domingo, 30 de septiembre de 2007

COSAS DE CASA


Ahora le decía que necesitaba el teléfono móvil. Desde que su trabajo lo ejecutaba en las horas de la madrugada, ella no paraba de darle la lata. Él, empezó a concederle algunos gustos, que en el fondo le parecían caprichos, pero como le hacían sentirse más segura..., total, pudiera tener razón. El niño podía enfermar o ella tener miedo y si le llamaba, sentirse mejor.
En su trabajo, el timbre del teléfono no podía sonar. Tuvo que buscar un móvil bien sofisticado, que parpadease y fuera muy visible, en aquella sala repleta de otros sonidos y distintos focos y luces.
Al principio le hacían gracia sus mensajes: "Joselete, la cama está calentita y me he puesto ese picardía de color..., remataba la frase con puntos suspensivos. Más tarde, recibía otro: El color es ese que a ti tanto te gusta, ¿te acuerdas? Otras veces, el mensaje decía: Me he puesto ese perfume que..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Empezaba a desconcentrarse y a perder los papeles, hasta el punto que, el compañero debió llamarle la atención. Pensó dejar el móvil en el maletín, pero lo necesitaba, casi le estaba creando dependencia. Aquellos mensajes, le ponían la adrenalina disparada. Aquella lucecita parpadeante, le ponía el corazón en la garganta. Cuando terminaba, a eso de las cinco treinta, cogía el coche como un descosido y carretera adelante, salía zumbado. Cada día, necesitaba volver a casa más a prisa. La necesitaba a ella. Necesitaba aquel perfume mezclado con su piel. Aquel color, que cada vez se hacía más calor. Un día, se saltó un semáforo y no pasó nada, gracias a Dios, pero otro día, por pocas arrolla a la viejecita del carrito cargado de sus pertenencias. Y al chico de la moto, que susto pasó. Igual que el día del Mercedes rojo, que salió a todo trapo de una calle, sin hacer el stop. Y que le estuviera pasando a él. Un hombre metódico, ordenado, responsable... Pensaba todo esto mientras conducía. Hoy hablaría con ella, le pediría que no volviera a ponerle mensajes. Le diría que no volvería a llevarse el móvil, que no podía con todo aquello, que estaba al borde del infarto, que necesitaba todo su cariño y toda aquella pasión, pero que no podía seguir con ese nerviosismo. Que necesitaba estabilidad en su trabajo y que muchos días, cuando volvía a casa, en más de una ocasión, estuvo a punto de tener o provocar un accidente. En este punto estaba, cuando se levantaba la persiana de la cochera de la casita que tenían a las afueras de la ciudad. Al bajar del coche, tropezó con un cartel que decía: "Sube, te espero. La puerta está abierta, no des la luz, la sorpresa será hermosa, estoy, en..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Esto es el colmo, se decía. Y además la puerta abierta. Se está volviendo loca.
Mientras subía las escaleras de dos en dos, algo le parecía anormal. Las luces estaban encendidas. Se escuchaba un sollozo y había algo rojo en los peldaños cercanos a la habitación del niño. Se precipitó en ella: "Pobrecito, está dormido, que sabrá él de estas locuras", pensó.
Corrió hacía la salita. Allí estaba ella, embutida en aquella bata hortera que le había regalado su madre y que a los dos les ponía de los nervios. El pelo alborotado, la cara manchada de rojo. Un hilillo de sangre le caía por la sien izquierda. No percibió su entrada. Lloraba con la cara entre las manos. Cuando le vio, se precipitó en sus brazos. A él la confusión, el asombro y el miedo casi le paralizaron. Cuando pudo reaccionar, le pidió que le contara que pasaba. Ella, tan solo le dijo: "Perdóname, he sido una inconsciente y una atrevida, dejé la puerta abierta y entraron a robar. Quisieron entrar en la habitación del niño, pero lo impedí aunque me golpearon. No consiguieron nada, porque les amenacé con esta pistola, la compré para nuestros juegos. Hoy quería que todo fuera distinto. No es de verdad, pero al menos me ha servido para defenderle. Ahora me doy cuenta de que he llegado demasiada lejos con mis fantasías".

nani. septiembre 2007.
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miércoles, 26 de septiembre de 2007

ES OTOÑO, ¡QUÉ TIEMPO MÁS BONITO!


(AQUÍ DEBAJO, SE ESTÁ MU AGUSTICO, JEJEJEJEJ)


El sol cálido del atardecer otoñal, es bastante agradable y me permite contemplar plácidamente, el entorno desde estas alturas.
Las nubes grisáceas y blancas, empiezan a ocultar un sol algo tristón, al que se le adivina una nostalgia, por el verano recién terminado. Desde su altura, echa en falta a la golondrina cantarina, el rojizo atardecer y la luminosidad del horizonte.
Los campanarios de las iglesias, no brillan de igual forma, ni las cúpulas de los edificios de la calle principal, están igual de relucientes.
Allá a lo lejos, la oscuridad de la "Parapanda", presiente la nieve que la cubrirá dentro de unos días y que le anuncia, su hermana mayor "Sierra Nevada", con el aire fresco que le envía a ráfagas.
Los cerros de los olivos, ya van adquiriendo ese color característico, con el que recuerda a los habitantes del entorno, que hay que buscar la vara, los fardos y las espuertas, la recolección de la aceituna se aproxima.
La "Ciudad de la Luna", está más opaca y solitaria y el entorno del cerro de "Fátima", se está poniendo de un color ocre y gris oscuro, síntoma lógico, de que los almendros y las higueras, dieron su fruto. Al cerro de "San Marcos", lo cubre un manto blanco, anunciando un fuerte alubión de agua que tanto agradecerán, estos campos y veneros.
La "Fortaleza de la Mota", en su cerro al frente, se está entristeciendo poco a poco. Detrás, se va ocultando un sol cada vez más frío y los cipreses que coronan dicha fortaleza, se estremecen con el frío viento, que le envía la hermana, sierra granadina.
Ya, las palomas, los estorninos y los gorriones, se están recogiendo en sus nidos. Todo se va quedando gris y triste. Las nubes se unen unas a otras y con el último rayo de sol, empiezan a caer una gotas de lluvia, que alegrarán a la tierra seca por el estío.
El reloj de la torre del ayuntamiento, me devuelve a la realidad y me recuerda, que debo bajar de estas alturas paisajísticas y soñadoras.
El viento y la lluvia, me han calado, Hay que buscar el calor del hogar. El otoño, se ha hecho palpable. El otoño, ha llegado a un "Paisaje andaluz".


