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jueves, 20 de marzo de 2025

LAS ARRUGAS DE LA SUPERVIVENCIA

 


Ilustración: Manuel Prego de Oliver (1915-1986).



A los que me enseñaron a valorar la vida

 

La miro y descubro en cada arruga, una experiencia. Las dos que están más pronunciadas y que surcan su frente, hablan de lo difícil que le resultó ser mujer en aquella aldea, rodeada de hombres acostumbrados a arrancar hierbas, preparar la árida tierra, dejar las semillas, arar, mirar el cielo esperando la lluvia y volver a casa ya anochecido, pasando primero por la taberna y llegar con la mente nublada. Ella comprendía que era grande la lucha de aquellos hombres rudos, siempre lidiando con las inclemencias del tiempo y la escasez de todo, pero, ¿quién la entendía a ella y su soledad? ¿A quién podía hablar de las grietas en sus pezones cuando sus hijos mamaban y no había otra cosa para aminorar el dolor, que morder el trapo de la cocina? ¿A quién podía hablar de su lucha por combatir el frío de las criaturas en las noches de invierno o cuando empezaban a ir a la escuela, con ropas zurcidas ciento de veces? Podría contar tantas cosas de las que he leído en esas dos arrugas que hasta si me esfuerzo, escucho el grito de impotencia y desesperación por la poca comprensión del mundo en que le ha tocado vivir.

Y si hablo de las arrugas que tiene en los pómulos y nariz, podría contar que son las que le produjo la exposición al sol, cuando iba a lavar al río, a tender la ropa y pañales diarios, las cobijas o cuando tenía que arrancar garbanzos, ayudar en la siega o la recolección de cualquier cereal que les proporcionaba el sustento diario.

Aunque las arrugas que me han conmovido más, son las de sus ojos y la comisura de la boca. A pesar de la dureza de su vida, también ha reído y eso se refleja en el brillo de sus pequeños ojos cada vez más reducidos y las que se le pronuncian aún más, cuando ríe con ganas y enseña alguna mella en su dentadura deteriorada y que coqueta tapa con su mano izquierda, para que sean menos visibles esas faltas, pero que a pesar de todo no reprime e incluso carcajea temblorosa por la edad, pero siempre con firmeza.

Y si miro esas manos que han cargado de todo y los surcos que las pueblan, me hablan de la fuerza que ha tenido para soportar cualquier experiencia impensable y, que han ayudado a su espalda a llevar la mochila de los días y…, te podría contar que esas arrugas ahí encontradas, son las que con más claridad hablan de cariño, paciencia, resignación y sobre todo, de amor por los suyos y por cualquier ser que por su puerta ha pasado pidiendo algo de comer, alguna ropa para cambiar por la que llevaba hecha harapos o dónde poder reposar por unas horas los huesos mal trechos del camino recorrido, para poder reponer fuerzas y continuar, porque siempre supo que todos llevaban cargas, arrugas en el alma y que con el paso del tiempo se quedaban selladas casi a fuego.

Esas arrugas me han dicho tanto, que podría hablar sin término de las vidas que solo tuvieron el sol que los calentaba y la luna que, con luz de plata los iluminaba.


Relato publicado en el Nº 38 de la Revista Pansélinos del mes de marzo. Podéis descárgala gratis, pinchando aquí 



Nani, marzo 2025

 

sábado, 20 de julio de 2024

EL LEGADO DE LAS ABUELAS

 



Cuando  se hacían mayores todas se adentraban en el  bosque. La leyenda decía que pasaban a otra dimensión.  Lo cierto es que sabían que sin vista y ya sin fuerzas no eran útiles al poblado y una boca que alimentar no compensaba, por eso asumían la tradición, así había sido y así se aceptó; nunca tuvieron ni siquiera la posibilidad de pensar si les gustaba o no y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, que con delicadeza retiró para que no la vieran las personas que en la habitación estaban. Su nieta se acercó y le limpio con su pañuelo, pidiéndole que llorara lo que hiciera falta, que aquello que les estaba narrando escocía demasiado para dejarlo dentro. Ella le sonrío y prosiguió su relato.

