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jueves, 20 de marzo de 2025

LAS ARRUGAS DE LA SUPERVIVENCIA

 


Ilustración: Manuel Prego de Oliver (1915-1986).



A los que me enseñaron a valorar la vida

 

La miro y descubro en cada arruga, una experiencia. Las dos que están más pronunciadas y que surcan su frente, hablan de lo difícil que le resultó ser mujer en aquella aldea, rodeada de hombres acostumbrados a arrancar hierbas, preparar la árida tierra, dejar las semillas, arar, mirar el cielo esperando la lluvia y volver a casa ya anochecido, pasando primero por la taberna y llegar con la mente nublada. Ella comprendía que era grande la lucha de aquellos hombres rudos, siempre lidiando con las inclemencias del tiempo y la escasez de todo, pero, ¿quién la entendía a ella y su soledad? ¿A quién podía hablar de las grietas en sus pezones cuando sus hijos mamaban y no había otra cosa para aminorar el dolor, que morder el trapo de la cocina? ¿A quién podía hablar de su lucha por combatir el frío de las criaturas en las noches de invierno o cuando empezaban a ir a la escuela, con ropas zurcidas ciento de veces? Podría contar tantas cosas de las que he leído en esas dos arrugas que hasta si me esfuerzo, escucho el grito de impotencia y desesperación por la poca comprensión del mundo en que le ha tocado vivir.

Y si hablo de las arrugas que tiene en los pómulos y nariz, podría contar que son las que le produjo la exposición al sol, cuando iba a lavar al río, a tender la ropa y pañales diarios, las cobijas o cuando tenía que arrancar garbanzos, ayudar en la siega o la recolección de cualquier cereal que les proporcionaba el sustento diario.

Aunque las arrugas que me han conmovido más, son las de sus ojos y la comisura de la boca. A pesar de la dureza de su vida, también ha reído y eso se refleja en el brillo de sus pequeños ojos cada vez más reducidos y las que se le pronuncian aún más, cuando ríe con ganas y enseña alguna mella en su dentadura deteriorada y que coqueta tapa con su mano izquierda, para que sean menos visibles esas faltas, pero que a pesar de todo no reprime e incluso carcajea temblorosa por la edad, pero siempre con firmeza.

Y si miro esas manos que han cargado de todo y los surcos que las pueblan, me hablan de la fuerza que ha tenido para soportar cualquier experiencia impensable y, que han ayudado a su espalda a llevar la mochila de los días y…, te podría contar que esas arrugas ahí encontradas, son las que con más claridad hablan de cariño, paciencia, resignación y sobre todo, de amor por los suyos y por cualquier ser que por su puerta ha pasado pidiendo algo de comer, alguna ropa para cambiar por la que llevaba hecha harapos o dónde poder reposar por unas horas los huesos mal trechos del camino recorrido, para poder reponer fuerzas y continuar, porque siempre supo que todos llevaban cargas, arrugas en el alma y que con el paso del tiempo se quedaban selladas casi a fuego.

Esas arrugas me han dicho tanto, que podría hablar sin término de las vidas que solo tuvieron el sol que los calentaba y la luna que, con luz de plata los iluminaba.


Relato publicado en el Nº 38 de la Revista Pansélinos del mes de marzo. Podéis descárgala gratis, pinchando aquí 



Nani, marzo 2025

 

sábado, 22 de febrero de 2025

ESE ALMARIO



 Ogra de Kuo Jean Tseng

Me he despertado esta mañana con algo resuelto que por la noche me tuvo un poco desconcertado. He soñado que mi cuerpo estaba lleno de cavidades y he comprendido que son las maneras que tengo de almacenar mis recuerdos, experiencias (buenas y no tanto) y el día a día que he ido acumulando y, que no sabía cómo almacenar o gestionar.

He comprobado que en las piernas están guardadas las cicatrices de los tropezones cuando jugaba al futbol en el patio del colegio, o cuando caía y me raspaba las rodillas con la arcilla del camino. También están guardados aquellos dolores que decían mis padres se producían cuando crecía; aquello me llenaba de orgullo, ¡me estaba haciendo grande, menudo iluso! Aunque ahí está ese crecimiento que todos necesitamos, para hacernos adultos.

En la cintura y espalda, se han quedado las preocupaciones resueltas y las no tanto, por ello a veces tenía cólicos nefríticos. Desde que supe el motivo, intento gestionar mejor mis miedos y disgustos, y ya no tengo tantos problemas renales. Las lumbares a veces se me resienten, pero es que en ocasiones he levantado pesos innecesarios creyendo que tenía más fuerza de la que realmente disponía, otra cosa que debí aprender y gestionar con el tiempo. ¡No todo se puede conseguir con fuerza física! Lo triste es que deja secuelas, pero también me recuerdan que debí crecer en muchos aspectos.

En los brazos he guardado los abrazos recibidos y por dar. Tengo muchos todavía que no he usado y pesan, porque piden a gritos salir. Sé que debo superar mi timidez o esa cosa que me impide ser más natural y abrazar con una sonrisa y con afecto.

En la cabeza tengo muy marcados los pensamientos positivos y los negativos. Estos últimos son las barreras que me impiden realmente ser, ese quien deseo, pero necesito pulirlos un poco más, aunque sin demora porque el tiempo vuela y las oportunidades también se van perdiendo. De todas maneras, siempre he pensado que, si no cogemos cierto día el tren, podemos subirnos a un taxi o una bicicleta, lo importante es seguir hacía adelante. Y si estamos ya algo impedidos y un poco achacosos, los pasitos cortos también llegan al lugar de destino, por ello tenemos que dejar las excusas a un lado, sacudirnos los miedos y el polvo acumulado y seguir colocando y recolocando nuestro mejor almario, que a veces lo cargamos de inútiles pensamientos que solo nos hacen perder energías y detenernos en el lugar oscuro que creo decía aquel filósofo y sabio, y nos impide ver el verdadero camino.


Relato publicado en la Revista Pansélinos, nª 37, febrero 2025

Podéis descargaros la revista en el enlace:

https://drive.google.com/file/d/1R7IZSq1hc02IbmwXf9hvqTvKZ7kIlIee/view

 Sé que os está ocasionando confusión  el titulo del relato, pero según la Rae, “almario” es el lugar donde reside el alma.                   