nani. Septiembre 2007.








lunes, 24 de septiembre de 2007

UN AMOR COBARDE


Mientras ordenaba la pequeña cocina, pensaba en los acontecimientos de los últimos años. Siempre se veían en una habitación del hotel Central de la ciudad. Ella recibía un mensaje en el teléfono móvil: "Cariño, te espero hoy a las seis de la tarde. Donde siempre, por favor, no me hagas esperar te necesito.
Siempre ocurría lo mismo. Ella salía del trabajo una hora antes. Nunca le pusieron objeción alguna, ya que esa hora la recuperaba cualquier otro día. Nunca tuvo prisa, a excepción del día que él la llamaba. Nadie la esperaba, ni tenía que dar cuentas a nadie.
Sin embargo, cuando llevaban un año de verse de esta forma, él le confesó que estaba casado, que quería a su esposa y que tenía dos hijos.
A ella no le extrañó, algo en su interior le decía que no era muy normal su comportamiento, pero todo fue tan..., tan de aquella manera, fue sucediendo todo.
Ella trabajaba en la inmobiliaria desde que terminó auxiliar administrativo. Encontró pronto trabajo y alquiló un apartamento. En un principio vivió con unos familiares, que aunque les quería y la trataban bien, no era su casa y tenía ganas de independizarse. Poco a poco, consiguió piso propio, después lo amobló a su gusto, llegando a vivir cómodamente, pero claro está, sin derrochar su sueldo.
Cuando le conoció en la oficina, le pidió una salida al termino de la jornada. Después fue una cena y poco a poco, las confidencias, la necesidad del uno y la otra, y....
Ella le ofreció el pisito y en este punto fue, donde comenzó a extrañarse: "¿Por qué a un hotel y a su piso no?" No quiso escuchar su conciencia y acalló sus temores, que al cabo de un año se confirmaron. Cuando le confesó su situación, la dejó elegir a ella: "Si tu quieres seguimos, yo te quiero, pero no me pidas que deje a mi familia, porque les necesito tanto o igual que a ti". Eso le había dicho y entonces ella cayó, no dijo nada, de todas maneras, no creía hacer daño a nadie. Sólo se veían cada dos semanas, aunque la verdad era que no sabía estar sin él.
Ahora habían pasado tres años desde que se conocieron. Hacía seis meses que su mujer se enteró de la relación y tuvieron que dejarlo. Las cosas se habían puesto bastante mal desde entonces, - le dijo.
Y hoy recibe otra vez el mismo mensaje de siempre: "Cariño, te espero a las seis de la tarde donde siempre, por favor, no me hagas esperar, necesito verte".
Termina la cocina muy lentamente y muy pensativa. Esta tarde no va a la oficina, la pidió libre al descubrir el mensaje.
Se hace un café y se sienta en la salita. Coge una caja de madera de estilo sefardí que heredó de su madre y de ella saca, un tocho de cartas cogidas con una cinta. Empieza a leer aquella en la que le había escrito versos como estos:
Cuando tengo sed,
me bebo tus besos.
Cuando tengo hambre,
me sacian tus manos.
Cuando te añoro,
te busco en mis sueños.
Cuando te recuerdo,
te noto a mi lado.
Complementas mi vida,
como el rocío a la flor,
como la lágrima al llanto,
como la miel a la vida,
como la lluvia al campo....
Le había escrito muchas cartas desde distintos sitios. Viajaba bastante y en las noches de soledad del hotel, le escribía poemas, luego cuando ella los recibía, se sentía la mujer más dichosa del mundo. Nunca ella le pidió más, siempre se conformó con este amor, que era como el Guadiana, había semanas que aparecía y otras que no. Después, desapareció del todo y hoy de nuevo resurgía.
Cuando recibió el mensaje, se fue derecha a la carpeta de cartas y escribió: "Mi Guadiana querido, no iré al hotel, ya sabes donde vivo. Sabes que siempre he entendido todo, o casi todo, pero la injusticia no me gusta. Ahora eres tú el que decides. No iré esta tarde al trabajo".
Metió la carta en un sobre a juego, puso su nombre, lo cerró y lo metió en el bolso. Al pasar por el hotel, lo dejó en consigna, diciendo: "Por favor, no deje de entregarlo al Sr. Martínez".
"No se preocupe Sta. Laura, - le contesta el encargado -, tiene aquí la llave de la habitación y tendrá que pasar a recogerla".
La despertó un portazo en algún piso del bloque. Miró el reloj, eran las diez de la noche. Recogió las cartas que volvió a guardar en la cajita de madera, se lavó la boca, se puso el pijama y se fue a la cama con una paz, que hacía mucho había dejado de sentir. De nuevo era libre. Dolía un poco esta libertad, pero, ¿quién ha dicho que no sea dolorosa la libertad? ¿Quién ha dicho que no duela dejar en el camino, parte de tu ser, de tu vida, de tu yo, que se va quedando por avenidas, cafeterías, por el aire, por los paseos, por todo el transcurrir de una existencia? ¿Quién puede hablar de dolor ajeno?.
nani, septiembre 2007.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

