Cuando
pasea por la avenida principal y ve las maravillas construidas por él, no puede
reprimir el deseo de tocar sus paredes, de evocarle y de verle en las sombras
que se permiten esas edificaciones, los ancianos y todo lo que le recuerda al
abuelo, aquel que quedó tirado en una cuneta un triste día de verano de 1936.
Siempre esa sombra alargada fue una constante en el seno de su familia. Su
madre le contó que su figura siempre la veía en su propia sombra. Ella era una
niña ─le decía, cuando el ya dejó de vivir físicamente, pero siempre le
acompañaba y le veía tras de ella cuando caminaba. Sí, la suya era la del él y
se lo repetía una y otra vez. Le veía en el legado que dejó y que en noches de
luna se reflejaba en el asfalto y aceras de la ciudad, así como en los días de
sol, brillando como zafiros en la diadema de una reina. En los lugares de la ciudad donde
permanece su obra y en otras muchas a las que fue a sentir sus latidos, porque
ella notaba en aquellos edificios las pulsaciones que allí vibraban. Estaban en
los patios andaluces y sus fuentes, donde el agua fluía de las bocas de las
ranas de porcelana, verdes y brillantes, dispuestas para saltar: “Las ranas”, como los lugareños llamaban a esas fuentes. En las celosías, balcones y rejas. Escaleras
de caracol, zócalos de estucos, azulejos,
techos con pinturas decorativas y todo lo que los edificios modernistas
del siglo XX, los caracteriza. Siempre su madre le dijo que le acompañaba
aquella sombra y por eso, no podía reprimir el impulso de tocar la piedra de
las fachadas (como ahora hacía ella también), aquellos zócalos, el mármol de
las escaleras, las rejas, admirar las fachadas, los balcones y no podía evitar sentir aquella congoja, cuando se enteraba que derruían uno de aquellos edificios que en su día
los declararon patrimonio; para convertirlo en un centro comercial abarrotado
de establecimientos de comida rápida, franquicias, música estridente y personas
tropezando unas con otras por no llevar la mirada al frente, sino posada en esos
dispositivos móviles que les absorben toda la atención.
La
que fue su enamorada acérrima y le tuvo una admiración rallando la devoción; murió
con la pena de no ver el reconocimiento de la insigne obra de aquel hombre (su
padre), que fue asesinado vilmente por las injusticias que provocan las
guerras, las envidias y el odio que incitan las miserias humanas.
Nani.
Septiembre 2019