Nani, febrero 2025

martes, 21 de enero de 2025

AGUA

 


Foto de mi autoría


Me ha despertado algo que parece choca contra los cristales de mi ventana.  Como el extraño ruido persiste, me levanto para ver si alguna rama roza, ya que me está desvelando y me produce un cierto malestar.

Con cautela me aproximo a la reja que hay en mi habitación, y miro a través del cristal.

Está mojado y empañado, ya que ha llovido. El agua ha sido la que ha producido ese tintinear en el cristal y la causante de mi despertar.

Hacía mucho tiempo que no llovía y al ver los cristales llenos de goterones, me ha dado un vuelco el corazón de alegría. Hacía tanto tiempo que no escuchaba ese tenue repique y motivo de mi desvelo, que ni recordaba su soniquete.

A partir de ese instante, he imaginado como bajaría el agua calle abajo, limpiando de polvo el asfalto y los zigzags que a lo largo de los distintos callejones va surcando, hasta llegar al arroyo. 

He pensado en la alegría que tendrán las hojas blanquecinas por el polvo, de los olivares al sentir la tibia ducha que los limpia y los deja respirar, así como sus raíces sedientas que, si pudieran, bailarían al son de los valses más deliciosos. ¿He dicho si pudieran? ¿Quién podría afirmar tal cosa? La naturaleza es tan mágica, que igual nos sorprenderíamos si realmente supiéramos que bailan, que lo mismo y a su manera lo hacen, sus raíces al menos se conectan.

He agudizado el oído para escuchar el tamborileo de la gotera enorme que hace el canalón roto, al chocar contra el macetón que hay a la derecha de la puerta de entrada. Seguro que mañana cuando salga para el trabajo, estará radiante la palmera que se secaba por días sin remedio.

También se habrá mojado la ropa que tenía tendida, pero bendito chaparrón que le ha caído. No hay prisa. A Dios gracias, hay otras mudas y la mojada ya tendrá tiempo de secarse, hasta la colada tendida lo va agradecer, como lo estarán celebrando los veneros, ríos, manantiales, fuentes y nacimientos fluviales. ¡Hasta los escasos lavaderos que aún quedan, darían saltos de alegría al verse rebozar!

Ya no me importaba el desvelo, porque era hora de celebrar y ver caer el agua o la vida que nos ofrece el ambiente.

Después de estar un buen rato viendo caer el maná líquido de manera acompasada, sacar las manos para que la belleza hecha fluido me las limpiara de tanta mugre que a lo largo de la vida vamos acumulando, decidí volver a la cama, pero por supuesto, sin cerrar la ventana. Deseaba escuchar su sonido en el silencio de la noche y me acunara con su hermosa nana. Esperaba quedarme dormido, sabiendo que el agua nos estaba ofreciendo su poder de auto abrillantado, para que siguiéramos reluciendo y respirando con la pureza del aire limpio.

Agradecía de antemano, la ducha que al levantarme iba a recibir. El vaso de agua que iba a beber junto al desayuno y el paraguas que iba a sacar, para ir al trabajo o quizá, ni lo abriría.

Y pensando en la belleza del agua, su delicadeza y la grandeza tan inmensa que tiene, a pesar de ser tan humilde a veces, debí quedarme dormido.

Al despertar en la mañana, he tenido la sensación de haber soñado que bajo la lluvia me mojaba como a mí me gusta, aunque he tenido que tirarme de la cama como un poseso, ya que o iba al váter o me pasaría lo que al bebé de la vecina cuando se queda sin pañal. ¡Es lo que tiene soñar con agua!

Más tarde, cuando me he aseado y me he ido al cotidiano trabajo, no he cogido nada para protegerme, deseaba recibir el chisporroteo en las mejillas. No me ha importado llegar mojado, porque hoy era la alegría y la vida la que me envolvía. El agua es la fuente de vida y por ello, siempre la celebro como lo único verdaderamente necesario. Sin el agua se nos terminaría todo, sin ser lo suficientemente conscientes de que es lo más vital, bello y natural que nos rodea.



Relato publicado en el Nº 36 de la revista Pansélinos. Os dejo el enlace para que podáis disfrutarla. 

 

Nani, Enero 2025

sábado, 20 de julio de 2024

EL LEGADO DE LAS ABUELAS

 



Cuando  se hacían mayores todas se adentraban en el  bosque. La leyenda decía que pasaban a otra dimensión.  Lo cierto es que sabían que sin vista y ya sin fuerzas no eran útiles al poblado y una boca que alimentar no compensaba, por eso asumían la tradición, así había sido y así se aceptó; nunca tuvieron ni siquiera la posibilidad de pensar si les gustaba o no y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, que con delicadeza retiró para que no la vieran las personas que en la habitación estaban. Su nieta se acercó y le limpio con su pañuelo, pidiéndole que llorara lo que hiciera falta, que aquello que les estaba narrando escocía demasiado para dejarlo dentro. Ella le sonrío y prosiguió su relato.