CONVERSACIÓN CON UNA MUSA

Hola Musa:
Cuanta gana tenía de volverte a ver o, que llegase el momento de poderte contar.
Nos fue bien mientras fuimos..., tú sabes bien lo que fuimos. Pero todo cambió aquel día que te “toqué las narices” (por así llamarlo), y tiré un poquito del rizo que te cae sobre la frente.
“Creí”, (un conocido dice: “Que san creí y san pensé, es igual a EQUIVOCACIÓN”). Pues como te comentaba, “creí” que los amigos se pueden tocar una vez que otra, las narices (algunas veces puede resultar hasta simpático y puede que además, se rompa la monotonía) y a ti, sólo te di un tironcito de nada, un tironcito cariñoso diría yo, pero claro; ¡tú eres la Musa y yo tu enamorado! Enamorado de tus encantos. Esos encantos que hacían que fluyeran en mi pensamiento los más bonitos poemas y los textos que a todos los conocidos les gustaban tanto y que según tú, tanto te fascinaban.
“Creíste” que si no estabas frente a mí, no surgiría la inspiración. Esto hiciste que creyera y por entonces, así lo “creí”. Pero como ves, he salido adelante sin tenerte en el pedestal, porque ¿sabes? Se me rompió una de las veces que embelesado, le daba lustre a tu recuerdo, sin apenas darme cuenta y tan embobado como estaba..., plafff, se me escurrió de entre los dedos y fue a parar al frío suelo, haciéndose añicos. En un principio no supe reaccionar, pero mientras pensaba si reponerlo o no, te coloqué en la meseta de la escalera y allí, sólo te veía al subir al piso de arriba y poco a poco, supe que no necesitaba reponer ese pedestal, después pensé colocarte en la repisa de los libros, ¡si, la que tengo frente al ordenador! pero para ello, debía quitar todos los libros y surgió la pereza y la pregunta correspondiente: “¿Si quito los libros para colocar a mi Musa, donde pongo después los libros?” Si hago un cambio y los libros los pongo en la meseta, como que no, ¿verdad? Una Musa, como que pega más en la meseta de la escalera. Mi madre siempre coloca una maceta, pero a falta de la planta, no está del todo mal una Musa, hasta cuando pasaba delante de ti podía mirarte y te veía en el sitio idóneo, me parecía que podrías tener algún día frío, pero como en unos días encendí la calefacción, me tranquilicé bastante y ya no había motivo para inquietarse. Además empezó a pasarse esa punzada que me daba el pecho cuando te perdía. Allí al verte menos, la punzada se hacía más suave cada vez, hasta que dejó de ser punzada, para convertirse en nostalgia y después, hasta en agradable recuerdo, así que como puedes observar, cada vez necesité menos de tu presencia y por lo tanto, ya ni creí oportuno buscar un pedestal, ya que al descender a la meseta, te encontré más a mi nivel y todo se hizo más natural, ¡vamos, más cotidiano y normal! Había encontrado el sitio idóneo para colocarte y tu superioridad ya no me ofendía ni me hacía sentirme inferior, ni tenía remordimientos por no haber hecho preciso esa cosa que te hacía más grande o más alta, ni... en fin, que me siento bien y hoy tengo el valor de decirte, que ya no te necesito. Sabes que siempre te quise mucho, pero quiero que sepas, que ya tan solo eres recuerdo. Un recuerdo a veces doloroso, a veces agradable y otras tantas, un recuerdo muy gratificante. Ahora ya puedo decir tranquilamente: “¡Fue bonito mientras duró, y gratificante mientras perdure el recuerdo!”. Veo que te quedas muy sorprendida, te ha cambiado el brillo de los ojos. ¡Sabes que siempre noté la luminosidad de tu mirada! Siempre “creíste” que serías imprescindible, pero ya ves, siempre te mantenías por encima, siempre quisiste ser una Reina, siempre me humillaste, siempre estuviste segura de tu belleza y de tu cuerpo terso, pero a las Musas también le salen arrugas y su piel se aja, ¡vamos, que ya tienes alguna grieta que otra! sobretodo, cuando se está frente a un ser humano. Los ojos de los humanos no son como los de las Musas. Vosotras siempre veis del mismo modo ¡cómo por vosotras no pasa el tiempo!, pero por los humanos si pasa, y al salirnos arrugas también se las vemos a los que crecen con nosotros. Y si nos vemos defectos, también se los solemos ver al que tenemos enfrente. Y si empezamos a peinar una cana que otra, también se la solemos ver a las chicas que crecieron a nuestra par, aunque se las tiñan. Y tú Musa, te mantienes intacta, tan fría como siempre, ¡eso ves, no lo supe apreciar en su momento! Con la misma sonrisa y con el mismo rizo sobre tu frente, ese que provocó este distanciamiento. No tienes ni una sola cana. No tienes ni una carie y en la comisura de la boca, tampoco tienes esas arrugas que le suelen salir a las divas en declive, ni tienes patas de gallo alrededor de los ojos, no tienes nada de nada, de las cosas que nos suelen salir a los humanos. ¡Bueno si, algo tienes cambiado, es la sonrisa! Me parece triste ¡quizá siempre fue así, pero tampoco fui cosciente! y ya no me resulta cantarina como en nuestros viejos tiempos. Y los ojos... esos ojos ya no tienen la luz y el brillo que tenían, pero deben ser los míos que te miran de otra forma, porque tú siempre me dijiste que las Musas no cambian, que siempre sois iguales y que siempre os mantenéis lo mismo de bonitas, ya te digo, debo ser yo que te veo con una mirada distinta.
¿Sabes Musa, cual es ahora mi dilema y mi preocupación? No sé dónde llevarte o en qué sitio ponerte. En un principio pensé llevarte al desván, pero hay ratones, lo sé y eso, debe ser muy duro para una Musa, verse al final entre una jauría de ratones. Después quise llevarte al sótano, pero ahí si me dio remordimiento hacerlo, más que nada por el frío que hace, vosotras las Musas, ¡lleváis tan poquita ropa! Así que de verdad, esta vez si te pido que me inspires y me digas donde quieres que te ponga, porque no sé que hacer contigo. Quizá fuese bueno, dejarte en casa de un escritor o, de un pintor en ciernes, pero sé que harás con él, lo mismo que hiciste conmigo, sería de muy mal gusto hacer esta gamberrada a un pobre chico que está empezando, así que ya me dirás que hago con vuestro ilustrísimo cuerpo recordado, besado, adorado, agasajado y ahora, casi olvidado. Podría hacer como que no te veo, cada vez que subo y bajo las escaleras, pero ahí está esa cosa que fuiste y ya no eres y... la verdad, que no estoy cómodo contigo en la meseta, en alguna ocasión que otra, como ya no te tengo presente, incluso me sobresalto cuando de improviso te advierto, se que intentas hacer algún rasguño en mi pecho para llamarme la atención, ahora eres como un niño al que le han quitado su pelota y coge una rabieta, pero perdona que te diga, ya sólo consigues que dé un respingo, o incluso asustarme, al no recordarte y te aseguro que no es agradable que en mi propia casa tenga estas sensaciones tan extrañas y tan anormales.
Hoy Musa, quisiera decirte adiós. Un adiós sin rencor y sin nada de tristeza al menos por mi parte. Un adiós sincero y con cierto cariño o simpatía. No quiero recordarte con tristeza o con rabia, solo quiero que permanezcas en el recuerdo con los momentos infinitamente buenos y los menos buenos que tuvimos. Quiero despedirme de ti, con la certeza de dejarte en buenas manos, o en unas manos que te den la alabanza que tú necesitas, esa que llena tu ego y te hace sonreír triunfante y poseída, pero por favor te pido, ¡no repitas la historia, ya que al final, te verás en un barranco tirada igual que una porcelana rota e inservible! Todas las Reinas que se han creído superiores, han terminado al finar de sus días, en el olvido más triste o vagando por las calles, como la más pobre de las pordioseras que tanto aborrecías, cuando a tomar copas con los amigos íbamos.
Hoy Musa, te dejo en espera de que me digas que puedo hacer contigo, mientras tanto, creo que te voy a guardar entre las hojas de ese libro que tanto nos gustó y leímos recostados en la cama, ¿te acuerdas? Tú leías un capítulo y luego me tocaba a mí el siguiente. Pues como si se tratara de un señala páginas, te voy a mantener ahí hasta que tú decidas salir para volar al rincón del firmamento que quieras sea tu refugio, tu morada o tu sepulcro. Como ves, no quiero hacer contigo, lo que tú hiciste conmigo. Por un simple capricho de musa mal criada, hoy te ves destronada, pero no tengo valor de dejarte tirada a la aventura, así que en el capítulo noveno que tanto nos gustó, te quedas y si alguna vez decides salir, cuenta la verdad y porque estás ahí. No repitas la proeza de mentir a un amante que esperó tu inspiración y no se la diste, por ser una Musa mal educada, orgullosa y caprichosa.
Recuerdos de tu …, de este hombre nuevo.

