Todos
los días desde que terminó el parvulario, la recogía el autobús escolar a dos
kilómetros de casa, lloviera, nevara, hiciera un sol de justicia, cayeran
pedruscos o chuzos de punta.
Más
tarde sus padres prefirieron dejarla interna en un colegio y allí comenzó su
tortura. Entre muchas cosas, dejó de escuchar la radio mientras cenaban y se
reían con las parodias de turno. No comprendía que debiera vestir con uniforme,
en casa siempre llevaba la ropa cómoda de las tareas del campo. Tampoco le
gustaba que la madre superiora le tirara del flequillo o las trenzas cuando no
hacía correcto el dictado o se equivocaba al multiplicar; pero lo que más le
angustiaba, era que le metiera la mano por debajo de la falda D. Mariano,
mientras a su lado hacía la lectura del día.
Nani
Canovaca. Enero 2018