Cuando las madres las preparaban para pasar al siguiente tramo de sus vidas, sobre todo cuando manchaban de sangre la ropa del camastro, sabían que eran demasiado jóvenes, pero no para la tradición. Les hablaban del momento que había llegado. De que ya era la hora de formar una familia. De cómo la montaría el que los ancianos le destinaran para ser el padre de sus criaturas. Del día del parto y el de la retirada definitiva. Todo esto se hacía ese día que dejaban de ser niñas para pasar a ser mujeres sin vuelta atrás. La mayoría de las madres o abuelas, realizaban este ritual con delicadeza y lágrimas en los ojos que tragaban para no asustar a esa criatura, que de un día a otro había dejado de ser niña. Recordaban ese día que les tocó pasar por lo mismo y aunque hacía ya algunas lunas, no eran las suficientes para haber superado el miedo, el dolor y sobre todo, la soledad que día a día, era la herencia que les correspondía en ese mismo instante. El momento más duro era el de parir como siempre se le llamó (ahora se le nombra de otra manera más refinada)  ─dijo─, pero no le dirían nada a esa hija o nieta, no era cuestión de amedrentar a la criatura; todas sabían que cuando llegaba el momento por mucho dolor o soledad que se acumulara, se debían comportar como una loba y lamer a la criatura, arroparla con la jarapa que en la dote le correspondía, dar de mamar los primeros calostros, salir de allí cuando ya tuviera fuerzas y a luchar como todas lo habían hecho. Se retiraban al bosque solas con los primeros dolores como mandaron las leyes. Apoyadas en un fuerte árbol y agazapadas, desprovistas de todo lo que las oprimiera, aunque hiciera un frío de mil demonios, allí empujaban, chillaban, se retorcían y más tarde, atendían en soledad a sus crías como siempre se hizo. Si al cabo de dos días no volvían, eran la madre del esposo y la propia madre, las que buscaban imaginando que ya alguno de los miembros no vivía. Si era la madre la que había pasado a la otra dimensión, allí quedaba acompañando a las abuelas y las otras madres que no habían sido fuertes para afrontar las tradiciones; recogían al bebé si se le veía con fuerzas para afrontar la vida solo y criado con la leche de alguna tía o ama que se ofreciera; pero si la criatura era la que no respiraba, la propia madre hacía el ritual y allí quedaba para acompañar a sus ancestros. Después y con ayuda o sin ella, salía a seguir el combate que los antepasados habían impuesto.

Los hombres nunca entraban en el bosque, estaba vetado a ellos pero lo que nunca se dijo es que les producía tanto pavor solo pensarlo, que les hacía sudar casi el suero de la vida, pero de eso no se hablaba. Ellos estaban venerados y atendidos hasta el final. Pasaban al otro lado, cubiertos de mimos y de ritos en sus tiendas, rodeados por todas las mujeres e hijas de la familia, mientras que los varones jóvenes cazaban y luchaban por los territorios conquistados, por los cereales y frutos y por el orgullo donde escondían sus miedos, sus tradiciones y, sobre todo, por tapar las bocas de quien osara decir que aquellas tradiciones debían cambiar. A los dioses no se les podía ofender, siempre había sido así.

Solo las abuelas y madres sabían lo que les esperaba a sus hijas, por eso cuando se quedaban embarazadas llevaban alimentos a la colina de la fertilidad. En realidad, todas pedían que fuera un hijo, en lugar de una hija la que naciera. En el fondo de sus almas pedían que no les tocara pasar por lo que ellas habían vivido. Después, si era mujer aceptaban de nuevo, bajaban la mirada y lloraban como locas cuando se adentraban en el bosque, fuera para lo que fuera; era la única manera que tenían de sacar algún dolor que sabían impuesto e injusto.

Eso es todo o casi todo lo que os puedo contar, ─relató la abuelita con voz apagada. Quisiera ser la última mujer de nuestras tribus que pasa por todas esas cosas. Había costumbres muy bonitas también, pero cuando una mujer sangraba, ya dejaba los juegos y tenía que tejer, labrar la tierra, ir por el agua, criar a los hijos y, sobre todo, estar siempre sola y más, en la hora de ir con los espíritus.

Hoy sé que estaré con vosotros ─siguió relatando─. Tendré una mano y cruzaré el umbral con menos miedo y con serenidad. Espero que todo quede en historias para contar. Para que se sepa que no todo fue bonito y para que se recuerde que las cosas se pueden hacer de otra manera. Qué no por eso se es más fuerte, más hombre o mujer y que las religiones o las tradiciones pueden cambiarse y no por ello, los espíritus o los dioses se indignan, ni nos castigan. Cuando se hacen las cosas por miedo, se llega a los extremos y siempre habrá un verdugo y, por lo tanto, un miserable esclavo, porque el esclavo por desgracia siempre se siente miserable por mucho que duela decirlo, lo lleva gravado a fuego en la piel porque así se lo hicieron sentir.

 

 

Nani, julio 2024


lunes, 20 de mayo de 2024

CON EL TIEMPO JUSTO

 



Huyendo de Ucrania

Sale apresurada con su hija de la mano y el de seis meses en brazos.

Se colocó con anterioridad la mochila grande, en la que puso algunos pañales, sándwiches, unos pocos frutos secos que tuvo la precaución de comprar cuando ya se escucharon los primeros rumores, dos botellas de agua y mudas de los críos. Pesa, pero no le importa, debe salir cuanto antes y llegar a la estación de ferrocarril.

Iván se había ido el día anterior destrozado, porque lo requería su patria. ¡Eso le dijeron, pero maldita la gracia que le hacía, dejar a su familia a la aventura saliendo del país para llegar a no sabían dónde! Le prometieron acogerlos en el sur de España, alli viven unos primos.

Dio el último vistazo a su pequeño hogar, y cerró. No se paró ni se volvió a mirar lo que dejaba atrás. Tenían que llegar con tiempo y aunque no era muy lejos, llevaba demasiado peso que compensaba con la mochila, pero por más que le pedía a su pequeña que se diera prisa, eran pasos de seis añitos.  La niña no decía nada. Era como si percibiera que les pisaban los talones el ogro más feo de los cuentos del abuelo.

Le apenaba observar como de un día a otro, los niños habían dejado su inocencia en las casas, para huir con sus madres, sabiendo que sus padres se quedaban. No lo sabría precisar, pero en sus ojos se ve dolor, ese que nunca conseguirá arrancarle y que le marcará para siempre.

Algún padre volverá a reunirse con ellos, aunque la mayoría saben que les besaron y despidieron por última vez.

De golpe, la detuvo un fuerte tirón y sus pensamientos se paralizaron. Era la pequeña que había tropezado y caído sobre el agreste terreno. No lloraba a pesar del raspón que se había dado en la rodilla y que se veía a través del agujero que se hizo en sus gruesas medias de lana. Era como si a pesar de su corta edad, supiera que lo primordial era salir de allí.

Da las gracias por haber puesto otras medias en la mochila. Ya coserá estas en la ocasión que pueda. Puso un neceser con utensilios precisos, como yodo y agua oxigenada, pero en aquellos momentos, aunque debería curar la herida, sabe que no pueden detenerse.