Nani. Septiembre 2007

lunes, 17 de septiembre de 2007

TALLER OCUPACIONAL

Este sabes que va por tí, CARAPAHN y por tus niños.


Juan distraía a la monitora. Se habían puesto de acuerdo él y Mariano. Este último le había suplicado: "Por favor, por favor, tan solo me la llevo a comprar unos chicles y una bolsa de pipas. Después volvemos enseguida, pero tengo que estar con ella, aquí no nos dejan".
Y Juan que es el mejor amigo de Mariano, sale del aula 3-B y grita: "Doña Felisa por favor, la máquina se ha estropeado, creo que está atrancada".
"Pero Juan, ¿qué estás tramando? No me fío de tus averías, ni de tus maquinaciones.
Mientras, Mariano ha ido a la entrada del aula de jardinería y desde allí, hace señas a Carmen. Ella sale inmediatamente, con una sonrisa feliz.
"Vamos, la monitora no nos verá", le dice Mariano al oído.
Se quitan las batas y las dejan colgadas, en la percha de la entrada. Salen a la calle y al volver la esquina, se cogen de la mano. A unos cien metros, se encuentra el parque de los Sauces, que es donde la pareja se dirige. Una vez en el parque, se refugian bajo uno de estos árboles. Se sienten amparados bajo sus ramas y en el banco sentados, se miran y se besan con tanto cariño y ternura, que hasta el jilguero que cantaba, se calla para no interrumpirles.
Pasa algún tiempo y dice Carmen: "Maguiano, la señoguita Felisa nos va a guegañar. Vamos a compar las pipas y a ella, le llevamos un cogazón de cagamelo, así nos pergonará, ¿vale?".
Juan le sonríe con mucha ternura. Sus ojos se rasgan más aún. Se cogen de nuevo de la mano, se acercan al puesto de chucherías y compran lo que tenían pensado.
Se encaminan de nuevo, calle arriba, hacía el taller. Llegan enseguida a un jardincito. Empujan una verja de hierro, donde se puede leer: "Taller ocupacional, JUAN MARTINEZ MONTAÑEZ".
Entran. Vuelven a ponerse las batas, se besan furtivamente y cada cual, se encamina a su aula de trabajo.
Doña Felisa, observa por el rabillo del ojo la entrada de Mariano, al mismo tiempo dice: "Juan, tu máquina parece que ya funciona, ¿no? Debe ser, que se le ha acumulado pelusa al telar. Anda, sigue tu tarea, que tengo que pasar por el aula de cerámica".
Mientras se dirige a la cotidiana revista por las aulas, piensa: "A pesar de que pasan los cuarenta, son como adolescentes, ojala, tuviéramos los demás, la misma ingenuidad, la misma alegría y la misma ilusión".

nani. Septiembre 2007.

sábado, 15 de septiembre de 2007

LA TORRE DE PISA

Igual que hay caramelos de distintos colores y sabores, este relato es una variante de otro que colgué en este blog, anteriormente, (el chocolate, ummm):

