civil, se hubieran destrozado. No se habían conservado adecuadamente y por el mismo motivo, estaban esperando a una persona entendida en la materia para que fueran objeto de estudio y clasificación. Más tarde pude respirar y hasta salió la noticia en el periódico local, donde fui bautizado oficialmente como “Ratón de biblioteca”. 

 Nani, septiembre 2024

sábado, 20 de julio de 2024

EL LEGADO DE LAS ABUELAS

 



Cuando  se hacían mayores todas se adentraban en el  bosque. La leyenda decía que pasaban a otra dimensión.  Lo cierto es que sabían que sin vista y ya sin fuerzas no eran útiles al poblado y una boca que alimentar no compensaba, por eso asumían la tradición, así había sido y así se aceptó; nunca tuvieron ni siquiera la posibilidad de pensar si les gustaba o no y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, que con delicadeza retiró para que no la vieran las personas que en la habitación estaban. Su nieta se acercó y le limpio con su pañuelo, pidiéndole que llorara lo que hiciera falta, que aquello que les estaba narrando escocía demasiado para dejarlo dentro. Ella le sonrío y prosiguió su relato.

Cuando las madres las preparaban para pasar al siguiente tramo de sus vidas, sobre todo cuando manchaban de sangre la ropa del camastro, sabían que eran demasiado jóvenes, pero no para la tradición. Les hablaban del momento que había llegado. De que ya era la hora de formar una familia. De cómo la montaría el que los ancianos le destinaran para ser el padre de sus criaturas. Del día del parto y el de la retirada definitiva. Todo esto se hacía ese día que dejaban de ser niñas para pasar a ser mujeres sin vuelta atrás. La mayoría de las madres o abuelas, realizaban este ritual con delicadeza y lágrimas en los ojos que tragaban para no asustar a esa criatura, que de un día a otro había dejado de ser niña. Recordaban ese día que les tocó pasar por lo mismo y aunque hacía ya algunas lunas, no eran las suficientes para haber superado el miedo, el dolor y sobre todo, la soledad que día a día, era la herencia que les correspondía en ese mismo instante. El momento más duro era el de parir como siempre se le llamó (ahora se le nombra de otra manera más refinada)  ─dijo─, pero no le dirían nada a esa hija o nieta, no era cuestión de amedrentar a la criatura; todas sabían que cuando llegaba el momento por mucho dolor o soledad que se acumulara, se debían comportar como una loba y lamer a la criatura, arroparla con la jarapa que en la dote le correspondía, dar de mamar los primeros calostros, salir de allí cuando ya tuviera fuerzas y a luchar como todas lo habían hecho. Se retiraban al bosque solas con los primeros dolores como mandaron las leyes. Apoyadas en un fuerte árbol y agazapadas, desprovistas de todo lo que las oprimiera, aunque hiciera un frío de mil demonios, allí empujaban, chillaban, se retorcían y más tarde, atendían en soledad a sus crías como siempre se hizo. Si al cabo de dos días no volvían, eran la madre del esposo y la propia madre, las que buscaban imaginando que ya alguno de los miembros no vivía. Si era la madre la que había pasado a la otra dimensión, allí quedaba acompañando a las abuelas y las otras madres que no habían sido fuertes para afrontar las tradiciones; recogían al bebé si se le veía con fuerzas para afrontar la vida solo y criado con la leche de alguna tía o ama que se ofreciera; pero si la criatura era la que no respiraba, la propia madre hacía el ritual y allí quedaba para acompañar a sus ancestros. Después y con ayuda o sin ella, salía a seguir el combate que los antepasados habían impuesto.

Los hombres nunca entraban en el bosque, estaba vetado a ellos pero lo que nunca se dijo es que les producía tanto pavor solo pensarlo, que les hacía sudar casi el suero de la vida, pero de eso no se hablaba. Ellos estaban venerados y atendidos hasta el final. Pasaban al otro lado, cubiertos de mimos y de ritos en sus tiendas, rodeados por todas las mujeres e hijas de la familia, mientras que los varones jóvenes cazaban y luchaban por los territorios conquistados, por los cereales y frutos y por el orgullo donde escondían sus miedos, sus tradiciones y, sobre todo, por tapar las bocas de quien osara decir que aquellas tradiciones debían cambiar. A los dioses no se les podía ofender, siempre había sido así.

Solo las abuelas y madres sabían lo que les esperaba a sus hijas, por eso cuando se quedaban embarazadas llevaban alimentos a la colina de la fertilidad. En realidad, todas pedían que fuera un hijo, en lugar de una hija la que naciera. En el fondo de sus almas pedían que no les tocara pasar por lo que ellas habían vivido. Después, si era mujer aceptaban de nuevo, bajaban la mirada y lloraban como locas cuando se adentraban en el bosque, fuera para lo que fuera; era la única manera que tenían de sacar algún dolor que sabían impuesto e injusto.

Eso es todo o casi todo lo que os puedo contar, ─relató la abuelita con voz apagada. Quisiera ser la última mujer de nuestras tribus que pasa por todas esas cosas. Había costumbres muy bonitas también, pero cuando una mujer sangraba, ya dejaba los juegos y tenía que tejer, labrar la tierra, ir por el agua, criar a los hijos y, sobre todo, estar siempre sola y más, en la hora de ir con los espíritus.

Hoy sé que estaré con vosotros ─siguió relatando─. Tendré una mano y cruzaré el umbral con menos miedo y con serenidad. Espero que todo quede en historias para contar. Para que se sepa que no todo fue bonito y para que se recuerde que las cosas se pueden hacer de otra manera. Qué no por eso se es más fuerte, más hombre o mujer y que las religiones o las tradiciones pueden cambiarse y no por ello, los espíritus o los dioses se indignan, ni nos castigan. Cuando se hacen las cosas por miedo, se llega a los extremos y siempre habrá un verdugo y, por lo tanto, un miserable esclavo, porque el esclavo por desgracia siempre se siente miserable por mucho que duela decirlo, lo lleva gravado a fuego en la piel porque así se lo hicieron sentir.

 

 

Nani, julio 2024


lunes, 20 de mayo de 2024

CON EL TIEMPO JUSTO

 



Huyendo de Ucrania

Sale apresurada con su hija de la mano y el de seis meses en brazos.

Se colocó con anterioridad la mochila grande, en la que puso algunos pañales, sándwiches, unos pocos frutos secos que tuvo la precaución de comprar cuando ya se escucharon los primeros rumores, dos botellas de agua y mudas de los críos. Pesa, pero no le importa, debe salir cuanto antes y llegar a la estación de ferrocarril.

Iván se había ido el día anterior destrozado, porque lo requería su patria. ¡Eso le dijeron, pero maldita la gracia que le hacía, dejar a su familia a la aventura saliendo del país para llegar a no sabían dónde! Le prometieron acogerlos en el sur de España, alli viven unos primos.