Seguía la pequeña sin llorar y eso le partía el alma. ¿Cómo puede haber crecido tanto en tan poco espacio de días?, ─piensa─, cuando hacía tan sólo una semana se tiraba al suelo con una rabieta si no le daba una simple chuchería.

Le pesa el alma por tanto dolor, mucho más que el hijo que lleva en brazos y la mochila. Quisiera abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la quiere, pero ahora es más importante huir.

A lo lejos se escuchan los estruendos y no quiere que mire, ni hacerlo ella. ¡Siempre adelante mi niña, siempre adelante, ─piensaba para darse ánimos a sí misma─, ya queda poco!

Cuando se ve a lo lejos la estación, es la pequeña la que la señala y dice:

— ¡Mamí, mira el tren!

Le aprieta fuerte la mano y ella le corresponde.

Al entrar en la estación, le preguntan si tiene pasaje y con dificultad, les enseña los papeles que lleva preparados en el bolsillo del abrigo. Les dice que su marido lo dejó todo arreglado antes de incorporarse al ejército. Les dan un vistazo y asienten. Las hacen pasar a lo que fue la sala de espera, que está abarrotada, pero con un silencio sepulcral. ¿Cómo habiendo tantos niños no se escucha nada, a excepción de algún sollozo casi en silencio y el llanto de algún bebé?, ─repite para sus adentros─, es como si todos adivinaran que es un momento crucial y definitivo.

Se alegra de no haber retirado todavía la lactancia al pequeño. Al menos él estará alimentado y tranquilo, durante esta huida hacía no sabe dónde los lleve, ─sigue pensando.

Unas niñas que hay al lado y ocupan unos asientos, se levantan y se los ofrecen. Les agradece el gesto ¡tanto!, se le debe notar que están desfallecidas. La mujer pide a su pequeña que se siente con ellas, las tres apretaditas y ella ocupa una de las butacas, después de quitarse la mochila y dejarla a sus pies.

Siente un gran alivio al descargar algo de peso físico y el que le da saberse ya en la estación con sus pequeños. Ahora dependerá de cuando llegue el tren y como los ubiquen, pero ya está en el lugar donde hay más personas como ella y un poco arropada se siente.

Recuerda a sus padres que están intentando salir con su hermana pequeña, pero que aún no se han convencido del todo. Papá dice que se queda a defender lo que tiene y mamá, que le acompaña.  Al pensar en los tres, no puede evitar unas lágrimas que intenta disimular, para que el chiquitín que está enganchado a su alimento, no perciba la amargura que lleva por dentro, y su pequeña no vea a su madre triste.

Sonríe a la niña y con esfuerzo saca una botella de agua que le ofrece. Pobrecita mía, estará sedienta después de la caminata y ni ha rechistado, ─sigue pensando. La niña bebe con ganas y se queda casi dormida entre las otras dos chicas. Intenta instalar de nuevo la botella en el mismo lugar que había ocupado, pensando, que ojalá todas las familias ocupen de nuevo su lugar, aunque sea a duras penas, como acaba de hacer con la botella.


Relato publicado en el nº 28 de la revista PANSÉLINOS del mes de mayo 2024.

La puedes descargar y leer en el siguiente enlace. Espero que la disfrutes: 

https://drive.google.com/file/d/1sTXcCIrwuByByW4btgKWFZ4BN2H7OdfS/view?pli=1





Nani, Mayo 2024

jueves, 30 de noviembre de 2023

PAVOR NOCTURNO

 


Foto de Lope Canovaca "El ojo que todo lo ve"


Desde hace más de un año escucha unos ruidos que parecían insignificantes en apariencia, pero que cada día la mortifican más.

Cuando en el verano estuvieron con ella su hijo y familia, los escuchaba de vez en cuando, pero consiguió olvidarlos con las algarabías, los juegos y discusiones de los gemelos y su hermana que a pesar de ser 14 meses mayor, se cree dueña y señora de ellos y con el poder de manipular hasta al gato de la vecina de enfrente. Siempre ha sido para su hijo «la princesa de los cabellos de azafrán» y ella, una niña de cinco añitos se lo ha creído manipulando a su padre y a sus hermanitos.

─Por algo soy mayor y organizo los juegos e idas y venidas de mis hermanos, ─dice por norma y puesta en jarras la niña que apunta maneras.

No los deja hacer nada sin su autorización con las consecuentes discusiones e incluso en más de una ocasión, alguna guantada sonora que, a pesar de la diminuta mano al impacto con la carita de alguno de sus hermanos, hace sonar y dejar marca, lloros, pataletas y el reclamo de padres, abuela y todo ser viviente en su entorno.

Esto era lo que había escuchado en los últimos meses y cuando llegaba a conciliar el sueño después de todos los barullos organizados, los baños tras nadar en la piscina, las meriendas, los paseos en la alameda, las cenas unas veces de camino a casa y otras en la terracita o la cocina; al caer en la cama no alcanzaba ni a intentar recordar la mitad de las travesuras acontecidas y la innumerables alegrías que le produjeron los días de vacaciones, en compañía de cinco criaturas que quiere hasta hacerla olvidar el dolor de cadera o los dedos que ya se van pareciendo a la prótesis del Capitán Garfio.

Aunque lo del ruido es distinto. Ahora no están con ella y el silencio es mortal, se escucha hasta el aleteo de las pesadas moscas de otoño que se meten al calorcito del hogar, huyendo del fresco ambiente. Esas pesadas moscas que no la dejan gozar de esa buena novela que empezó antes de que ellos llegaran y que desea proseguir cuanto antes para llenar esos vacíos que se hacen cuesta arriba algunos días. Pero lo que más le molesta e incluso llega a asustarla, es cuando metida en la cama escucha ese ir y venir en el techo, que parece rozarle la frente y el cabello.

«Mis hijos se empecinaron en que viviera en este ático y no sé del todo si debí acceder», ─piensa.