Todo cambió aquel día que se levantó al amanecer, cuando este empezaba a despuntar.
El trabajo estaba siendo agotador y apenas tenían tiempo para ellos mismos. Compartían muchas horas juntos, pero apenas había ocasión para intercambiar una palabra, una preocupación o algo personal. Las miradas del principio o el contacto al pasarse una simple bandeja, ya no producían vértigo. Empezó a convertirse todo en rutina y monotonía. No tenían un momento para quedar a solas y cuando llegaba el fin de la jornada, el cansancio les rendía de tal manera, que sin apenas notarse, todo se transformaba en una inmensa torre de Pisa. Al principio había sido majestuoso, pero los dos sabían en su interior, que su estabilidad se inclinaba y el derrumbe, se presumía próximo
Aquella noche se despertó sobresaltada. Él estaba mirando por el gran ventanal. La luna iluminaba la habitación y vio como se pasaba la mano por la nuca, signo inequívoco de una gran preocupación.
Se levantó de la cama y se aproximó a él. Le cogió por la cintura como en otras ocasiones había hecho y, dejó caer la cabeza en su hombro. Las manos se entrelazaron y el hombre habló muy despacio.
- Estamos muy cansados y no podemos seguir así. Estoy obsesionado desde la primera vez que te vi preparar los bizcochos, y aún más desde que estamos tan alejados el uno del otro. No hacemos nada más que trabajar y apenas tenemos tiempo para intercambiar una mirada y cuando te veo cubrir los bizcochos de chocolate..., ¡me desespero! Desde que te conocí y te vi por primera vez en el obrador, te imaginé siendo tú el pastelito y yo el que cubriera tu cuerpo de chocolate. ¡Por favor, necesito llevar a cabo esa fantasía, necesito tenerte tibia y dulce a mi lado, necesito ese bombón que me martiriza en el obrador, en la venta de bizcochos, en las noches de insomnio y todo el día! -
Ella había dejado de abrazarle, le miraba sonriente y a la vez, muy sorprendida.
Miró por última vez la luna que lucía espléndida. Le besó en la mejilla y fue a la cocina. Cogió una cacerola hermosa y la puso al fuego con agua. En ella introdujo otro recipiente y comenzó a preparar la cobertura que debía hacerse al baño maría.
Ahora comprendía porqué un buen día, el se había llevado un saquito de escamas de chocolate y lo había dejado en la despensa.
Ahora entendía aquellas miradas que la desconcertaban tanto en el trabajo.
Entonces comprendió, que la rutina podría dejar de serlo, dentro de lo cotidiano.
A partir de ese amanecer, supieron crear en el obrador, un lenguaje que tan solo ellos, supieron entender para que su majestuosa torre, dejara de inclinarse y convirtiera sus vidas, en la imponente torre de Pisa.
Desde aquel día que se levantó por el amanecer y la mesa de la cocina sirvió para lo que no había sido diseñada, ambos comprendieron que aquella existencia, empezaba a tener unos excelentes cimientos y unas grandes ilusiones y que por supuesto, la inclinación producida, quedaría hasta hermosa como la torre italiana.

nani, Septiembre 2007.

martes, 11 de septiembre de 2007

SEPTIEMBRE

Amigo Septiembre.
Es increíble como te hemos echado de menos estas vacaciones. Ha sido la primera vez que faltas a las parrilladas de casa, a los paseos por la playa, las reuniones nocturnas, los amaneceres en la roca esperando picaran los peces y después, el habitual peso de piezas para presumir del trofeo en la pandilla, ¡cómo hemos pavoneado!
Añorándote en la noche de los fuegos artificiales, el padre de Luís evocó el día en que te perdiste en la fiesta del pueblo y el miedo que todos pasaron. No se explicaron nunca, como fuiste a parar a la vaquería y allí, pegado al pequeño becerro te encontraron dormido. Hemos recordado mucho a tus padres, (ellos también han faltado por vez primera, aunque para ti debe ser mucho más penoso de llevar); pero volviendo a lo que iba, reímos todos al pensar en ellos y los detalles que tenían, sobretodo el sentido del humor con el que te bautizaron y las buenas maneras que tenían para con los que pretendían reprocharles haberte llamando “Septiembre”. Siempre decían que estaban orgullosos de ti y que la mejor cosa que les había pasado, fue engendrarte precisamente al terminar el verano y que para tenerlo presente y dar gracias a la vida por ello, no les quedó más remedio que obrar de esa manera. Era increíble lo bien que nos lo hacían pasar. ¡Como os hemos echado en falta! Recordamos el día que a mamá le entró un ratón en la cocina y con la paciencia que la aguantasteis en vuestra casa, hasta que todos los padres se reunieron y consiguieron ofrecérselo en la bandeja de plata de la abuela, ¡Cuando se juntaban eran un poco gamberros y retorcidos, hay que reconocerlo! y tu madre el ingenio que tubo al vestirlo de “Micki”, con sus orejotas, nariz y zapatones, sin que le faltara su pantalón rojo y la chaquetita negra; fue toda una aventura increíble para nosotros los niños, como fueron fascinantes tantos momentos vividos en todas las vacaciones que disfrutamos en el pueblo. Después todos volvíamos a nuestras ciudades y a las tareas cotidianas llenos de vida e ilusión. Fuimos creciendo, estudiando y hoy te escribo para decirte que no ha sido igual, que estas vacaciones han sido distintas. Las comidas han estado insípidas, los paseos por la playa han sido tan rudos y bastos, que hasta la arena que pisábamos, parecía que hubiese embrutecido e hiciese daño en la planta del pie, las pescas aburridas y sin apenas piezas y las risas…, ha habido menos ganas de reír e incluso, muchas lágrimas silenciosas o escondidas.
Hoy amigo Septiembre, te escribo para decirte, que antes de que termine tu tocayo mes, voy a darte un abrazo y a pasar el resto de vacaciones contigo, si no te importa.
Espero tu respuesta y si estás de acuerdo, compartimos los días que le quedan al mes, antes de que empecemos nuestros cotidianos quehaceres, necesito verte y escuchar de tus propios labios, que todo se va superando. Sin pensarlo un minuto cojo el tren y en un día estamos juntos.
Esta amiga que te quiere, espera respuesta. Besos.
Lucía.
La Pedriza, 11 de Septiembre de 2007.
nani.2007

jueves, 6 de septiembre de 2007

SABOR A PUEBLO

Este relato lo quiero dedicar a esos tres pescadores fallecidos y los cinco desaparecidos que han quedado en el mar de Barbate. A veces no le damos importancia a esos espetos de sardinas que nos tomamos en la playa, y que no han crecido en una mata como los tomates, sino que los han ido a pescar unos señores, que a veces se quedan allí dentro del mar. Por supuesto también, a todos los que en su puesto de trabajo se queda, y que nunca es valorado, como le suele pasar al "prota" de este relato.