Cuando las madres las preparaban para pasar al siguiente tramo de sus vidas, sobre todo cuando manchaban de sangre la ropa del camastro, sabían que eran demasiado jóvenes, pero no para la tradición. Les hablaban del momento que había llegado. De que ya era la hora de formar una familia. De cómo la montaría el que los ancianos le destinaran para ser el padre de sus criaturas. Del día del parto y el de la retirada definitiva. Todo esto se hacía ese día que dejaban de ser niñas para pasar a ser mujeres sin vuelta atrás. La mayoría de las madres o abuelas, realizaban este ritual con delicadeza y lágrimas en los ojos que tragaban para no asustar a esa criatura, que de un día a otro había dejado de ser niña. Recordaban ese día que les tocó pasar por lo mismo y aunque hacía ya algunas lunas, no eran las suficientes para haber superado el miedo, el dolor y sobre todo, la soledad que día a día, era la herencia que les correspondía en ese mismo instante. El momento más duro era el de parir como siempre se le llamó (ahora se le nombra de otra manera más refinada)  ─dijo─, pero no le dirían nada a esa hija o nieta, no era cuestión de amedrentar a la criatura; todas sabían que cuando llegaba el momento por mucho dolor o soledad que se acumulara, se debían comportar como una loba y lamer a la criatura, arroparla con la jarapa que en la dote le correspondía, dar de mamar los primeros calostros, salir de allí cuando ya tuviera fuerzas y a luchar como todas lo habían hecho. Se retiraban al bosque solas con los primeros dolores como mandaron las leyes. Apoyadas en un fuerte árbol y agazapadas, desprovistas de todo lo que las oprimiera, aunque hiciera un frío de mil demonios, allí empujaban, chillaban, se retorcían y más tarde, atendían en soledad a sus crías como siempre se hizo. Si al cabo de dos días no volvían, eran la madre del esposo y la propia madre, las que buscaban imaginando que ya alguno de los miembros no vivía. Si era la madre la que había pasado a la otra dimensión, allí quedaba acompañando a las abuelas y las otras madres que no habían sido fuertes para afrontar las tradiciones; recogían al bebé si se le veía con fuerzas para afrontar la vida solo y criado con la leche de alguna tía o ama que se ofreciera; pero si la criatura era la que no respiraba, la propia madre hacía el ritual y allí quedaba para acompañar a sus ancestros. Después y con ayuda o sin ella, salía a seguir el combate que los antepasados habían impuesto.

Los hombres nunca entraban en el bosque, estaba vetado a ellos pero lo que nunca se dijo es que les producía tanto pavor solo pensarlo, que les hacía sudar casi el suero de la vida, pero de eso no se hablaba. Ellos estaban venerados y atendidos hasta el final. Pasaban al otro lado, cubiertos de mimos y de ritos en sus tiendas, rodeados por todas las mujeres e hijas de la familia, mientras que los varones jóvenes cazaban y luchaban por los territorios conquistados, por los cereales y frutos y por el orgullo donde escondían sus miedos, sus tradiciones y, sobre todo, por tapar las bocas de quien osara decir que aquellas tradiciones debían cambiar. A los dioses no se les podía ofender, siempre había sido así.

Solo las abuelas y madres sabían lo que les esperaba a sus hijas, por eso cuando se quedaban embarazadas llevaban alimentos a la colina de la fertilidad. En realidad, todas pedían que fuera un hijo, en lugar de una hija la que naciera. En el fondo de sus almas pedían que no les tocara pasar por lo que ellas habían vivido. Después, si era mujer aceptaban de nuevo, bajaban la mirada y lloraban como locas cuando se adentraban en el bosque, fuera para lo que fuera; era la única manera que tenían de sacar algún dolor que sabían impuesto e injusto.

Eso es todo o casi todo lo que os puedo contar, ─relató la abuelita con voz apagada. Quisiera ser la última mujer de nuestras tribus que pasa por todas esas cosas. Había costumbres muy bonitas también, pero cuando una mujer sangraba, ya dejaba los juegos y tenía que tejer, labrar la tierra, ir por el agua, criar a los hijos y, sobre todo, estar siempre sola y más, en la hora de ir con los espíritus.