Mamá hay ascensores, no tienes ningún problema para subir y bajar, está aireado y tiene una preciosa terracita que da al mar donde puedes terminar el día como siempre te ha gustado. Ver ponerse el sol como siempre has deseado. Y bueno, ir a la cama mecida por las olas y acunada por las nanas de las sirenas. ¡Eso era lo que nos contabas de pequeños, por eso mismo hemos pensado que es el lugar idóneo para ti! Soleado y calentito para el invierno y acondicionado para el verano. Quizá algo grande para ti solita, pero eres tú la que quieres que pasemos algunos meses de verano contigo y ya somos cinco nosotros y cuatro cuando viene mi hermana con su familia, ─le decían.

Al final la convencieron y ha estado feliz viviendo en este lugar, cuando eclipsada mira el mar. Recuerda y cree escuchar la sirena del barco cuando acercándose al puerto, la hacía sonar una, dos, tres veces y así hasta llegar a seis sonidos seguidos. De esta manera ella sabía que pasaba de largo, iba cerca o lejos o esa noche cenaría en casa y después, le contaría toda la travesía de varias semanas y… ¡qué pícaro llegó a ser!  ─pensó─, cuando le anunciaba que debía esperarlo vestida con aquel atuendo que tanto les gustaba y que le trajo de las islas; entonces hacía sonar la sirena siete veces y eran los chicos los que la avisaban por si no lo había escuchado bien. De todas maneras, cuando tuvo duda optó por esperarle siempre preparada y esa decisión la relajó, tan solo una vez se equivocó y se metió en la cama con pena. ¡Si hubiera sido en estos tiempos se hubieran llamado, pero entonces no había teléfonos móviles!

Por eso mismo no permitió que cambiaran sus muebles de siempre. Es verdad que le resultaba grande la cama, pero al mismo tiempo quería creer que aún le acompañaba e incluso le olía. Percibía su aroma y se sentía segura, sabía que de haber cambiado no hubiera conciliado el sueño como ahora le pasaba, pero no era otra cosa que aquellos pasos que sonaban encima de su cabeza y que la intranquilizaban. Era aquel ir y venir que no le daban seguridad y si palpitaciones. No se consideraba una mujer asustadiza, pero… Debió enfrentarse sola a casi todo cuando él estaba en alta mar y nunca le amedrantó ninguna dificultad. Supo solucionar cualquier imprevisto, pero esto de ahora la estaba desquiciando. No se sentía vieja ni chocha. Sabía que ya no era treintañera y no estaba tan activa y ágil, pero tener 68 años no significaba ser una vieja inútil.

«Hago mis compras, voy a nadar todos los días y al cine siempre que pasan una película interesante. Las tareas del hogar las resuelvo diariamente y si alguna vez me ayudan a hacer alguna limpieza general, acepto porque ellos se empeñan, aunque en el fondo lo agradezco, siempre he pensado que la limpieza es una de las tareas más ingratas y además, de esa manera me queda más tiempo para pasear, leer y hacer esas cosas imprevistas que nunca creí haría. No me pasó por la mente ni una sola vez, que expondría de nuevo y viajaría tanto. Me siento bien a pesar de echarle mucho de menos, pero también estoy haciendo muchas cosas que en su día dejé aparcadas y esto me conforta», ─piensa.

En esos pensamientos está cuando de nuevo escucha esas idas y venidas del techo y da un respingo que la sienta en la cama. El ruido esta vez ha sido más intenso y las palpitaciones la aceleran.

─ Mañana avisaré al portero ─se dice en voz baja para sentirse acompañada, pero sin ser del todo consciente─. Le diré que algo sucede ahí arriba todas las noches, pero me preocupa que me tome por una señora maniática y tonta, como comentan de la señora del cuarto derecha. Aunque esa señora la pobre, creo que está malita. ¡En fin a ver que hago mañana!

De nuevo se acurruca entre las sábanas y decide que cuando se levante hará lo que mejor aconseje el nuevo día y la lucidez después del descanso, ahora todo se hace más grande con la oscuridad y el cansancio. Aunque sigue pensando que no le gustan esos ruidos.

«¿Como es posible que cuando ellos estuvieron en casa me olvidara del problema? No quiero llamarlos ni inquietarlos, pero se ha sumado a la preocupación una mancha de humedad o algo así parece ser, que ha salido al techo de la cocina y cada día crece más e incluso, se descascarilla la pintura de manera galopante. ¡No esperaré más de dos días si todo sigue igual! Avisaré a un albañil y todo se solucionará, porque arreglará la humedad que seguro se ha producido con el movimiento de alguna teja y las primeras lluvias, además, ya tendrá que investigar qué es lo que producen esos galopes en la noche».

Con esa conformidad el sueño la vence, aunque no es lo suficiente reparador, porque a otro día cuando se levanta se siente algo cansada y recuerda haber soñado que en su tejado vivía un ser maligno de ojos enrojecidos y colmillos sanguinolentos. Se sonríe pensando que nunca le han dado miedo las películas o novelas de ese género, pero algo la estremece al recordar la preocupación que le producen los alborotos nocturnos de los últimos meses.

Escucha sentada en el filo de la cama y ahora con la luz del día todo parece normal. Las palomas saltando de un lado a otro posándose en las terracitas y más tarde, en el tejado y balcones. Se acerca a la ventana, sube la persiana y observa como unos pichones se arrullan con el despertar de un radiante sol, que apunta ya con un espléndido despertar.

«Me voy a recostar de nuevo ─piensa─. Estoy agotada y con la ventana entre abierta y la persiana subida descansaré algo más, aunque quedé en pasar por la casa de la cultura donde me han propuesto colaborar en un taller de manualidades y debo ultimar los horarios. Con unas cosas y otras casi lo olvido».

Cansada pero renovadas las ganas de hacer actividades nuevas, se mete en la ducha y mientras se arregla, enciende la pequeña radio que hay en la misma repisa de sus tarros y cremas.

«¡Me gusta saber cómo se quita las legañas el mundo y con la música que después sigue en la programación, me activo y renuevo energías!», ─siguió pensando.

Recoge su dormitorio, deja puesta la lavadora y bolso en mano, sale a hacer sus gestiones matinales, intentando olvidar el motivo que la tiene un poco maltrecha.

