Me
desperté con hambre de león y el llanto me ponía nervioso, sumándose a todo ello una gran inmovilidad. Me notaba apresado, encogido y muy mojado. Olía mal, quería salir
corriendo pero algo me lo impedía. Intenté relajarme pensando en unas tostadas
de tomate y jamón, un buen café y un paseo bajo los rayos del sol mañanero. De
pronto empecé a no entender nada. Mi madre que había fallecido hacía cinco
años, se acercaba y me besaba. Me susurraba cosas que no entendía, me
acariciaba y creí entender que debía cambiarme. Yo solo quería salir corriendo,
desayunar e irme al trabajo. Noté que me elevaba, me quitaba la humedad, me
limpiaba y se preparaba para darme de mamar. Me iba a volver loco, el llanto
era de un bebé hambriento y yo estaba dentro de él. Empecé a succionar su pecho
tibio y a sentir que me calmaba.
Nani.
Agosto 2018