Hoy sé que estaré con vosotros ─siguió relatando─. Tendré una mano y cruzaré el umbral con menos miedo y con serenidad. Espero que todo quede en historias para contar. Para que se sepa que no todo fue bonito y para que se recuerde que las cosas se pueden hacer de otra manera. Qué no por eso se es más fuerte, más hombre o mujer y que las religiones o las tradiciones pueden cambiarse y no por ello, los espíritus o los dioses se indignan, ni nos castigan. Cuando se hacen las cosas por miedo, se llega a los extremos y siempre habrá un verdugo y, por lo tanto, un miserable esclavo, porque el esclavo por desgracia siempre se siente miserable por mucho que duela decirlo, lo lleva gravado a fuego en la piel porque así se lo hicieron sentir.

 

 

Nani, julio 2024


jueves, 30 de noviembre de 2023

PAVOR NOCTURNO

 


Foto de Lope Canovaca "El ojo que todo lo ve"


Desde hace más de un año escucha unos ruidos que parecían insignificantes en apariencia, pero que cada día la mortifican más.

Cuando en el verano estuvieron con ella su hijo y familia, los escuchaba de vez en cuando, pero consiguió olvidarlos con las algarabías, los juegos y discusiones de los gemelos y su hermana que a pesar de ser 14 meses mayor, se cree dueña y señora de ellos y con el poder de manipular hasta al gato de la vecina de enfrente. Siempre ha sido para su hijo «la princesa de los cabellos de azafrán» y ella, una niña de cinco añitos se lo ha creído manipulando a su padre y a sus hermanitos.

─Por algo soy mayor y organizo los juegos e idas y venidas de mis hermanos, ─dice por norma y puesta en jarras la niña que apunta maneras.

No los deja hacer nada sin su autorización con las consecuentes discusiones e incluso en más de una ocasión, alguna guantada sonora que, a pesar de la diminuta mano al impacto con la carita de alguno de sus hermanos, hace sonar y dejar marca, lloros, pataletas y el reclamo de padres, abuela y todo ser viviente en su entorno.

Esto era lo que había escuchado en los últimos meses y cuando llegaba a conciliar el sueño después de todos los barullos organizados, los baños tras nadar en la piscina, las meriendas, los paseos en la alameda, las cenas unas veces de camino a casa y otras en la terracita o la cocina; al caer en la cama no alcanzaba ni a intentar recordar la mitad de las travesuras acontecidas y la innumerables alegrías que le produjeron los días de vacaciones, en compañía de cinco criaturas que quiere hasta hacerla olvidar el dolor de cadera o los dedos que ya se van pareciendo a la prótesis del Capitán Garfio.

Aunque lo del ruido es distinto. Ahora no están con ella y el silencio es mortal, se escucha hasta el aleteo de las pesadas moscas de otoño que se meten al calorcito del hogar, huyendo del fresco ambiente. Esas pesadas moscas que no la dejan gozar de esa buena novela que empezó antes de que ellos llegaran y que desea proseguir cuanto antes para llenar esos vacíos que se hacen cuesta arriba algunos días. Pero lo que más le molesta e incluso llega a asustarla, es cuando metida en la cama escucha ese ir y venir en el techo, que parece rozarle la frente y el cabello.

«Mis hijos se empecinaron en que viviera en este ático y no sé del todo si debí acceder», ─piensa.

Mamá hay ascensores, no tienes ningún problema para subir y bajar, está aireado y tiene una preciosa terracita que da al mar donde puedes terminar el día como siempre te ha gustado. Ver ponerse el sol como siempre has deseado. Y bueno, ir a la cama mecida por las olas y acunada por las nanas de las sirenas. ¡Eso era lo que nos contabas de pequeños, por eso mismo hemos pensado que es el lugar idóneo para ti! Soleado y calentito para el invierno y acondicionado para el verano. Quizá algo grande para ti solita, pero eres tú la que quieres que pasemos algunos meses de verano contigo y ya somos cinco nosotros y cuatro cuando viene mi hermana con su familia, ─le decían.