Al volver a casa saluda al portero y piensa que es el momento de comentarle su problema. Este sube con ella en el ascensor solícito como siempre. Entran en la cocina y observan la gran humedad y como la pintura se desprende y cuelga por algunos lados.

─ Voy a ir por una escalera para poder asegurarme del tipo de impregnación que produce esa descomunal mancha.

─ De acuerdo, mientras aprovecho para preparar una cafetera y nos tomamos el cafelito de media mañana, ¿le parece?

Cuando el portero se sube a la escalera y con la mano toca lo que parece el centro de la humedad, un ligero desprendimiento deja un agujero de unos tres centímetros. Sorprendido y curioso se sube al último peldaño, posa su ojo izquierdo en la abertura producida y al instante se retira con un grito que casi le hace caer de la escalera. La mujer grita al mismo tiempo y sujeta la escalera para que no caiga el hombre.

─ ¡Alguien me ha mirado!, ─dice el portero mientras baja como un poseso.

Con miedo, la mujer mira hacia arriba y observa que un ojo brilla y los observa. Sin poderlo evitar se agarra con fuerza al hombre, tiembla y se siente a punto del desmayo.

El hombre tras una carcajada, dice:

─Creo que estamos sacando esto de quicio, no puede haber nadie arriba. Por supuesto que voy subir y mirar el tejado.

Ella con el pavor que le han producido los días de insomnio y lo visto en los minutos últimos, lo sujeta diciendo de forma atropellada:

─ ¡No se vaya, ahí hay alguien que nos va a hacer daño, y si sube debe ir con alguien más!

─ No puede haber nadie en el tejado, ─dice el hombre con una sonrisa─, mientras sale del domicilio para subir al tejado.

Ella tiembla y sale tras el portero, pero se queda en la entrada sin ser capaz de ir más lejos y tampoco de entrar de nuevo en su piso.

Pasa un rato que a la mujer le parece interminable, cuando el portero aparece trayendo un gatito en sus brazos y comentando:

─ Señora, este es uno de los inquilinos del tejado y el que nos miraba desde el agujero. El muy travieso estaba con su patita haciendo el agujero más grande y le he cogido in situ. Hay una camada de prendas iguales y la gata madre me ha retado, pero no ha podido evitar que me quede con este truhan. Usted me dirá que hago con esta fierecilla. A por el resto subiré con mi hijo y unas jaulas para llevarlos a un veterinario amigo nuestro. Arreglaremos las tejas y el techo creo que yo mismo puedo hacerlo, de lo contrario, llamaremos a un albañil, pintaremos y todo solucionado.

Para cuando el hombre terminó de hablar, la mujer y el felino ya eran amigos.

─Bueno, creo que he conseguido un compañero, ¡no quiero pensar que pasará cuando venga la mandona de mi nieta! Hasta luego y muchas gracias.

«¡No permitiré que en adelante mi imaginación corra a tanta velocidad y vuelva a jugarme una pasada semejante!», ─piensa mientras se amonesta y sonríe.


Nani, Noviembre 2023


Relato publicado en el nº 22 de la Revista Pansélinos. 

https://drive.google.com/file/d/1cleqXRl58UGCpIdWmSF3BpE2fCwVIYAL/view

 

miércoles, 26 de octubre de 2022

CARA OCULTA

 


Relato Pùblicado en el nº 9 de la revista PANSELINOS. Puedes descargar todo el contenido pinchando aquí. Muy recomendable.

Soy sobrino de Isaac Victoriano Cúpula Faro, comandante de la NASA en activo, tripulante de vehículos espaciales y controlador del Rover Perdirace, al que admiro y adoro, desde que tengo uso de razón.

Siempre que estoy a su lado, le pido que me cuente todos los entresijos de su trabajo, de lo que se investiga en la NASA y de todo lo que en su entorno se sabe y se oculta. Sé que tío Isaac no puede revelar noticias que son exclusivas y se guardan en secreto, pero yo no me canso de preguntar a pesar de las insistentes advertencias de mamá, que me amenaza diciendo que dejará de verme, si sigo con mis persecuciones y mis constantes preguntas.

Hace unos meses que vino a comer a casa y le hice prometer que cuando fuera de nuevo a la cara oculta de la Luna, me llevaría. Creo que accedió, porque creería que yo desistiría en mis insistentes pedidos, pero cuando supe que se preparaba un nuevo viaje a mi lugar soñado, todos los días le llamaba, le mandaba buzones de voz e incluso, cartas escritas a su dirección postal. De esa manera, me aseguraba que no olvidara su promesa y me dejara en tierra a la hora de la verdad.

El domingo pasado vino a cenar a casa y me dijo que sus superiores no le autorizaban llevar a un niño, por muy sobrino suyo que fuera, ya que no era una persona adulta y preparada. Debía pensar en ir a la universidad cuando terminara mis estudios elementales, escogiendo algo relacionado con el espacio, además de prepararme para ejercer de astronauta, para así poder acompañarle, ─siguió diciendo.

Me decepcionó tanto su recomendación y me sentí tan ofendido, que le dije que era un mentiroso y que nunca más le creería, saliendo de la habitación y dando un portazo.

Me refugié en mi cuarto y lloré hasta quedar exhausto. Pasado un buen rato, escuché unos nudillos aporrear mi puerta y la voz del que creía mi amigo y héroe, diciendo que quería hablar conmigo. No quería que me viera con lo ojos hinchados de llorar y le dije que se fuera a la porra, pero insistió diciendo que no se iría hasta que habláramos. Al final accedí y abrí. Se sentó a mi lado en la cama y me dijo que, si podía preparar un viaje de placer, me llevaría. Que no pensara ni por un momento que me había mentido, sino que cumplía órdenes y que se debía a sus superiores. Intenté creerle y darle un voto de confianza, había sido siempre mi héroe y mi guía y era lo menos que podía hacer.

El tío Isaac seguía viniendo a casa. Yo continuaba mis estudios y un día coincidiendo con mi doce cumpleaños, el tío vino a traerme un regalo. Dentro de la caja había un pasaje a la cara oculta de la Luna. Saldríamos pasada una semana, coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa. Desde ese momento, no cabía en el pellejo. Lo único que me pidió el tío Isaac, era que no hiciera público nuestro viaje. Solo lo sabrían en casa y nadie más. No publicarlo era lo menos que me preocupaba, solo quería y deseaba. que llegara el momento de partir.