Dio el último vistazo a su pequeño hogar, y cerró. No se paró ni se volvió a mirar lo que dejaba atrás. Tenían que llegar con tiempo y aunque no era muy lejos, llevaba demasiado peso que compensaba con la mochila, pero por más que le pedía a su pequeña que se diera prisa, eran pasos de seis añitos.  La niña no decía nada. Era como si percibiera que les pisaban los talones el ogro más feo de los cuentos del abuelo.

Le apenaba observar como de un día a otro, los niños habían dejado su inocencia en las casas, para huir con sus madres, sabiendo que sus padres se quedaban. No lo sabría precisar, pero en sus ojos se ve dolor, ese que nunca conseguirá arrancarle y que le marcará para siempre.

Algún padre volverá a reunirse con ellos, aunque la mayoría saben que les besaron y despidieron por última vez.

De golpe, la detuvo un fuerte tirón y sus pensamientos se paralizaron. Era la pequeña que había tropezado y caído sobre el agreste terreno. No lloraba a pesar del raspón que se había dado en la rodilla y que se veía a través del agujero que se hizo en sus gruesas medias de lana. Era como si a pesar de su corta edad, supiera que lo primordial era salir de allí.

Da las gracias por haber puesto otras medias en la mochila. Ya coserá estas en la ocasión que pueda. Puso un neceser con utensilios precisos, como yodo y agua oxigenada, pero en aquellos momentos, aunque debería curar la herida, sabe que no pueden detenerse.

Seguía la pequeña sin llorar y eso le partía el alma. ¿Cómo puede haber crecido tanto en tan poco espacio de días?, ─piensa─, cuando hacía tan sólo una semana se tiraba al suelo con una rabieta si no le daba una simple chuchería.

Le pesa el alma por tanto dolor, mucho más que el hijo que lleva en brazos y la mochila. Quisiera abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la quiere, pero ahora es más importante huir.

A lo lejos se escuchan los estruendos y no quiere que mire, ni hacerlo ella. ¡Siempre adelante mi niña, siempre adelante, ─piensaba para darse ánimos a sí misma─, ya queda poco!

Cuando se ve a lo lejos la estación, es la pequeña la que la señala y dice:

— ¡Mamí, mira el tren!

Le aprieta fuerte la mano y ella le corresponde.

Al entrar en la estación, le preguntan si tiene pasaje y con dificultad, les enseña los papeles que lleva preparados en el bolsillo del abrigo. Les dice que su marido lo dejó todo arreglado antes de incorporarse al ejército. Les dan un vistazo y asienten. Las hacen pasar a lo que fue la sala de espera, que está abarrotada, pero con un silencio sepulcral. ¿Cómo habiendo tantos niños no se escucha nada, a excepción de algún sollozo casi en silencio y el llanto de algún bebé?, ─repite para sus adentros─, es como si todos adivinaran que es un momento crucial y definitivo.

Se alegra de no haber retirado todavía la lactancia al pequeño. Al menos él estará alimentado y tranquilo, durante esta huida hacía no sabe dónde los lleve, ─sigue pensando.

Unas niñas que hay al lado y ocupan unos asientos, se levantan y se los ofrecen. Les agradece el gesto ¡tanto!, se le debe notar que están desfallecidas. La mujer pide a su pequeña que se siente con ellas, las tres apretaditas y ella ocupa una de las butacas, después de quitarse la mochila y dejarla a sus pies.

Siente un gran alivio al descargar algo de peso físico y el que le da saberse ya en la estación con sus pequeños. Ahora dependerá de cuando llegue el tren y como los ubiquen, pero ya está en el lugar donde hay más personas como ella y un poco arropada se siente.

Recuerda a sus padres que están intentando salir con su hermana pequeña, pero que aún no se han convencido del todo. Papá dice que se queda a defender lo que tiene y mamá, que le acompaña.  Al pensar en los tres, no puede evitar unas lágrimas que intenta disimular, para que el chiquitín que está enganchado a su alimento, no perciba la amargura que lleva por dentro, y su pequeña no vea a su madre triste.

Sonríe a la niña y con esfuerzo saca una botella de agua que le ofrece. Pobrecita mía, estará sedienta después de la caminata y ni ha rechistado, ─sigue pensando. La niña bebe con ganas y se queda casi dormida entre las otras dos chicas. Intenta instalar de nuevo la botella en el mismo lugar que había ocupado, pensando, que ojalá todas las familias ocupen de nuevo su lugar, aunque sea a duras penas, como acaba de hacer con la botella.


Relato publicado en el nº 28 de la revista PANSÉLINOS del mes de mayo 2024.

La puedes descargar y leer en el siguiente enlace. Espero que la disfrutes: 

https://drive.google.com/file/d/1sTXcCIrwuByByW4btgKWFZ4BN2H7OdfS/view?pli=1





Nani, Mayo 2024

miércoles, 26 de octubre de 2022

CARA OCULTA

 


Relato Pùblicado en el nº 9 de la revista PANSELINOS. Puedes descargar todo el contenido pinchando aquí. Muy recomendable.

Soy sobrino de Isaac Victoriano Cúpula Faro, comandante de la NASA en activo, tripulante de vehículos espaciales y controlador del Rover Perdirace, al que admiro y adoro, desde que tengo uso de razón.

Siempre que estoy a su lado, le pido que me cuente todos los entresijos de su trabajo, de lo que se investiga en la NASA y de todo lo que en su entorno se sabe y se oculta. Sé que tío Isaac no puede revelar noticias que son exclusivas y se guardan en secreto, pero yo no me canso de preguntar a pesar de las insistentes advertencias de mamá, que me amenaza diciendo que dejará de verme, si sigo con mis persecuciones y mis constantes preguntas.

Hace unos meses que vino a comer a casa y le hice prometer que cuando fuera de nuevo a la cara oculta de la Luna, me llevaría. Creo que accedió, porque creería que yo desistiría en mis insistentes pedidos, pero cuando supe que se preparaba un nuevo viaje a mi lugar soñado, todos los días le llamaba, le mandaba buzones de voz e incluso, cartas escritas a su dirección postal. De esa manera, me aseguraba que no olvidara su promesa y me dejara en tierra a la hora de la verdad.

El domingo pasado vino a cenar a casa y me dijo que sus superiores no le autorizaban llevar a un niño, por muy sobrino suyo que fuera, ya que no era una persona adulta y preparada. Debía pensar en ir a la universidad cuando terminara mis estudios elementales, escogiendo algo relacionado con el espacio, además de prepararme para ejercer de astronauta, para así poder acompañarle, ─siguió diciendo.

Me decepcionó tanto su recomendación y me sentí tan ofendido, que le dije que era un mentiroso y que nunca más le creería, saliendo de la habitación y dando un portazo.