Se acostó con el pensamiento de caminar por aquellos andurriales, que de pequeña recorrió con sus padres y hermanos. En estas vacaciones, había decidido que haría un huequecillo para llevar a cabo estos paseos, que tanto añoraba. Siempre que volvían al pueblo, se pasaban los días en un abrir y cerrar de ojos, visitando a los familiares, saludos callejeros y comidas con los amigos y en esta ocasión, no estaba dispuesta a quedarse con las ganas.
Se despierta temprano y se lo propone a su marido: “Juan, ¿te vienes a dar un paseo por el campo?”.
“¿Estás loca? Son las siete de la mañana, bastante tengo con madrugar todos los días, ahora estoy de vacaciones”, - y dando media vuelta, sigue durmiendo.
Ella, con sigilo se desliza de la cama, se va al baño y se asea. Se pone un pantalón corto, una camiseta de algodón, sus deportivas y sale a la calle.
Siempre le gustó el aroma mañanero del pueblo. Olía a pan recién cocido, harina tostada, a tortas de manteca con cabello de ángel, a caramelo recién derretido, a canela, ¡a pueblo!, - se decía a sí misma -, mientras se adentra en el campo, donde se mezclan estos aromas con el tomillo, la manzanilla, el romero, la hierba mojada de rocío y que a la vez, le humedece los tobillos.
Todo esto, le recuerda tantas cosas, que ensancha el pecho con tal fuerza y aspira tal cantidad de aire y con tanta satisfacción, que casi se marea. Se detiene un momento para recuperarse. Después, los pasos la llevan hacía la alameda. Este era el lugar predilecto de sus padres, ya que podían jugar sus hermanos y ella, sin peligro alguno. Mecánicamente, hace los mismos movimientos que en otros tiempos hicieran sus padres. Se acerca al arroyo, se sienta al filo, se quita las deportivas y mete los pies en el agua. ¡Uf, que fresquita!, - dice.
Por inercia, se tumba para ver pasar las nubes por entre las copas de los álamos. No sabría decir el tiempo que pasó en esta postura. La devuelve a la realidad, el balido de una oveja. Se incorpora asustada y observa, como la alameda se va poblando de animales. El olor es el característico. Al principio duele la nariz, aunque se acostumbra enseguida. Con un pañuelo de celulosa, se seca los píes, se calza de nuevo las zapatillas y se incorpora.
Al fondo, descubre al viejo Florencio. “Siempre fue viejo, - se dice -, pero a pesar de su acartonamiento, no se como aguanta todavía de cabrero”.
Avanza hacía él y le saluda: “Buenos días Florencio, ¿qué tal sigues?”.
El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital isen que ta’jecha un’asquito, - y dudando -, ¿porque osté es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?” (1)
“No Florencio, ¿ya no me conoces? Soy Ana, la hija de tu vecina Dolores”.
“Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que’tas puesto, asine no hay quién sus recuerde. Cuando te juiste eras una mocosa, si jandabas por’el pajar con trensas y calsetines cortos, si eras...., pero güeno, que boniquilla que tas’puesto, la verdad es qu’isen que la capital ta’jecha un’asco, pero vusotras sus ponéis mu bonicas, que leche. ¿Y cómo’ta la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mosuelos has parío?, me’ijo la Pascuala, que sus’abiáis situao mu bien situaicos, que tu mario ganaba mu güenas perras y tú ta’bías jecho una mosica mu guapa, y vaya si no m’angañó, vaya si es asine“ (2)
Ana lo escucha con pasión. Es como si estuviera rodeada de sus hermanos y padres. Como si hubieran ido un día de aquellos a pasarlo en el campo. Un día de esos que tanto añoraba últimamente. Y sigue escuchando al viejo cabrero, que no para de hablar.
“Po’na, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no ta’jecha pa’mí. Que cuando el Luís sen’cabesonó en que jueramos a ver a la Lola Flores, po’juimos y no veas lo güena mosa que era y como bailaba y cantaba, la mu joia. Ya se murió, que Dios la tenga recogía (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se paesen a ella, la Lola, era una bailaora y una cantaora de las güenas, agora las que se ven por la tele, tan’calichás no son como la Lola y pa’cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me’toy poniendo chocho, cuidiao que no men’recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿jué la hija, la que se casó con el mataor? ¿Qui’és creer que no men’recuerdo? ¡Ah, que sí, que jué la Piqué, la que te’sía! Aquella si que cantaba de verdad y además, güena mosa, que si, que lo que yo te’igo, que agora sus quedáis cuchimisás y calichás, que no queréis tener ajarraeros y no pué’ser, que las güenas mosas ti’en que tener aonde las puean ajarrar sus marios, que aluego sus quejáis de que se vayan a esos garitos que jay por las carreteras, onde las lusesicas y eso, güeno estaba p’al Luís y pa’mí, cuando golvíamos de ver a la Lola, porqu’es verdad, que el Luís y yo, semus mu hombres y cuando mus ibamus a la capital, mus podiamus permitir algunos gusticos, que pa’eso andábamus cuidiando las ovejas de los señoricos tol’año. Po’lo que te’sía, que la capital no es pa’mí, que yo con mis ovejicas, mi navajilla y un cachico palo, pa’ser santicos, soy el tío más feliz de la tierra” (3)
Y sacando algo del zurrón que le ofrece a la mujer, dice: “¡Pos’ves!, ¿a qu’és salao?, po’en dos días me lo jago y tan contentico. Toma y se lo das al mosico del Doroteo, pa’que tenga una regalía del Florensio, pa’que vea que yo no m’olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y mujotros semus gente sana y que mus acordamus de tos y que a ver, si traes a tus mosuelos y sus doy leche resién ordeñá, que es la güena, que agora sus las tomáis de’sos cartones y eso no pu’e ser güeno, que te lo’ise el Florensio; que andispués pasa como con los nietesicos del’Antonio, que los puse a ordeñar y les daba repulsión y no querían beberla. Qu’en la escuela, no l’esenñan que primero jay c’ordeñar y aluego, meterla en’esos cartones o lo que sean, que no le’isís, que los viejos del pueblo, andamus llevando y trujiendo, las ovejas y las vacas al campo, pa’que aluego, se tomen esas cosas qu’isen son batios, o que leche son, y pa’eso el queso, ¡aonde se ponga un cacho queso en’aseite, con un cantico pan maquilero!. Que no Anica, que l’enseñáis a comer porquerías y a no comer güeno y aluego mi’a como’ta la Josefa, con tos los güesos jechos añicos, y mi’a tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, antoavía me correteo tos los serricos y ni m’amilano. Que aluego güelvo a la casa, me jago un güen remojón y a dormir como un borreguico resién amamantao y por’aí isen, qu’andan tos los de la capital, con los sueños trocaos y yendo a las boticas po’mejunjes pa’pillar los sueños. Que no, que yo te’igo, que el Florensio sabe mucho, po’diablo ¡claro! Po’lo que t’esia, que no se pu’estar tan calichao, ni buscando tantas perras pa’que andispués, se sus vayan los sueños y eso es joío, lo que yo te’iga. ¡Yeeeepa, como sus salgáis, sus enlomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que güeno bonica, tú a dar un paseico, ¿no?” (4)
Esta vez, es Ana la que no le deja tiempo para que continúe el anciano y le dice: “Florencio, quería llegarme a la ermita de la Virgen, ¿la sigue cuidando la tía Mercedes?, ya de camino, le doy un beso y las gracias a la Señora, por lo bien que crecen mis hijos y por la fami...”