Cuando llegó dicho momento, me despedí de mis padres y hermanos y me introduje con mi mochila, en el coche rojo del tío. Salimos hacía unas naves desconocidas para mí y todo fue sucediendo, según me iba explicando el tío Isaac. Había un traje espacial preparado para mi tamaño y otro para el tío Isaac. Me pidió que fuera realizando los mismos movimientos que él mismo ejecutaba y pasado un tiempo, estábamos equipados y dispuestos. Pasamos a una cámara que nos trasladó a un ascensor. Pasados unos minutos, el tío Isaac me preguntó si realmente estaba decidido. No me salía la voz de la garganta y asentí como pude, porque pesaba todo el equipo tanto, que apenas podía ejecutar movimiento alguno. Más tarde, me dijo que me sentara a su lado. Me colocó unos cinturones, él hizo lo propio y comenzó a poner en órbita aquel vehículo espacial. Estaba tan emocionado viendo como salíamos de la atmosfera, dejábamos atrás las ciudades, los mares y la tierra, que no acertaba a decir palabra alguna. El tío me preguntó si iba bien o estaba mareado y solté un “No” rápido, para seguir empapándome de todo lo que ante mi vista se iba presentando.

El viaje continuó y yo no quitaba ojo de todo lo que a mi alrededor sucedía. A veces, pasaba un meteorito que me hizo dar un respingo, otras veces eran objetos muy rápidos y extraños, reflejos. Bolas de fuego, luces, basura espacial y todo un sinfín de acontecimientos desconocidos para mí que, al mismo tiempo, me impresionaban sobre manera. Pero llegó la hora en que empecé a cansarme y los ojos se me cerraban. Quería mantenerme despierto, pero llegó el sueño y me venció. No sé cuánto tiempo estuve dormido, solo sé que la voz del tío Isaac me despertó, diciendo que habíamos llegado a nuestro destino. No podía creerlo y de no haberlo impedido la escafandra, me hubiera restregado los ojos hasta dejarlos rojos como tomates. Lo que hice en cambio, fue abrirlos tanto que me dolían. No se veía gran cosa por las ventanillas, ya que según dijo tío Isaac, habíamos alunizado en la noche lunar, pero pasadas unas horas, vería todo lo que tantas ganas tenía. Mientras tanto, dijo que fuera a hacer mis necesidades como ya me había informado y habíamos hecho durante el viaje y también, a tomar nuestro alimento para pasar el día de manera relajada. 

El tiempo pasó entre unas cosas y otras y cuando quisimos darnos cuenta, entraba una gran luz por los ventanales.

Durante el viaje, tío Isaac me fue poniendo al día de todo lo que haríamos al alunizar. Cómo bajaríamos al pisar tierra y la manera en que nos desplazaríamos.  Me informó que no sería como siempre habíamos visto en las imágenes de los primeros astronautas en la Luna, sino que nuestra forma, sería mucho más natural, ya que había muchos adelantos puestos en práctica y nuestros trajes, aunque pesados, lo eran mucho menos e incluso no los necesitaríamos.

Nos dispusimos a abrir la escotilla que quedaba en un departamento que aislaba la nave de todo lo exterior y comenzamos a descender unas escaleras, que se fueron acoplando según tío Isaac iba ordenando. Cuando salí al primer rellano para descender, me quedé paralizado. No esperaba lo que mis ojos tenían delante. No había cráteres, ni arena desierta, sino que antes mis ojos había espectaculares edificaciones, en calles alumbradas, amplias y con mucho murmullo de personas que iban y venían. No necesitaban escafandra, pero sí unas mascarillas muy parecidas a las que habíamos usado durante la pandemia. Otros no las necesitaban, porque son autóctonos de la Luna y personas diferentes a nosotros, pero como he dicho, personas. Por lo que me contó tío Isaac, las mascarillas están impregnadas en un producto no nocivo, que ayuda a la respiración sea normal en la atmósfera lunar. Al pie de la nave, nos esperaba un comandante compañero de tío Isaac y sus hijos, que eran de mi edad años arriba o abajo. Nos condujeron en un coche muy parecido al que usan los militares, solo que las ruedas eran algo más grandes, hasta llevarnos a una bonita casa con forma de iglú cristalino y de grandes dimensiones, donde habían crecido en su interior plantas de todos los colores, formas y tamaños muy distintas a las que había visto hasta ese momento.

Cuando tuve un momento, le pregunté al tío Isaac cuál era la razón por la que no se contaba como era realmente la parte oculta de la Luna, ese hecho era el que más me llamaba la atención y me intrigaba. El tío sonrió e intentó aclarar mis dudas: “Sobrino, si se supiera, ya se habría destruido como tantas cosas que están en poder del ser humano. Se mantenía en secreto, para poder investigar con libertad y con personas verdaderamente honradas que intentan como recomponer la Tierra y proteger a todo ser humano que estuviera dispuesto a ser coherente, sincero y amante de la vida”.

Pasé allí los días más bonitos y luminosos de los que recuerdo. Hice amistad con aquellos chicos que después vinieron a casa. También de los autóctonos de los que aprendí muchísimo y  prometí seguir con mis estudios y ser uno más de los que continuaran con el proyecto “Cara Oculta”. Y, sobre todo, entendí hasta dónde puede llegar el ser humano, tanto para bien, como para mal.

Nani. Octubre 2022

viernes, 23 de septiembre de 2022

MAHSA

 


La foto es de Ele

Desde hoy me llamo Mahsa. Acabo de bajar a hacer la compra y me ha resultado todo un poco más caro que ayer, por ello tengo cara de vinagre.