Me refugié en mi cuarto y lloré hasta quedar exhausto. Pasado un buen rato, escuché unos nudillos aporrear mi puerta y la voz del que creía mi amigo y héroe, diciendo que quería hablar conmigo. No quería que me viera con lo ojos hinchados de llorar y le dije que se fuera a la porra, pero insistió diciendo que no se iría hasta que habláramos. Al final accedí y abrí. Se sentó a mi lado en la cama y me dijo que, si podía preparar un viaje de placer, me llevaría. Que no pensara ni por un momento que me había mentido, sino que cumplía órdenes y que se debía a sus superiores. Intenté creerle y darle un voto de confianza, había sido siempre mi héroe y mi guía y era lo menos que podía hacer.

El tío Isaac seguía viniendo a casa. Yo continuaba mis estudios y un día coincidiendo con mi doce cumpleaños, el tío vino a traerme un regalo. Dentro de la caja había un pasaje a la cara oculta de la Luna. Saldríamos pasada una semana, coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa. Desde ese momento, no cabía en el pellejo. Lo único que me pidió el tío Isaac, era que no hiciera público nuestro viaje. Solo lo sabrían en casa y nadie más. No publicarlo era lo menos que me preocupaba, solo quería y deseaba. que llegara el momento de partir.

Cuando llegó dicho momento, me despedí de mis padres y hermanos y me introduje con mi mochila, en el coche rojo del tío. Salimos hacía unas naves desconocidas para mí y todo fue sucediendo, según me iba explicando el tío Isaac. Había un traje espacial preparado para mi tamaño y otro para el tío Isaac. Me pidió que fuera realizando los mismos movimientos que él mismo ejecutaba y pasado un tiempo, estábamos equipados y dispuestos. Pasamos a una cámara que nos trasladó a un ascensor. Pasados unos minutos, el tío Isaac me preguntó si realmente estaba decidido. No me salía la voz de la garganta y asentí como pude, porque pesaba todo el equipo tanto, que apenas podía ejecutar movimiento alguno. Más tarde, me dijo que me sentara a su lado. Me colocó unos cinturones, él hizo lo propio y comenzó a poner en órbita aquel vehículo espacial. Estaba tan emocionado viendo como salíamos de la atmosfera, dejábamos atrás las ciudades, los mares y la tierra, que no acertaba a decir palabra alguna. El tío me preguntó si iba bien o estaba mareado y solté un “No” rápido, para seguir empapándome de todo lo que ante mi vista se iba presentando.

El viaje continuó y yo no quitaba ojo de todo lo que a mi alrededor sucedía. A veces, pasaba un meteorito que me hizo dar un respingo, otras veces eran objetos muy rápidos y extraños, reflejos. Bolas de fuego, luces, basura espacial y todo un sinfín de acontecimientos desconocidos para mí que, al mismo tiempo, me impresionaban sobre manera. Pero llegó la hora en que empecé a cansarme y los ojos se me cerraban. Quería mantenerme despierto, pero llegó el sueño y me venció. No sé cuánto tiempo estuve dormido, solo sé que la voz del tío Isaac me despertó, diciendo que habíamos llegado a nuestro destino. No podía creerlo y de no haberlo impedido la escafandra, me hubiera restregado los ojos hasta dejarlos rojos como tomates. Lo que hice en cambio, fue abrirlos tanto que me dolían. No se veía gran cosa por las ventanillas, ya que según dijo tío Isaac, habíamos alunizado en la noche lunar, pero pasadas unas horas, vería todo lo que tantas ganas tenía. Mientras tanto, dijo que fuera a hacer mis necesidades como ya me había informado y habíamos hecho durante el viaje y también, a tomar nuestro alimento para pasar el día de manera relajada. 

El tiempo pasó entre unas cosas y otras y cuando quisimos darnos cuenta, entraba una gran luz por los ventanales.

Durante el viaje, tío Isaac me fue poniendo al día de todo lo que haríamos al alunizar. Cómo bajaríamos al pisar tierra y la manera en que nos desplazaríamos.  Me informó que no sería como siempre habíamos visto en las imágenes de los primeros astronautas en la Luna, sino que nuestra forma, sería mucho más natural, ya que había muchos adelantos puestos en práctica y nuestros trajes, aunque pesados, lo eran mucho menos e incluso no los necesitaríamos.

Nos dispusimos a abrir la escotilla que quedaba en un departamento que aislaba la nave de todo lo exterior y comenzamos a descender unas escaleras, que se fueron acoplando según tío Isaac iba ordenando. Cuando salí al primer rellano para descender, me quedé paralizado. No esperaba lo que mis ojos tenían delante. No había cráteres, ni arena desierta, sino que antes mis ojos había espectaculares edificaciones, en calles alumbradas, amplias y con mucho murmullo de personas que iban y venían. No necesitaban escafandra, pero sí unas mascarillas muy parecidas a las que habíamos usado durante la pandemia. Otros no las necesitaban, porque son autóctonos de la Luna y personas diferentes a nosotros, pero como he dicho, personas. Por lo que me contó tío Isaac, las mascarillas están impregnadas en un producto no nocivo, que ayuda a la respiración sea normal en la atmósfera lunar. Al pie de la nave, nos esperaba un comandante compañero de tío Isaac y sus hijos, que eran de mi edad años arriba o abajo. Nos condujeron en un coche muy parecido al que usan los militares, solo que las ruedas eran algo más grandes, hasta llevarnos a una bonita casa con forma de iglú cristalino y de grandes dimensiones, donde habían crecido en su interior plantas de todos los colores, formas y tamaños muy distintas a las que había visto hasta ese momento.

Cuando tuve un momento, le pregunté al tío Isaac cuál era la razón por la que no se contaba como era realmente la parte oculta de la Luna, ese hecho era el que más me llamaba la atención y me intrigaba. El tío sonrió e intentó aclarar mis dudas: “Sobrino, si se supiera, ya se habría destruido como tantas cosas que están en poder del ser humano. Se mantenía en secreto, para poder investigar con libertad y con personas verdaderamente honradas que intentan como recomponer la Tierra y proteger a todo ser humano que estuviera dispuesto a ser coherente, sincero y amante de la vida”.

Pasé allí los días más bonitos y luminosos de los que recuerdo. Hice amistad con aquellos chicos que después vinieron a casa. También de los autóctonos de los que aprendí muchísimo y  prometí seguir con mis estudios y ser uno más de los que continuaran con el proyecto “Cara Oculta”. Y, sobre todo, entendí hasta dónde puede llegar el ser humano, tanto para bien, como para mal.

Nani. Octubre 2022

lunes, 25 de julio de 2022

MI TATA

 


Imagen obtenida en la red


Llevo días ordenando las fotos y me he tropezado con la de Juana, aquella tata que tanto quise de niña.