Al final la convencieron y ha estado feliz viviendo en este lugar, cuando eclipsada mira el mar. Recuerda y cree escuchar la sirena del barco cuando acercándose al puerto, la hacía sonar una, dos, tres veces y así hasta llegar a seis sonidos seguidos. De esta manera ella sabía que pasaba de largo, iba cerca o lejos o esa noche cenaría en casa y después, le contaría toda la travesía de varias semanas y… ¡qué pícaro llegó a ser!  ─pensó─, cuando le anunciaba que debía esperarlo vestida con aquel atuendo que tanto les gustaba y que le trajo de las islas; entonces hacía sonar la sirena siete veces y eran los chicos los que la avisaban por si no lo había escuchado bien. De todas maneras, cuando tuvo duda optó por esperarle siempre preparada y esa decisión la relajó, tan solo una vez se equivocó y se metió en la cama con pena. ¡Si hubiera sido en estos tiempos se hubieran llamado, pero entonces no había teléfonos móviles!

Por eso mismo no permitió que cambiaran sus muebles de siempre. Es verdad que le resultaba grande la cama, pero al mismo tiempo quería creer que aún le acompañaba e incluso le olía. Percibía su aroma y se sentía segura, sabía que de haber cambiado no hubiera conciliado el sueño como ahora le pasaba, pero no era otra cosa que aquellos pasos que sonaban encima de su cabeza y que la intranquilizaban. Era aquel ir y venir que no le daban seguridad y si palpitaciones. No se consideraba una mujer asustadiza, pero… Debió enfrentarse sola a casi todo cuando él estaba en alta mar y nunca le amedrantó ninguna dificultad. Supo solucionar cualquier imprevisto, pero esto de ahora la estaba desquiciando. No se sentía vieja ni chocha. Sabía que ya no era treintañera y no estaba tan activa y ágil, pero tener 68 años no significaba ser una vieja inútil.

«Hago mis compras, voy a nadar todos los días y al cine siempre que pasan una película interesante. Las tareas del hogar las resuelvo diariamente y si alguna vez me ayudan a hacer alguna limpieza general, acepto porque ellos se empeñan, aunque en el fondo lo agradezco, siempre he pensado que la limpieza es una de las tareas más ingratas y además, de esa manera me queda más tiempo para pasear, leer y hacer esas cosas imprevistas que nunca creí haría. No me pasó por la mente ni una sola vez, que expondría de nuevo y viajaría tanto. Me siento bien a pesar de echarle mucho de menos, pero también estoy haciendo muchas cosas que en su día dejé aparcadas y esto me conforta», ─piensa.

En esos pensamientos está cuando de nuevo escucha esas idas y venidas del techo y da un respingo que la sienta en la cama. El ruido esta vez ha sido más intenso y las palpitaciones la aceleran.

─ Mañana avisaré al portero ─se dice en voz baja para sentirse acompañada, pero sin ser del todo consciente─. Le diré que algo sucede ahí arriba todas las noches, pero me preocupa que me tome por una señora maniática y tonta, como comentan de la señora del cuarto derecha. Aunque esa señora la pobre, creo que está malita. ¡En fin a ver que hago mañana!

De nuevo se acurruca entre las sábanas y decide que cuando se levante hará lo que mejor aconseje el nuevo día y la lucidez después del descanso, ahora todo se hace más grande con la oscuridad y el cansancio. Aunque sigue pensando que no le gustan esos ruidos.

«¿Como es posible que cuando ellos estuvieron en casa me olvidara del problema? No quiero llamarlos ni inquietarlos, pero se ha sumado a la preocupación una mancha de humedad o algo así parece ser, que ha salido al techo de la cocina y cada día crece más e incluso, se descascarilla la pintura de manera galopante. ¡No esperaré más de dos días si todo sigue igual! Avisaré a un albañil y todo se solucionará, porque arreglará la humedad que seguro se ha producido con el movimiento de alguna teja y las primeras lluvias, además, ya tendrá que investigar qué es lo que producen esos galopes en la noche».

