El metro seguía su recorrido. En las paradas el natural bullicio de bajar y subir pasajeros. Mientras, el señor que lee todos los días en el mismo asiento de siempre, sigue absorto en las páginas de un libro. Cada vez que el metro hace una parada, levanta mecánicamente la vista de las hojas y observa por un instante (se diría sin ver) el concurrir de seres que van y vienen, sin apenas percatarse si son humanos los que salen y entran. La lectura que normalmente escoge es amena y le hace más llevadero el recorrido diario. Cuando de nuevo hace una parada el vehículo, sube una chica que ocupa el asiento libre que ha quedado a su lado. Esta le saluda y se fija en el título del libro que sostiene en sus manos. La chica ha leído reseñas de ese ejemplar y le pregunta sin pararse a pensar un segundo, si le está gustando esa lectura. Le comenta que ha leído y escuchado bastante sobre ese autor y título y poco a poco se sumergen en una conversación llena de personajes, historias y vidas que por azar a los dos les apasionan y sin apenas darse cuenta, se encuentran en el lugar de destino que también el azar ha hecho que sea el mismo. Como perciben que ha quedado mucha conversación pendiente, han quedado en tomar el café de media mañana y terminar la conversación. A partir de ahí, los viajeros del metro no imaginan que les tiene el destino deparado y hasta donde les puede llevar el título de un libro. Ahora son ellos los que se han convertido en protagonistas de una historia y puede que este narrador que hoy le toca contar, sea partícipe de un desenlace interesante, aterrador, emocionante o simplemente, sin mucho interés.
Nani. Diciembre 2011.