Mientras mis padres trabajaban en la fábrica de aceros Munit, ella se hizo cargo de mí y de mi hermano. Era joven relativamente cuando vino a vivir a casa. Nos despertaba y hacía el desayuno. Nos llevaba al colegio y después nos recogía. Nos ponía el almuerzo siempre con mucho cariño y a veces nos enfadábamos con ella cuando nos tocaba estofado de carne y patatas, ¡a mí se me hacía bola!, pero consiguió distraerme con sus fantásticas historias y no hubo comida que se le resistiera. Luego nos ayudaba en los deberes, nos llevaba al parque y seguía cuidándonos, hasta que papá y mamá volvían. A esa hora ella se iba a pasear con su novio de toda la vida y volvía cuando papá y mamá ya nos habían acostado. Aquello duró toda mi vida hasta que me fui a otra ciudad a estudiar.

Ella siguió en casa porque las promesas de casamiento nunca llegaron y un mal día, supo que él en una de las ciudades  a dónde iba promocionando los artículos de una conservera riojana, había conocido a una clienta que llegó a ser algo más.

La Tata siguió viviendo en casa, pero cada día estaba más triste y al cabo enfermó.

Mamá siempre le decía que tenía que rehacer su vida, que un hombre no merece el sacrificio y la entrega de una mujer, pero nuestra querida Tata no remontaba. Sacaba un poquito la cabeza, pero la tristeza la hacía volver a caer en esa inmensa depresión.

Tuvo pretendientes como antes se les llamaba a los posibles compañeros de vida, pero para ella no había ninguno que igualase al primero. En el fondo, creo que no era capaz de reconocer que la honra la había perdido y eso le causaba mucha más pena. Se sabía engañada. ¿Con qué cara se iba a presentar ante otro, confesando que al final se entregó a él y la dejó tirada? En aquellos tiempos y en un pueblo, era una deshonra y ¿quién iba a cargar con ello? Nunca pensó que no era lo más importante, porque su educación la hizo esclava de unas ideas trasnochadas. Antes se educaba para que todo aparentemente, fuera como la sociedad exigía.  Aquello la martirizó y por no haberlo hablado abiertamente, la hundió, hasta que se dejó llevar para siempre.

A veces nos creemos que tenemos que darlo todo y nunca pensamos que al vivir así, nos quedamos vacíos, sin saber cómo recargar nuestra energía, que es la que nos hace continuar como personas.

No podemos vivir de cara a los demás, porque ellos no nos van a dar nada, sino casi siempre sus críticas y las envidias reflejadas en deseos reprimidos que también esclavizan.

Estas cosas y otras más, me hicieron decidir qué profesión elegir. Pienso que estamos muy mal educados y quería aportar nuevas visiones, nuevos horizontes y aperturas que no haga a las personas prisioneras de sus fobias, supersticiones y sobre todo, eso que es tan típico de ciertas culturas: “Siempre se hizo así”, sin pensar que se hacía de esa manera, porque a ciertas personas le convenía de alguna manera y su propio egoísmo y su maldad (que también la hay), ni se planteaban que las actitudes pueden cambiar para mejorarlas. Hay personas que se creen por encima de otras y no saben o prefieren ignorarlo, que se suele recoger lo que se siembra y de alguna manera, la vida acostumbra a darles un revés cuando ya casi no tienen tiempo de rectificar. La vida siempre se cobra lo que no nos pertenece, nos guste o no.

 

Nani. Julio 2022

jueves, 21 de abril de 2022

DICEN QUE ERAN OTROS TIEMPOS

 


Relato publicado en la revista Nº 2 "Pansélinos", En el enlace siguiente podéis leerla:

https://drive.google.com/file/d/1yr27JhWq3kkZklX7KKgRBtDoL4k72qHl/view


Nací en una época dura, pero gracias a la familia, se suavizaban las carencias y todo lo que una situación semejante, acarrea. Recuerdo que los bocadillos de los niños, cuando salíamos a la plaza a jugar, nos sabían a gloria. El pan con aceite y azúcar el día que lo había o ese pan con manteca de la matanza, eran manjares de los dioses.

Luego, cuando volvíamos a casa mientras mamá preparaba las acelgas de la cena con unos ajitos, para que estuvieran más sabrosas; pedíamos a papá y mamá que nos contaran que les pasó, mientras eran jóvenes y la guerra les hizo vivir miedos, estallidos de bombas, carreras hasta el sótano cuando lo había o aquellos refugios improvisados que sus padres hicieron, para protegerlos en mitad de lo que había sido campo y siembra, aunque según nos contaban, lo pasaban mucho peor los familiares que vivían en el pueblo o las grandes ciudades que eran el objetivo de las bombas.

En particular me gustaba la historia de tío Juan, que fue cabrero hasta en los momentos más difíciles. Procuraba ir con las cabras, por los lugares donde había cuevas en los mismos tajos que rodeaban el pueblo y que le protegían en momentos de peligro, como cuando los aviones llegaban con una nueva carga de bombas que dejaban caer a diestro y siniestro. Esas cuevas siempre se habían utilizado para guardarse del calor, frío y lluvia, pero en aquellos momentos, eran su mejor refugio ante los desastres de la horrible guerra. Además, no quería alejarse demasiado. Dejaba a sus padres y hermanos en el pueblo, a merced de todo lo ruin que estaba sucediendo. Su misión era alimentar el ganado y gracias a su labor, había leche para los niños, abuelos y el alimento no faltaría a los lugareños; siempre podrían recurrir a un cabrito si no había otra cosa.  El tío Juan, llevaba el ganado a pastar por las encinas y las hierbas que crecían a desmadre, ya que los campesinos que podían labrar la tierra, estaban todos en el frente; creciendo las hierbas a su antojo, así como las zarzas y matojos, que las cabras ayudaban a que no crecieran demasiado, limpiando caminos y al mismo tiempo, consiguiendo alimento y buena leche. Los días que podía llevarlas a los tomillos, la leche tenía un aroma y sabor especial, ese que tanto gustaba a los abuelos y no tanto a los niños. Para los mayores que estaban protegidos y que sus piernas no le permitían salir a campear a sus anchas (podían llegar los bombarderos y no les diera tiempo a refugiarse), al menos les llevaba el sabor de todo lo que habían vivido cuando había libertad y alegría para sembrar, recoger e ir con el ganado a campo abierto, sin dificultad y con la lucha del día a día, que no era la que esos tristes años de conflicto, vivieron y sufrieron.

Más tarde nos contaba padre con lágrimas en los ojos, que hubo mucha miseria, mucha hambruna y mucha falta de todo, ¡hasta de cariño! Porque al que no le faltó un padre, fue un hermano o varios y siempre terminaba diciendo que todo esto que nos contaba no debíamos olvidarlo, porque si se olvida, es como si no hubiera sucedido y se podría repetir y esto era algo que todos debíamos tener siempre presente.

Esta parte era la que menos me gustaba, no por lo que padre expresaba, sino por verlo tan triste y por saber que escondía demasiado dolor en su pecho.