Con esa conformidad el sueño la vence, aunque no es lo suficiente reparador, porque a otro día cuando se levanta se siente algo cansada y recuerda haber soñado que en su tejado vivía un ser maligno de ojos enrojecidos y colmillos sanguinolentos. Se sonríe pensando que nunca le han dado miedo las películas o novelas de ese género, pero algo la estremece al recordar la preocupación que le producen los alborotos nocturnos de los últimos meses.

Escucha sentada en el filo de la cama y ahora con la luz del día todo parece normal. Las palomas saltando de un lado a otro posándose en las terracitas y más tarde, en el tejado y balcones. Se acerca a la ventana, sube la persiana y observa como unos pichones se arrullan con el despertar de un radiante sol, que apunta ya con un espléndido despertar.

«Me voy a recostar de nuevo ─piensa─. Estoy agotada y con la ventana entre abierta y la persiana subida descansaré algo más, aunque quedé en pasar por la casa de la cultura donde me han propuesto colaborar en un taller de manualidades y debo ultimar los horarios. Con unas cosas y otras casi lo olvido».

Cansada pero renovadas las ganas de hacer actividades nuevas, se mete en la ducha y mientras se arregla, enciende la pequeña radio que hay en la misma repisa de sus tarros y cremas.

«¡Me gusta saber cómo se quita las legañas el mundo y con la música que después sigue en la programación, me activo y renuevo energías!», ─siguió pensando.

Recoge su dormitorio, deja puesta la lavadora y bolso en mano, sale a hacer sus gestiones matinales, intentando olvidar el motivo que la tiene un poco maltrecha.

Al volver a casa saluda al portero y piensa que es el momento de comentarle su problema. Este sube con ella en el ascensor solícito como siempre. Entran en la cocina y observan la gran humedad y como la pintura se desprende y cuelga por algunos lados.

─ Voy a ir por una escalera para poder asegurarme del tipo de impregnación que produce esa descomunal mancha.

─ De acuerdo, mientras aprovecho para preparar una cafetera y nos tomamos el cafelito de media mañana, ¿le parece?

Cuando el portero se sube a la escalera y con la mano toca lo que parece el centro de la humedad, un ligero desprendimiento deja un agujero de unos tres centímetros. Sorprendido y curioso se sube al último peldaño, posa su ojo izquierdo en la abertura producida y al instante se retira con un grito que casi le hace caer de la escalera. La mujer grita al mismo tiempo y sujeta la escalera para que no caiga el hombre.

─ ¡Alguien me ha mirado!, ─dice el portero mientras baja como un poseso.

Con miedo, la mujer mira hacia arriba y observa que un ojo brilla y los observa. Sin poderlo evitar se agarra con fuerza al hombre, tiembla y se siente a punto del desmayo.

El hombre tras una carcajada, dice:

─Creo que estamos sacando esto de quicio, no puede haber nadie arriba. Por supuesto que voy subir y mirar el tejado.

Ella con el pavor que le han producido los días de insomnio y lo visto en los minutos últimos, lo sujeta diciendo de forma atropellada:

─ ¡No se vaya, ahí hay alguien que nos va a hacer daño, y si sube debe ir con alguien más!

─ No puede haber nadie en el tejado, ─dice el hombre con una sonrisa─, mientras sale del domicilio para subir al tejado.

Ella tiembla y sale tras el portero, pero se queda en la entrada sin ser capaz de ir más lejos y tampoco de entrar de nuevo en su piso.

Pasa un rato que a la mujer le parece interminable, cuando el portero aparece trayendo un gatito en sus brazos y comentando:

─ Señora, este es uno de los inquilinos del tejado y el que nos miraba desde el agujero. El muy travieso estaba con su patita haciendo el agujero más grande y le he cogido in situ. Hay una camada de prendas iguales y la gata madre me ha retado, pero no ha podido evitar que me quede con este truhan. Usted me dirá que hago con esta fierecilla. A por el resto subiré con mi hijo y unas jaulas para llevarlos a un veterinario amigo nuestro. Arreglaremos las tejas y el techo creo que yo mismo puedo hacerlo, de lo contrario, llamaremos a un albañil, pintaremos y todo solucionado.

Para cuando el hombre terminó de hablar, la mujer y el felino ya eran amigos.