Pero me he sentido aún peor, cuando he llegado a recoger la prensa (porque en casa no podemos leer online, no nos da el presupuesto). Como decía, recojo la prensa y he mirado lo primero las noticias internacionales. Ya me había dicho mi hija desde Teherán y a través de vía conferencia en el locutorio de la calle paralela a dónde resido y acudo semanalmente para saber de la familia, que andaba todo revuelto (mucho más que antes). He ido directa a ver si contaban algo de mi país. Con gran pena y enojo, compruebo que a Mahsa una chica joven, la habían encarcelado por llevar el velo mal puesto y se le veía algo de pelo (ya mi hija me comentó algo). Que la trasladaron a la comisaría para impartirle unas horas de reeducación y en la prensa de hoy, comunican que ha muerto en el hospital por sufrir un ataque al corazón. 

Parece que las mujeres se han tirado a la calle, queman velos y se cortan el pelo a sí mismas. Todo un caos con muertes incluidas.

Por todo ello, no puedo tener buen semblante y desde hoy como decía al principio, me voy a llamar Mahsa y por supuesto, ya saldré a la calle sin cubrirme el pelo para unirme a mis compatriotas y a tanta injusticia que hay por este mundo, en donde se dice que en nombre de Dios se hacen guerras, se humilla al género femenino, o personas que consideran diferentes.

 

La foto es de Ele

 

Si os apetece leer este finde, os dejo el enlace para que os descarguéis el nº 8 de la revista Panselinos.




Nani. Septiembre 2022

jueves, 21 de abril de 2022

DICEN QUE ERAN OTROS TIEMPOS

 


Relato publicado en la revista Nº 2 "Pansélinos", En el enlace siguiente podéis leerla:

https://drive.google.com/file/d/1yr27JhWq3kkZklX7KKgRBtDoL4k72qHl/view


Nací en una época dura, pero gracias a la familia, se suavizaban las carencias y todo lo que una situación semejante, acarrea. Recuerdo que los bocadillos de los niños, cuando salíamos a la plaza a jugar, nos sabían a gloria. El pan con aceite y azúcar el día que lo había o ese pan con manteca de la matanza, eran manjares de los dioses.

Luego, cuando volvíamos a casa mientras mamá preparaba las acelgas de la cena con unos ajitos, para que estuvieran más sabrosas; pedíamos a papá y mamá que nos contaran que les pasó, mientras eran jóvenes y la guerra les hizo vivir miedos, estallidos de bombas, carreras hasta el sótano cuando lo había o aquellos refugios improvisados que sus padres hicieron, para protegerlos en mitad de lo que había sido campo y siembra, aunque según nos contaban, lo pasaban mucho peor los familiares que vivían en el pueblo o las grandes ciudades que eran el objetivo de las bombas.

En particular me gustaba la historia de tío Juan, que fue cabrero hasta en los momentos más difíciles. Procuraba ir con las cabras, por los lugares donde había cuevas en los mismos tajos que rodeaban el pueblo y que le protegían en momentos de peligro, como cuando los aviones llegaban con una nueva carga de bombas que dejaban caer a diestro y siniestro. Esas cuevas siempre se habían utilizado para guardarse del calor, frío y lluvia, pero en aquellos momentos, eran su mejor refugio ante los desastres de la horrible guerra. Además, no quería alejarse demasiado. Dejaba a sus padres y hermanos en el pueblo, a merced de todo lo ruin que estaba sucediendo. Su misión era alimentar el ganado y gracias a su labor, había leche para los niños, abuelos y el alimento no faltaría a los lugareños; siempre podrían recurrir a un cabrito si no había otra cosa.  El tío Juan, llevaba el ganado a pastar por las encinas y las hierbas que crecían a desmadre, ya que los campesinos que podían labrar la tierra, estaban todos en el frente; creciendo las hierbas a su antojo, así como las zarzas y matojos, que las cabras ayudaban a que no crecieran demasiado, limpiando caminos y al mismo tiempo, consiguiendo alimento y buena leche. Los días que podía llevarlas a los tomillos, la leche tenía un aroma y sabor especial, ese que tanto gustaba a los abuelos y no tanto a los niños. Para los mayores que estaban protegidos y que sus piernas no le permitían salir a campear a sus anchas (podían llegar los bombarderos y no les diera tiempo a refugiarse), al menos les llevaba el sabor de todo lo que habían vivido cuando había libertad y alegría para sembrar, recoger e ir con el ganado a campo abierto, sin dificultad y con la lucha del día a día, que no era la que esos tristes años de conflicto, vivieron y sufrieron.

Más tarde nos contaba padre con lágrimas en los ojos, que hubo mucha miseria, mucha hambruna y mucha falta de todo, ¡hasta de cariño! Porque al que no le faltó un padre, fue un hermano o varios y siempre terminaba diciendo que todo esto que nos contaba no debíamos olvidarlo, porque si se olvida, es como si no hubiera sucedido y se podría repetir y esto era algo que todos debíamos tener siempre presente.

Esta parte era la que menos me gustaba, no por lo que padre expresaba, sino por verlo tan triste y por saber que escondía demasiado dolor en su pecho.

Mientras escuchaba las historias de padre, madre cocinaba y a veces la vi limpiarse con la manga unas lágrimas silenciosas que intentaba disimular.

Ahora, cuando veo los informativos o las discusiones de algunos políticos, me pregunto si alguna vez le contaron sus padres algo parecido o si ellos no tuvieron dificultades, porque de lo contrario, se abrazarían en lugar de insultarse, se respetarían y procurarían que todos los desvalidos de la tierra, tuvieran lo que les corresponde en lugar de pensar en hacer armas, misiles y lugares de exterminio. A veces, con todo el dolor pienso que en lugar de corazón tienen una piedra que ha ido rodando río abajo e incluso, hasta puede que esté tan desgastado que ni sienten, ni padecen. A veces dejo de creer en la humanidad, porque no tiene sentido que haya guerras, hambre, refugiados, xenofobia y todo lo que es ajeno a lo que se entiende por humanidad.

Pero eso lo pienso a veces, ya que sigo creyendo en el ser humano, en la fraternidad y sobre todo, en el amor. Una vez me dijeron que el ser humano es como un granito de arena. Todos esos granitos forman dunas y el ser humano, si se coge de la mano, hace vida, sonrisas y grandes dunas. Solo que como no les gusta hacer ruido, es como si no se les viera. ¡Pero están para dar! y eso es otra cosa que tampoco se percibe.


Nani. Abril 2022