Antes de que termine, el pastor le pisa las palabras: “Po’claro que la Mercedillas sigue en el cortijo y que ti’é a la Virgencica como los chorros del’oro, y ¡qué bonica qu’és, tan chiquitilla! Yo tos’los días paso por’allí, y le’igo que cuidie de mis ovejas y al Florensio. Güeno y po’tos también pio, qu’eta el mundo mu joío. Po’anda, que ya ha’soltao la singüeso a mis janchas, que no ta’dejao desir naica, ¡pa’una ve’que ti’é uno con quién jechar una habladuría!, qu’én fin, que ma’gustao verte y qu’etás mu mujerona. Vete con Dios y que traigas a tus mosuelos, pa’que vean a los aborreguillos mamar” (5)
Ella se despide dándole la mano: “Que Dios te guarde Florencio y no te preocupes, al anochecer estamos en tu casa”.
“¡Po su’sespero con un cachico queso y un joyico pan y aseite! ¡Y la bota vino, qu’el Pepe ha cosechao uno que quita el sentio! ¡Vete con Dios y aluego su’sespero!” (6)
Sigue camino de la ermita y piensa si se la encontrará como siempre. Si la tía Mercedes, seguirá tan dicharachera y tan buena mujer, como en los recuerdos de niña, la mantiene.
Mientras camina, da gracias a la vida por los momentos que acaba de pasar. Piensa, que cuando esté en casa y en el trabajo, y los días se hagan monótonos y pesados, tan sólo tendrá que recordar los momentos como el que acaba de pasar, para desear que lleguen las nuevas vacaciones, para dar gracias por los seres humildes, como Florencio, la tía Mercedes, sus padres y tantos otros que ha conocido a lo largo de su vida. Los paseos por el campo, el olor a pueblo, a hierbas silvestres y tantas cosas que la hacen feliz, siempre que vuelve al pueblo de su niñez. En su interior sabe, que no necesita nada más para sentirse bien consigo misma y está convencida, que estas emociones tan suyas, sabrá transmitirlas a sus pequeños, para que ellos también sepan apreciar y respetar, las personas y las cosas sencillas, la naturaleza tal como la deberíamos conservar, el trabajo duro de algunas personas, y tantas y tantas cosas, que en la ciudad no se aprecian y a veces, ni tan siquiera se sabe que existen, pero que son tan precisas como la comida que nos llevamos a la boca diariamente.
Y al ver a lo lejos, la casita de la tía Mercedes y la pequeña ermita, no puede evitar la emoción y las lágrimas que se deslizan por su rostro. Todo sigue igual. Ahora ha vuelto a tener diez años y se sabe cerca de sus padres y de todo lo que le ha hecho feliz siempre.
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(1) El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital dicen que está hecha un asquito, - y dudando -, ¿porque usted es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?”.
(2) “Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que te has puesto, así no hay quién te recuerde. Cuando te fuiste eras una mocosa, si andabas por el pajar con trenzas y calcetines cortos, si eras...., pero bueno, que bonita que te has puesto, la verdad es que dicen que la capital está hecha un asco, pero vosotras os ponéis muy bonitas, que leche. ¿Y cómo está la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mozuelos has tenido?, me dijo la Pascuala, que os habíais colocado muy bien, que tu marido ganaba muy buenos dineros y tú te habías hecho una mocita muy guapa, y vaya si no me engañó, vaya si es así“.
(3) .“Pues nada, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no está hecha para mí. Que cuando al Luís se le metió en la cabeza que fuéramos a ver a la Lola Flores, pues fuimos y no veas lo buena moza que era y como bailaba y cantaba, la muy jodida. Ya se murió, que Dios la tenga recogida (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se parecen a ella, la Lola, era una bailarina y una cantante de las buenas, ahora las que se ven por la tele, están escuálidas no son como la Lola y para cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me estoy poniendo chocho, cuidado que no lo recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿fue la hija, la que se casó con el matador? ¿Quieres creer que no lo recuerdo? ¡Ah, que sí, que fue la Piquer, la que te decía! Aquella si que cantaba de verdad y además, buena moza que era, que es lo que yo te digo, que ahora os quedáis escuálidas, que no queréis tener chichas y no puede ser, que las buenas mozas tienen que tener donde las puedan agarrar sus maridos, que después os quejáis de que se vayan a esos garitos que hay por las carreteras, donde las luces de colores y eso bueno estaba para el Luís y para mí, cuando volvíamos de ver a la Lola, porque es verdad, que el Luís y yo, somos muy hombres y cuando nos íbamos a la capital, nos podíamos permitir algunos gustillos, que para eso andábamos cuidando las ovejas de los señoritos todo el año. Pues lo que te decía, que la capital no es para mí, que yo con mis ovejas, mi navaja y un pedazo palo para hacer santos, soy el tío más feliz de la tierra”.
(4). “¡Pues ya ves!, ¿a que es salado?, Pues en dos días me lo hago y tan contento. Toma y se lo das al mocito del Doroteo, para que tenga un regalo del Florencio, para que vea que yo no me olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y nosotros somos gente sana y que nos acordamos de todos y que a ver, si traes a tus mozuelos y os doy leche recién ordeñada, que es la más buena, que ahora os las tomáis de esos cartones y eso no puede ser bueno, que te lo dice el Florencio; que después pasa como con los nietos de Antonio, que los puse a ordeñar y les daba asco y no querían beberla. Que en la escuela, no les enseñan que primero hay que ordeñar y luego, meterla en esos cartones o lo que sean, que no les decís, que los viejos del pueblo, andamos llevando y trayendo, las ovejas y las vacas al campo, para que luego, se tomen esas cosas que dicen son batidos, o que leche son, y para eso el queso, ¡donde se ponga un cacho (pedazo) de queso en aceite, con un pedazo pan maquilero (estilo de pan)!. Que no Anica, que les enseñáis a comer porquerías y a no comer bueno y luego mira como está la Josefa, con todos los huesos hechos añicos, y mira tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, todavía me corro todos los cerros y ni me amilano. Que luego vuelvo a la casa, me hago un buen remojón y a dormir como un borreguito recién amamantado y por ahí dicen, que andan todos los de la capital, con los sueños trocados y yendo a las boticas a por mejunjes para poder coger los sueños. Que no, que yo te lo digo, que el Florencio sabe mucho, por diablo ¡claro! Pues lo que te decía, que no se puede estar tan desmejorado, ni buscando tantos dineros para que después, se os vayan los sueños y eso es jodido, lo que yo te diga. ¡Yeeeepa, como os salgáis, os rompo el lomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que bueno bonita, tú a dar un paseo, ¿no?”.
(5). “Pues claro que la Mercedes sigue en el cortijo y que tiene a la Virgen como los chorros del oro, y ¡qué bonita que es, tan chiquita! Yo todos los días paso por allí, y le digo que cuide de mis ovejas y al Florencio. Bueno y por todos también pido, que está el mundo muy jodido. Pues anda, que ya he soltado la sin hueso (lengua) a mis anchas, que no te he dejado decir nada, ¡para una vez que tiene uno con quién echar una conversación!, que en fin, que me ha gustado verte y que estás muy mujer. Vete con Dios y que traigas a tus mozuelos, para que vean a los borreguitos mamar”.
(6). “¡Pues os espero con un pedazo de queso y un hoyo de pan y aceite! ¡Y la bota vino, que el Pepe ha cosechado uno que quita el sentido! ¡Vete con Dios y luego os espero!”.

