martes, 28 de septiembre de 2010

ESE DÍA



Llevaba mucho tiempo haciéndole favores. A cambio, ese señorito le prometió sacar al hombre de su vida de la cárcel.

A él lo encerraron porque no soportaba que los señores les dejaran sin sopa. No admitió que los niños del pueblo se fueran a la cama sin haberse llevado en todo el día, un cachico pan. Se enfrentaba a ellos si apaleaban a los viejos del pueblo, cuando intentaban llevar lo que fuese a sus nietos. Los pobres ancianos sabían que ya tenían poco que perder y si podían agenciar unas uvas, manzanas o ciruelas, ¡buenas eran!

Se enfrentó a los que se decían caballeros y su hombría consistía en llevar a la cama a las mocitas. Para ellos era un triunfo estrenarlas y se jactaran de ello. No soportó nunca, que su madre volviera a casa derrotada y harta de limpiarles sus miserias, a cambio de un chusco y una manzana y por eso y otras cosas, le metieron en la cárcel, donde picaba piedras y lo encerraban en la celda de castigo si se revelaba contra el chulo de turno que jodía a todos.

Desde enero de 1935 estaba en el penal y ya contaban que la guerra había terminado. Su mujer le quería con todas sus fuerzas. La puta guerra no les había dado oportunidad de que se quedara preñada y ahora el asqueroso del general, le pedía sus favores prometiendo que haría lo posible por sacar a su marido de aquel antro asqueroso, húmedo y pestoso que era la cárcel de la ciudad. Ella que le dijo siempre que sería la madre de sus hijos, su esposa, su amante y su todo.

Había pasado ya demasiado tiempo y todo quedaba en promesas, falsas sonrisas y alguna vez, una botella de vino que se bebía mientras le metía mano y a la par, se emborrachaba y se volvía más miserable aún. A ella le dio siempre asco aquel baboso frustrado que en un principio, por miedo y falta de experiencia hizo que accediera a sus peticiones, pero ya no soportaba más la situación. Ahora, después de tanto tiempo de espera y de falta de esperanza, tanto le daba ir también a la cárcel, para el caso, su vida ya era una cárcel donde todo se volvía cada vez, más negro y triste. Ese hombre se estaba lucrando de su juventud y del amor que le tenía a su marido. Las esperanzas estaban perdidas. Los periódicos decían que las tropas estaban retiradas y el truhán que le había hipotecado la vida, se disculpaba diciendo que no podría conseguir nada, que las cosas habían cambiado y ya no tenía tanto poder.

Ese día, ella llevaba en el bolsillo del vestido las tijeras de cocina. Ese día, sabía que el asqueroso frustrado, no haría sufrir a ninguna otra mujer y mucho menos, presumir de virilidad. De un tijeretazo le quitó todos los humos.



Relato basado en un hecho real en época de guerra en mi ciudad.

Nani. Septiembre 2010.

jueves, 23 de septiembre de 2010

PENSAMIENTOS OTOÑALES


Así caminaba esta tarde. ©

Sigo caminando. Los pies cansados y un poco doloridos (o un mucho), pero siempre haciendo camino como dijo Machado.

Sigo caminando porque no concibo un mundo sin caminos y sin guijarros bajo mis plantas.

Sigo caminando con el peso a mis espaldas de lo perdido y con la sonrisa leve y serena de lo conseguido.

Sigo caminado porque necesito seguir buscando la luz y el destello de la verdad (mi verdad) y la sinceridad.

Sigo caminando para ver como nace el sol cada mañana, como se restriega los ojos y se despereza y como se acurruca entre sábanas de algodón otoñales al anochecer.

Sigo caminando para que el día comience con un proyecto nuevo, una meta medio realizada.

Sigo caminando para respirar el aire que me acaricia la cara.

Sigo caminando para encontrarme en el camino,

Sigo caminando para saber quién se esconde dentro de mí.

Sigo caminando para mirar mis pisadas y ver que me llevan a la persona.

Sigo caminado para que la luna me hable de cuentos de hadas.

Sigo caminando para encontrar almas gemelas.

Sigo caminando para seguir buscando.

Sigo caminando y buscando la vereda de la serenidad.

Sigo caminando, porque sin caminar me pierdo.

Nani. Septiembre 2010.




Esta tarde, así se ocultaba el sol. ©

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA MORA CAVA

(Vista de la Fortaleza de la Mota, tomada a la entrada de Alcalá la Real) ©

Susana, espero que después de leer este relato imaginarás de donde viene "La Mora Cava" (leyendas de mi ciudad). Este relato lo puse en los comienzos de este blob, por eso a alguno de vosotros os puede resultar familiar.