Mientras escuchaba las historias de padre, madre cocinaba y a veces la vi limpiarse con la manga unas lágrimas silenciosas que intentaba disimular.

Ahora, cuando veo los informativos o las discusiones de algunos políticos, me pregunto si alguna vez le contaron sus padres algo parecido o si ellos no tuvieron dificultades, porque de lo contrario, se abrazarían en lugar de insultarse, se respetarían y procurarían que todos los desvalidos de la tierra, tuvieran lo que les corresponde en lugar de pensar en hacer armas, misiles y lugares de exterminio. A veces, con todo el dolor pienso que en lugar de corazón tienen una piedra que ha ido rodando río abajo e incluso, hasta puede que esté tan desgastado que ni sienten, ni padecen. A veces dejo de creer en la humanidad, porque no tiene sentido que haya guerras, hambre, refugiados, xenofobia y todo lo que es ajeno a lo que se entiende por humanidad.

Pero eso lo pienso a veces, ya que sigo creyendo en el ser humano, en la fraternidad y sobre todo, en el amor. Una vez me dijeron que el ser humano es como un granito de arena. Todos esos granitos forman dunas y el ser humano, si se coge de la mano, hace vida, sonrisas y grandes dunas. Solo que como no les gusta hacer ruido, es como si no se les viera. ¡Pero están para dar! y eso es otra cosa que tampoco se percibe.


Nani. Abril 2022

 

miércoles, 9 de marzo de 2022

SOY MUJER Y UCRANIANA

 


 Foto, Mujer Ucraniana cogida de la red

Vine al mundo en una época en la que mis padres se recuperaban a duras penas de la segunda guerra mundial. Mis abuelos eran de la ciudad de Járkov y después de todos los destrozos que hubo, mis padres junto a mis abuelos se trasladaron a Konotop, una ciudad perteneciente a Sumy, ya que descendíamos de campesinos y en dicha ciudad se estaba restaurando lo que había sido su medio de subsistencia desde siempre.

Crecí entre siembras y recolecciones, cereales y verduras.  Ayudaba siempre que se me requería. Fui a la escuela y cuando terminé la primaria, ya definitivamente me dediqué a la labranza que era lo que mejor conocía y lo que hacíamos los componentes de toda la familia.

La época que recuerdo con más cariño, era cuando hacíamos las conservas y mermeladas o cuando pintábamos los huevos de Pascua. Disfrutábamos de manera particular, porque mientras trabajábamos tanto los abuelos como mis padres, nos narraban todas las desventuras que habían vivido las distintas generaciones y como tuvieron que ir de un lado a otro, debido a la Revolución Rusa, las Guerras Mundiales y cómo se las ingeniaban para seguir adelante. Dentro de todas las penurias y carencias, también nos contaban las aventuras de niños, jóvenes, fiestas populares y bailes en las cercanías, donde comenzaban sus noviazgos y amistades que duraban por siempre.

Crecí en un ambiente sencillo, pero donde no faltaba cariño y respeto. En 1976 junto a un buen chico de la ciudad, formé mi propia familia. Cuando tuvimos a nuestros propios hijos, uno de ocho años y la pequeña de cinco, ocurrió el accidente de Chernóbil, y al residir tan cerca, decidimos salir de nuestra ciudad. Dejamos nuestra casa, todos nuestros recuerdos y los que nuestros padres habían construido. Volvimos a Járkov, la ciudad de nuestros padres en donde teníamos familiares que nos ayudaron a comenzar de nuevo.

Ahora, en marzo de 2022 y con casi 70 años, ya por supuesto sin mis padres y viuda (mi chico se fue hace cinco años después de sufrir un cáncer debido a que trabajó en Chernóbil), debo acompañar a mi hija, nuera y nietos fuera de Ucrania. Ya no es a otra ciudad de mi querida patria. Ahora y debido al asedio con el que nos está masacrando el líder de nuestra hermana Rusia, tenemos que salir de aquí si queremos seguir con vida, para encontrar asilo en otra nación. Por ellos hago lo que sea necesario, pero me están faltando las fuerzas, no puedo con tanta pena y tanta desolación. Tengo ganas de descansar, no puedo con tanto como han visto mis ojos y tanta incomprensión acumulada en mi alma. ¡Me pesa mucho la mochila, como dicen los más jóvenes!  Tienen que quedarse los hombres y vamos combatiendo la pena como Dios y San Andrés nos da a entender, para no asustar más de lo que están los pequeños. Hemos cogido lo que cabe en una maleta, lo preciso para un viaje que será duro, a veces caminando y con el deseo de poder llegar a la frontera de Polonia, Hungría o Rumanía (todavía no lo sabemos seguro), para después ir a Francia, donde residen familiares del padre de mis nietos, que nos acogerán en un principio.

Hoy día 8 de marzo de 2022 (deberíamos estar celebrando todas las mujeres de la familia, pero creo que ni se han acordado o se lo han callado como yo) y mientras esperamos coger un tren que nos traslade fuera de Ucrania, cojo de nuevo la libreta donde anotaba mis recetas para dejárselas a mi querida Inna (la mayor de mis nietas), para seguir contándole esta historia que es mi vida y, sobre todo, le voy a pedir que tanto a sus hermanos y primos, como a todo el que pueda, le pida que no olviden las crueldades que las naciones hacen en estas horribles guerras. Que no olviden, sino que se amen y respeten, para que no vuelvan a repetirse los enfrentamientos y por lo tanto, las guerras que no sirven sino para crear resentimientos, mucho dolor y separación de familias. Pero lo que es peor, la muerte de inocentes que solo son utilizados y doblegados por los gobernantes ególatras o dictadores, sean de las creencias que sean. .

No sé dónde mi cabeza se posará a partir de ahora. No sé dónde seré enterrada (mi deseo hubiera sido cerca de mi chico grandullón, ese que me hizo reír muchas veces y apreciar lo que es la vida compartida), pero ya tampoco me preocupa, aunque me acompaña. Llevo cubierta la cabeza con la última Justka que me trajo de Polesia. Ahora solo quiero acompañar a mis hijos y nietos. Luego será lo que el futuro nos tenga destinado.


#VocesdeUcrania

 

Nani. Marzo 2022

jueves, 7 de octubre de 2021

UN REGALO INESPERADO

 


Relato con el que participo en el concurso "Premio Relato Corto"

Los días que subo las escaleras del metro en la estación cercana al hospital donde trabajo en el turno de noche, encuentro a un niño sentado en los escalones primeros que me deja un poco tocada. Tiene la ropa hecha girones, está demacrado y sucio. Los primeros días no hice mucho caso, porque creí que fuera algo fortuito y que sus padres andarían por allí cerca, pero al tercer día y aunque iba como siempre con prisa, decidí pararme y preguntarle por sus papás y la razón por la que todas las noches estaba allí, en lugar de en casa.