nani. Septiembre 2007.




domingo, 2 de septiembre de 2007

EL INGENIOSO HIDALGO DE LA MANCHA

“Mamá, mamá, mida que me han degadado en el colezio”.
Viki es preciosa, de rostro especialmente característico. Sonrisa y mirada distinta al resto de niños, pero particularmente entrañable. Su cuerpo ha crecido bastante, pero no así, su sonrisa y su mirada.
Llega pletórica a casa, buscando a su madre con tanta alegría, que casi asusta a esta, de no ser por estar acostumbrada a dichas reacciones.
Sale al encuentro de la pequeña-gran niña y cuando se encuentran a medio camino, (pasillo que lleva a la cocina y de esta a la entrada); vuelve a gritar alegre: “Mamá mida que libo me han degadado en el colezio, mida, mida”.
La niña dice todo esto, mientras arrastra a la madre de una mano, para sentarse juntas como siempre, en el primer escalón de la escalera.
De nuevo, la pequeña-gran niña, entusiasmada continua: “Mamá, ez un cuento de un zeñó doco, ¡que diza! Ze enfara con los modinos y rize ¡zedá tonto!, que zon zigantes. ¡Qué diza mamá! ¡Anda mamá lee, vedás que chuli ez!”
La madre como tantas otras veces, coge el libro que le ofrece su hija. Es de pastas duras e ilustradas con la delgada figura de D. Quijote de la Mancha; más escuchimizado aún que en otros dibujos, para resultar gracioso a un niño. Unos gorditos molinos de viento con ojos asombrados y unas aspas, que salen de una especie de boca y a su vez estas, hacen las veces de brazos, para intentar protegerse de los arrebatos de tan extraño personaje.
“El Hidalgo Caballero, -empieza a leer la madre por la página que la niña le ha indicado-; arremete con los molinos que boquiabiertos no entienden, la locura que le ha dado al delgado y larguirucho hombre, que dice ser El Caballero de la Triste Figura; y que para estos defenderse de los ataques y falta de cordura del flacucho hombre, todos a una; improvisan una serie de remolinos inflando sus bocas y ayudados con sus aspas, consiguiendo una fuerte oleada de viento; que descargan sobre el extraño caballero, que al recibir el impacto; cae de su rocín y sale de estampida pegando sus tristes huesos contra el blanco muro del caserío, donde a las puertas; un pequeño y gordinflón hombrecito, se seca el sudor con el revés de la mano, sin dejar de gritar que su amo cada día que pasa, hace cosas más raras, que igual llama malandrines a los botijos de vino, como quiere hacerles creer, que los gigantes crecen a su paso como si se tratara de las sandías de la meseta y para colmo; ahora se pone a gritar a un ser imaginario, mirando al cielo y dirigiéndose al pobre Sancho, diciendo: “¡Esa paloma sobrevuela el peligro y como no se aparte, los gigantes la atraparán y se la comerán. Toma mi lanza escudero infame, y defiende a esa paloma y a tu señor, que de no acabar con los gigantes, ni tendremos ínsula, ni Aldonza, ni Dulcinea, ni….! ¿Pero no te das cuenta que esos gigantes acabarán con nosotros y no podremos reunirnos con los que nos esperan….?”
La madre sigue leyendo y la pequeña-gran niña, se troncha de risa, satisfecha y feliz, diciendo de nuevo:
“Mamá eztá doco, que diza, ze cree que los modinos zon zigantes y les pega, que tonto mamá, que tontito eztá….

nani. Septiembre 2007.