Dejó la cocina patas arriba. No podía continuar en aquel ambiente. Todos comían, reían, hablaban y ella traía bandejas de canapés, ensaladillas, vasos, bebidas y más llevar, más pedir, más... Nadie la echaba en falta, hasta que cansada se sentó en un taburete de la cocina con los codos apoyados en la pequeña barra.
De pronto, la voz de su marido la saca del ensimismamiento: "Pero María, ¿es que estás dormida?, te estamos pidiendo más canapés, las bandejas están vacías. Que te estoy hablando, despierta".
Ella le mira casi en sueños. No está equivocado, dormida no, pero sí soñando, porque de lo contrario..., ¿quién aguantaría todo esto?
Se levanta del taburete y sale delante de él.
El marido sigue gritando: "¿Adonde vas, pero que haces, estás loca?".
Ella pasa entre los invitados de su marido, entra en el dormitorio y al instante sale con un abrigo de paño algo deslucido y anticuado. Coge el bolso que tiene colgado en el perchero de la entrada, dejando a su marido perplejo. Abre la puerta y desaparece después de dar un fuerte tirón con decisión.
Se encamina como casi siempre que necesita respirar hacía el castillo árabe. Allí se siente libre, el aire le golpea la cara, la ropa, todo su cuerpo y nota que se limpia de tanta falsedad, de tanta burguesía, de tanta diplomacia, de tanto… y ¿para qué?- se pregunta. Ya está bien de ser servidora, ya está bien de ser..., aquí soy la princesa de este castillo, aquí soy "Cava la Sultana".
Se dirige a una pared cubierta de hiedra. La aparta y aparece la entrada de una cueva. Tan solo ella sabe de dicha entrada y de la existencia de la mencionada cueva.
Su padre había sido guarda del entorno y este fue el gran secreto de padre e hija.
Entra con desenvoltura. Coge las cerillas que lleva en el bolso y enciende un velón que hay a la izquierda. Se ilumina la estancia. Es una cueva amplia y húmeda, pero a ella no le importa, incluso el olor le gusta. ¡Ha pasado tan buenos ratos aquí! Se dirige al fondo donde hay una gran caja de madera. La abre y saca de ella una especie de túnica de seda de color violeta. El velo es de gasa del mismo color. Las babuchas también de seda, llevan incrustadas cuentas de cristal de diferentes colores. Se desviste y mecánicamente se coloca las ropas árabes. Antes de ponerse el velo, quita las horquillas y su pelo largo y negro se deja caer por el peso. Brilla de forma especial a la luz de las velas que fue encendiendo y que están distribuidas por la rupestre habitación. Para colocarse el velo, se encamina hacía un antiguo espejo que hay colgado encima del cajón de madera que ahora hace las veces de tocador. Se lo pone de tal manera, que ahora la mujer que hay frente al espejo es una hermosa dama árabe de ojos rasgados y muy negros, labios rosados y bastante atractivos. Al llegar a este punto, con un impulso recoge el velo y se cubre la parte inferior del rostro, solo deja al descubierto los ojos que brillan como nunca. Se aparta un poquito para mirarse de cuerpo entero en el espejo. "Todo está correcto"- se dice.
Mira hacía la derecha. Allí en una cantarera de madera hay introducidas tres vasijas de barro. Coge una de ellas, se la apoya en la cintura y sale afuera apartando con mucho cuidado la hiedra. Con mimo la deja caer de nuevo para tapar la antigua entrada. Con una gracia inusitada en la mujer que había salido de aquella fiesta, desciende el atajo que la lleva a la "Fuente de la Mora". Sabe que allí la espera el soldado cristiano y dueño de su amor. El la deja coger agua para su madre enferma, ya que en el castillo se han terminado las reservas. Los cristianos como les quieren expulsar han cerrado todos los accesos al agua, así tendrán que salir o de lo contrario, morirán de sed.
No tarda en descubrir a su amado. La espera tan apuesto como siempre sentado al borde del manantial. El caballo lo ha dejado algo apartado y atado al ciprés milenario, ese que se ve desde el cerro de enfrente.
Se abrazan y ella se refugia en su pecho llorando de emoción, ¡hacía tantos días que no se veían! Con mucha ternura, él le seca las lágrimas con sus labios y después, la besa como nunca, como si hoy en todos los actos que ejecutan, les fuera la vida. Están más emocionados que otras veces, como si presintieran que quedaba poco tiempo y tuvieran que aprovechar cada instante, como si del último se tratara.
Así pasan las horas y al amanecer, ella recoge el cántaro, lo llena de agua y se lo coloca en la cintura. Él la besa de nuevo con tanta ternura, que tanto ella como él se estremecen de pies a cabeza. La tiene que sujetar porque presiente que le flaquean las piernas. No tienen que decirse nada, tan solo se miran, con eso basta. Después, muy despacio y como si se tratara de un rito, de nuevo le cubre el rostro con el velo.
El soldado lentamente se retira y acercándose al caballo, coge las riendas, monta en él y muy despacio, se va perdiendo entre la espesura del bosquecillo.
Como si le costara apartarse del entorno, comienza a subir muy lentamente el atajo que le llevará de nuevo al castillo. Antes de llegar de vuelta a la cueva, "Cava la Sultana" pasa frente a "Angelillas la loca" como la llaman en el pueblo. Sigue adelante sin decir nada. Angelillas la loca se restriega los ojos creyendo que ve una aparición.
Cuando Angelillas la loca baja al pueblo, llega a la taberna y después va a la plaza del ayuntamiento. A todos cuenta lo que ha visto en el castillo: "Si, es una mora muy elegante, igual que una princesa y además, llevaba un cántaro a la cintura".
Como siempre, los habitantes del pueblo se ríen de ella y la convidan a vino para poder mofarse a sus anchas de la pobre mujer. Luego, en la plaza del pueblo cuando habla, sentada en un banco hay una señora con abrigo de paño algo deslucido y pelo recogido, que la escucha con especial atención y dulce sonrisa que se desvanece en el aire frío de invierno, junto a un suspiro muy hondo y helado, que a los habitantes de aquella plazoleta les ha hecho estremecer. Después, se levanta y dirigiéndose a Angelillas la loca, le dice: "Angelillas, que sabrán estos de historia, de amores en esas murallas y piedras viejas, que sabrán. Anda, vamos a tomar una sopa caliente en mi cocina y mientras tanto, te voy a contar la historia de una mora y un cristiano, que todavía tienen amores, allí donde tú ves a "Cava la Sultana".
Nani. Septiembre 2010.