Me dijo que habían tenido un accidente y esperaba a que sus padres salieran del hospital. Le pedí que se fuera con los abuelos y como imaginé que no habría cenado, cogí de mi mochila el sanguis que me había preparado, le pedí los nombres de sus padres para preguntar por ellos. Busqué un bolígrafo y una libreta para anotar lo que me dijera y cuando quise despedirme de él, ya no estaba.

Se ve que iba noqueada cuando entré en la salita de enfermeras y mientras me cambiaba, mi compañera de turno me pidió le contara que me pasaba. Cuando le narré todo lo referente al niño y todo lo que me había contado, me dijo que ese niño aparecía de vez en cuando y que siempre decía que esperaba a sus papás. Parece ser que hace unos años hubo un accidente, donde murieron todos los que iban en el coche; padre, madre y un niño que quedó con vida,  estando encamado en el pabellón infantil por un tiempo, pero que al final murió pidiendo ver a sus padres. Me cuenta también que a veces se aparece, porque murió inquieto y necesita que alguien le de la paz que no consiguió. Según me dice mi compañera, estos casos pasan porque buscan a la persona que le devuelva la paz para su descanso y que aún no la ha encontrado.

Ese turno en el hospital lo hice con cierto malestar, deseando volver al otro día y encontrarme con el chico.

Volví a encontrarlo pasados cuatro días. Allí estaba llorando. La ropa destrozada, lleno de polvo y de sangre pegada al pelo. Le cogí, le abracé, lloramos y al cabo de un rato, me dijo que ya estaba dispuesto a irse, que había encontrado a sus papás y que no volvería más al metro, que yo había sido el camino que le llevó al lugar donde debía estar ahora.

Si algún día me hubieran dicho que iba a vivir algo semejante, les hubiera mandado a paseo, nunca creí en semejantes acontecimientos, aunque siempre respeté y pensé que en la vida todo es posible.

Desde entonces, cuando subo ese tramo de escaleras, siempre encuentro la misma paz que ese chico encontró y que a mí también me regaló.

Nani. Octubre 2021

miércoles, 21 de julio de 2021

LA CHICA DE LOS INVIERNOS

 

Soy de esas generaciones que las vacaciones las pasábamos con los abuelos, ya que los padres que podían, aprovechaban para irse a Mallorca “a los hoteles”. ¡Esa era la definición y por consiguiente, los hijos nos quedábamos a cargo de los abuelos en el pueblo!

Cuando fuimos más pequeños los echábamos mucho de menos, aunque los abuelos hacían lo imposible para que la nostalgia pasara rápido. Recuerdo cuando recurrían a los álbumes de fotos y sobre todo, a las historias que se inventaban, diciendo que eran cosas que habían ocurrido en el pueblo de al lado, en el propio o en  Kuala Lumpur. De esa manera todo se iba pasando y al final, quedábamos encantados.

Papá y mamá cuando podían, nos llamaban al teléfono blanco que los abuelos tenían sobre la mesita de la salita y nos contaban, pero más lo hacíamos nosotros, porque las aventuras que teníamos día a día, eran tan sorprendentes que nuestra ilusión era hablar hasta que nos decían que debían volver al trabajo. Después, la abuela solía ponerles al día y terminaban con lágrimas en los ojos. Más tarde supe que mamá le decía que le agradecía que fuera tan bonita con nosotros y que deseaba pasara volando la temporada.

Creo o casi estoy segura, que fueron los días más bonitos que he vivido, junto con las navidades y el día de reyes magos. Siempre conseguían nuestros padres estar libres y podernos llevar a pasar todos juntos, esas fiestas que nunca olvidaré.

Aunque las vacaciones verdaderamente inolvidables, son las que pasamos cuando ya cumplía los trece, mi hermano Pedro dos más y por debajo de mí, estaba Koke. El pequeño escuché una vez a papá decir a mamá, había sido el descuido que tuvieron más bonito de la vida compartida. Parecía ser que no esperaban ser más veces papás, pero que fue algo que los renovó en todo y por todo. ¡Koke es muy lindo y eso los de casa lo sabemos mejor que nadie! Tendremos que estar pendiente de él (en cierto modo). Aunque sabe ser independiente y sobre todo, hacer feliz a todos los que le rodeamos.

Pero volviendo a esas vacaciones de mis trece inviernos como decía el abuelo, porque según contaba, no cumplía como todas las chicas primaveras, sino inviernos ya que llegué con la primera nevada de aquel año.

Pues como decía, el año de mis trece y cuando nuestros padres se fueron a la temporada de los hoteles, volvimos a reencontrarnos con las pandillas de años anteriores. ¡Todos parecíamos otros! Los chicos eran ya jóvenes adolescentes y las chicas estábamos muy distintas. Según los mayores que íbamos saludando, apuntábamos a ser mujeres bonitas y alegres y los chicos, unos hombrecitos.

Cuando nos saludamos, casi todos nos quedamos un poco descolocados. Al decir Pepe que si nos íbamos a buscar ranas y saltamontes, sobre todo las chicas dijimos que no nos apetecía, que preferíamos ir a la charca (así llamaban en el pueblo, una piscina natural que el río dejaba en un surco) y que aquel año fue inolvidable. Entre baño y baño, nos pasábamos las tardes recordando el curso, los profesores, los libros que habíamos leído y algunos, comentaban lo que querían estudiar al terminar en el instituto. Otros preferían seguir en el negocio de la familia y así pasábamos grandes ratos.

Al contrario de años anteriores, donde todos íbamos en grupo haciendo el gamberro y alborotando por las esquinas y empinadas calles del pueblo, ese año como por arte de magia nos estuvimos emparejando y nuestras charlas primeras, se convirtieron en escapadas de parejas, aunque siempre íbamos y volvíamos en pandilla. Pero sin saber cómo, uno enseñaba a otra un árbol que parece no habíamos percibido anteriormente. Alguna florecilla o algo que apreciábamos y que nos había pasado desapercibido anteriormente. También comíamos pipas de girasol con chocolate, chufas y algunas chucherías que habían dejado de ser las piruletas o el regalí que comprábamos en la farmacia de don José.

Yo solía hacer pareja con Rami (Ramiro) y siempre nos escapábamos a ver un árbol que las ramas y el tronco se había deformado de tal manera, que parecían que unas y otro, se abrazaban entre sí. Uno de aquellos días, estábamos allí mirando como la luz del sol se colaba por las copas de unos álamos, cuando Rami se acercó a mí y posó sus labios sobre los míos, diciendo luego que sabía a castañas pilongas y chocolate. Aquello me dejó un poco desconcertada, pero me gustó y aquel año alguna escapada se repitió con sabores distintos y olores a juventud. ¡Todo muy inocente y sutil!

Después cuando nos fuimos haciendo mayores, muchos chicos y chicas no volvieron por el pueblo o los de allí, se iban a la playa o a algún campin, por lo que nuestra pandilla fue cambiando. Todos comenzamos nuestros estudios y a ubicarnos en distintos lugares, e incluso ir menos por el pueblo, ya que nuestros padres no hacían tantas temporadas fuera. Los abuelos ya iban necesitando ayuda en lugar de proporcionarla y Koke, de todo nuestro mimo, así que a Rami no lo vi en años sucesivos, pero los sabores y los olores se me quedaron impregnados para siempre, en el recuerdo, la pituitaria y las papilas gustativas.

Aquel año fue el comienzo de unas emociones que se quedaron para siempre, donde aprendí a elegir y seguir mi camino en muchos aspectos. Aquel año empecé a ser la chica que cumplía inviernos y ya son algunos.

 

#elveranodemivida

 

Nani. Julio 2021

lunes, 15 de marzo de 2021

EL MAESTRO NOS VISITA

 Relato publicado en;

MUJER Y TRABAJO VisiBiliz-ARTE: ANTOLOGÍA



Trabajo realizado sobre el cuadro: “Cristo en casa de Marta y María” 1618. De Diego Velázquez.



─Por favor tía Sara, no vuelvas a decirme que es lo que debo hacer, ni me señales o me indiques nada con ese dedo que siempre está en posición de mando. ¡Creo que he demostrado, qué sé hacer todo lo que me propongo!

─Bien sabes que anoche antes de ir a descansar, dejé el pan fermentando y el horno encendido para cuando me levantara; después de un ligero amasado, meterlo a cocer. Has visto en el bazar que ya se está enfriando, puesto que me levanté al amanecer. También has podido observar allí dispuestas, las aceitunas y los platitos de sal de Sodoma, ¹ para que luego se sirvan todos a su gusto. Lleva un buen rato cociendo la sopa de verduras y ya me dispongo a seguir con el almuerzo, mientras mi hermana María, ¡ahí la tienes!, embobada escuchando al Maestro como si no hubiera que preparar el vino, (los vasos pequeños); ¡no pondremos las copas, ya que en una ocasión le escuché decir a Jesús que le producen malestar; como un presentimiento que tiene, algún acontecimiento duro que tendría que ocurrir! ² Los tazones para la sopa y los platos para el pescado. Las nueces para colocarlas repartidas sobre la mesa, ¡ya sabes que ese adorno siempre ha gustado mucho en nuestra familia y normalmente, terminan consumidas por todos! Aún tengo que preparar la maror ³  para acompañar los peces que ha traído recién pescados Pedro y también, debo lavar y colocar las hierbas. Mi hermano Lázaro podía haber traído ya los pepinos, rábanos, lechuga, endivia, diente de león y resto de hierbas, ya que de lo contrario, no podré terminar. No quiero que crean que no respeto a nuestros antepasados, como siempre nos enseñaron nuestros mayores.

─También quería preparar, aprovechando que a Lázaro le regalaron un queso de cabra, unos buñuelos fritos rellenos con el mismo y rebozados en miel.

─Agradecería tía, que en lugar de vigilar y ordenar me ayudaras y al menos, miraras si los higos secos están presentables para poner en la mesa y también, podrías rellenar unos dátiles con las almendras fritas que hay en un bote con tapa. Las freí el pasado viernes, para tenerlas el shâbath ⁴ y sobraron algunas. Vamos a ser muchos a la mesa y no quiero que falte de nada. Los musht ⁵ son cuatro y lo mismo no va a haber una pieza para cada uno. Mira también, como está de duro el pan de higo y si se puede servir, ¡vamos, que esté presentable y no se haya enmohecido!; lo pondremos también en la mesa, ¡sé que al Maestro le gustan mucho los higos y todo lo que se derive de ellos!

─ ¡María podía acercarse y arrimar leña al fuego, aún hay mucho trabajo y me pone nerviosa su pasividad!

Marta secándose las manos en un trapo, se acerca con el ceño fruncido al lugar donde Jesús y María, charlan alegremente.

─ ¡María, deberías ayudarme! ¡Me estoy agobiando y vosotros ahí charlando sin parar, podías decirle algo a mi hermana! ─comenta Marta, dirigiéndose al Maestro.

─ ¡Marta, Marta!, ─responde Jesús─. No te apures por estas cosas, ya sabes que tan solo es una la necesaria y María está en ello.

Marta da la vuelta  enfadada y  vuelve al banco de trabajo, hablando para sí misma.

─ ¡Siempre es lo mismo, todo el trabajo para mí! Aquí nadie arrima una rama al fuego. Mirar si el vino de la tinaja está bebible y no se ha puesto hecho vinagre, ¡como yo estoy ahora! Todavía no he llenado la vasija de servir el vino y, tampoco le he añadido la miel y la leche para que se vaya suavizando. A Lázaro le gusta de esta manera y creo que al Maestro también. Así todos beberemos y nos sentará mejor, una vez hayamos terminado. No me gustaría que alguno de nosotros terminara ebrio. Nunca me gustó esa faceta y menos hoy, que  todos queremos disfrutar de la palabra sabia del Maestro.

Mientras tanto, Marta escucha las pisadas de su hermano. Lázaro ha vuelto y lo increpa al entrar a la cocina.

─Lázaro, ¡podías haber tardado un poquito más! No doy más de mí y tú te entretienes con las verduras y las hierbas. Aún me quedan muchas cosas por hacer y nadie me ayuda. ¿Ves esos dos? ¡Ahí de cháchara y ni me hacen caso!

Lázaro que conoce bien a su hermana, la besa en la frente y con una sonrisa, le dice:

─No te enfades hermana. Todos te dejamos hacer porque como tú, no hay en toda Betania otra mujer que cocine mejor, además ya estoy aquí para estar pendiente del fuego, ayudarte con el vino, e ir colocando la mesa. ¡Quédate tranquila y ve haciendo lo que puedas, siempre preparas mucho más de lo que nuestros estómagos soportan! El Maestro se va a ir satisfecho porque sabe qué haces todo con amor y eso es lo que a él le satisface. Sé que te pones celosa de María y quisieras estar escuchando como ella, pero Él sabe que María será la que transmita su palabra con mucho más desparpajo que nosotros y es por eso, que la encamina y la instruye.

Marta le contesta:

─Está bien Lázaro. Ve mirando que no falten ramas de sarmiento para hacer el pescado, lo voy a rellenar con hierbas de las que has traído y saltear con miel y vino, pero primero pon leña gruesa que voy a freír los buñuelos para que estén fríos a la hora de comerlos. Cuando termines, mira en el bazar, ¡sin asustarte, que allí se encuentra la tía Sara!; si ha dispuesto una bandeja con galletas de langosta, ⁶ que olvidé comentárselo antes.

─Tuve que enfadarme con ella, solo sabe ordenar y no ayuda. Ahora me siento mal, sé que tengo mucho genio, pero es que todos me dejáis lo más engorroso, mientras los demás reis, os divertís y habláis de millones de cosas. Yo me entero luego de algo, si tenéis gana de contarme. ¡A mí también me gusta estar cerca de Él, es tan apuesto y habla tan bien!

─ ¡Ay Marta, Marta!, ─se va diciendo Lázaro─. ¡Me voy a hacer todo lo que me has encargado, que no tenemos todo el día!

Pasado un rato, Sara y Lázaro preparan la mesa, mientras Marta termina los pescados. Más tarde, todos sentados alrededor de las viandas,  degustan los manjares preparados. Marta y María, comen cada una a cada lado de Jesús. Más tarde, cuando este se despide, se dirige a Marta y le dice:

─Marta, es un honor compartir la mesa con tu familia y comer lo que tus manos preparan. No te enfades con María, ella deberá estar preparada y siempre contará con tu apoyo. A cada uno de nosotros, se nos ha concedido un don y debemos ponerlo al servicio de los demás.  El tuyo es hacer manjares y manualidades. Tu hermana sabe conversar y yo debo seguir la tarea que se me ha encomendado. ¡Todos somos útiles y necesarios!

(1) En la Biblia, la sal es un medio simbólico de unión entre Dios y su pueblo (Levítico, 2, 13) y Elíseo purifica una fuente echando sal en ella (II Libro de los Reyes, 2, 19-22).

(2) Lucas. 22, 42-43. «Padre, si quieres aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».

(3) Maror: Las hierbas amargas, simbolizan la amargura y las penalidades de la esclavitud sufrida por los judíos en el Antiguo Egipto. La Maror puede ser cualquier hierba de sabor amargo, hay que tener en cuenta que las hierbas deben ser frescas y sirven para las salsas o simplemente, comerlas tal cual.

(4) Sábado.

(5) Musht (pescado). A las tilapias del Mar de Galilea, se las llama tradicionalmente musth ('peine' en árabe), hoy llamado también “pez de San Pedro”.

 (6) Langosta. Era uno de los alimentos más sorprendentes de la época. Se comían cocidas rápidamente en agua y sal obteniendo un sabor similar al langostino. Se encurtían también en vinagre o miel para reducirlas a polvo y mezclarlo con flor de harina, para hacer galletas.

 Nani Canovaca 

lunes, 8 de marzo de 2021

SOY Mª GLORIA ZALDÍVAR, CONTEMPORÁNEA DE OTRAS MARÍAS

 


Si estás leyendo este escrito, es porque se ha cumplido el acuerdo que hice con el mismísimo diablo. Le vendí mi alma a cambio de que me sacara del olvido y en algún momento, hiciera visible mi vida y mi trabajo, aunque fuera  después de muerta, que sería lo más probable. ¡Al fin vamos a ser visibles, porque lo que no se ve o no se conoce, no existe!

Siempre me gustó escribir e incluso intercambié cartas con María de la O. Al vivir en las condiciones que tuve o tuvimos las mujeres de nuestra época, mi manera de prodigarme fue bastante penosa. A ella en particular, le debo que me publicaran bajo el seudónimo de Gerardo Colmenero, en la revista Blanco y Negro, (1920 a 1922 y algunas otras fechas). Después que estallara la guerra civil, a ella le fue imposible ayudarme y a mí encontrarla. Además de que ella no era la conocida sino su esposo, aunque fuera María la autora de toda la obra que él firmaba. Una mujer no podía prodigarse en la cultura de aquellos tiempos. Recuerdo cuando en casa descubrieron un manuscrito en el cajón de mi cómoda, preparado para enviarlo a la editorial; me fue requisado y más tarde, supe que sirvió para alimentar la chimenea del estudio de nuestro padre.

Cuando reclamé aquel tomo de folios escritos todos a mano, con una esmerada letra que bien sabe Dios el trabajo que me costó, ya que todo lo hacía a escondidas y sobre todo, cuando los hombres estaban fuera de la casa. Pues como decía, cuando los reclamé, se me informó que yo no debía escribir ya que mi vida tenía un solo objetivo y, que estaba por supuesto decidido. Sería la esposa del coronel de la marina “Sánchez Ortiz”.

─ ¡Un orgullo!, ─dijo padre. Qué era una honra para mí, ocupar el lugar de su fallecida esposa hacía unos meses. Qué necesitaba una mujer que se ocupara  de sus seis hijos, de su casa y por supuesto, de él cuando se encontrase en tierra.

Era un viejo señor, que a mi lado podía pasar muy bien por mi padre y su hijo mayor, podía haber sido mi hermano; aunque a un hermano no hay que distanciarlo con cerraduras de por medio. Me quedé aterrorizada cuando se me comunicó toda esta parafernalia, aunque ya estábamos habituadas las mujeres a estos pasajes y, no nos quedaba otra que aceptar o tirarnos al río.

Lo siguiente que hice cuando fui consciente del futuro que me esperaba, fue recoger otros manuscritos que tenía entre mis dos colchones de lana y llevarlos al desván, ocultarlos en el baúl que contenía la ropa y enseres de mi bisabuela, ya que sabía que allí no llegaban manos algunas por respeto al tiempo que llevaba muerta y porque a mi familia, les daba pánico tocar lo que había pertenecido a los que ya habitaban el mundo de los muertos. ¡Esas supersticiones a veces nos salvan!  Sé que gracias a ello, hoy me vais a conocer y todo el legado que allí dejé. Estoy segura os va a encandilar el día que llegue a vuestras manos y no es que sea una presuntuosa o creída. Ya a estas alturas de mi «no vida», eso es lo que menos me preocupa y sí, que sepáis de las calamidades que algunas mujeres hemos pasado porque tuvimos inquietudes, necesidad de sacar las letras que se nos incrustaban en nuestro sentir, en nuestras venas y en todo nuestro espíritu. Por eso decían que algunas nos volvíamos locas, que éramos brujas o que nos poseía el diablo y nada más lejos de esas creencias. Éramos tan solo mujeres que necesitábamos decir. Qué deseábamos hacernos ver sin ninguna pretensión (a veces habíamos hasta inventado algo que podía ayudar al género humano), por ello era una necesidad como la de beber agua o ser simplemente persona y nada más. Ahora sé que ha llegado el momento de que se nos reconozcan a todas las olvidadas, ocultadas y sobre todo, calladas a la fuerza.

Ahora sé, que gracias al interés de personas que saben que ante todo «somos», vamos a invadir las bibliotecas, las estanterías de vuestras viviendas y esas redes que no llegué a conocer, pero que tengo entendido son un medio valioso para que los escritos, los estudios y todo lo que se investiga, pueda quedar al servicio de quien lo necesite.

 

#HistoriasdePioneras

 

Nani. Marzo 2021