─Bueno, creo que he conseguido un compañero, ¡no quiero pensar que pasará cuando venga la mandona de mi nieta! Hasta luego y muchas gracias.

«¡No permitiré que en adelante mi imaginación corra a tanta velocidad y vuelva a jugarme una pasada semejante!», ─piensa mientras se amonesta y sonríe.


Nani, Noviembre 2023


Relato publicado en el nº 22 de la Revista Pansélinos. 

https://drive.google.com/file/d/1cleqXRl58UGCpIdWmSF3BpE2fCwVIYAL/view

 

jueves, 17 de agosto de 2023

NO, HOY NO

 


Imagen subida de  la red

Hoy no hay relato

Escuché de siempre decir a mis mayores, que la escasez de pan y de alimentos cuando fueron pequeños, les hizo valorar el plato que todos los días se colocaba en la mesa. Huviera lo que fuese, siempre se aplaudía y se celebraba, dando gracias a Dios por tener algo con lo que calentar el estómago.

Sabían de muchas personas que no conseguían un chusco de pan, una sopa caliente en invierno o unas simples collejas silvestres, para hacer una miguilla o una simple tortilla si obtenían algunos huevos.

Hoy los padres nos quejamos de que nuestros hijos no quieren nada más que los precocinados, hablando de alimentos. Esos que todos sabemos son insalubres. No nos molestamos en cocinar. Es más cómodo ir a super de la esquina y subir lo ya cocinado, sabiendo en el fondo que nos arrancará la salud.

¿Y que decir de la ropa y zapatillas de marca?

Me parece que no hemos sabido enseñarles el valor de las cosas y el esfuerzo que supone obtenerlo. Según que épocas de la vida, nos hemos visto más o menos presionados. En ocasiones, hemos tenido trabajos precarios y ha habido que hacer más números que cuando comenzábamos a multiplicar, pero a pesar de todo, seguimos sin valorar nada y no digamos a las personas.

Cuando me asaltan estos pensamientos, pienso en Siria, Etiopía, Yemen, Israel y Palestina, Haití, Afganistán, Ucrania y tantos casos entre etnias y sus eternas guerras, que ni podemos hacernos idea de cómo se encuentran realmente en estos momentos. Nos molesta escuchar o ver estas situaciones y más ahora ¡estamos en vacaciones! Además, no interesa que sepamos la verdad. Mejor un reality o como se llame y nos vamos a la cama tan contentos, pero si nos inquieta y no conseguimos dormir, acudimos a los somníferos que para eso están, ¡las farmacéuticas necesitan vender!

En fin, no sigo…

Hoy no consigo un relato y estoy divagando, creo. Así que mejor lo dejó aquí, el calor y las fiestas de verano, dejan la mente un poco en la cuerda floja, así que mejor me voy a dormir la siesta que mañana dicen que suben de nuevo las temperaturas. Como si además del cambio climático eso no es relevante─ no hubiera cosas más importantes de las que hablar en los medios. En verano lo más normal es que haga calor y lo incrementamos con nuestras malas cabezas, pero claro, sigo diciendo que es verano y todo se rellena con lo emitido o publicado anteriormente, que a los becarios ─que son los que trabajan en estas fechas─ además de cobrar poco, no se les puede dejar responsabilidad en sus manos y luego, ¡les pedimos experiencia!

 

Nani, agosto 2023

 

 

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sábado, 25 de junio de 2022

COMERCIOS DE TODA LA VIDA





Relato publicado en la Revista Amigos de Valencia Escribe, publicación de verano.

Podéis descargar y leer la revista al completo, que estoy segura os va a merecer la pena.

file:///C:/Users/miToshiba/Downloads/RevistaDigitalValenciaEscribe02ERA3%20(1).pdf


Nani. Junio 2022


jueves, 21 de abril de 2022

DICEN QUE ERAN OTROS TIEMPOS

 


Relato publicado en la revista Nº 2 "Pansélinos", En el enlace siguiente podéis leerla:

https://drive.google.com/file/d/1yr27JhWq3kkZklX7KKgRBtDoL4k72qHl/view


Nací en una época dura, pero gracias a la familia, se suavizaban las carencias y todo lo que una situación semejante, acarrea. Recuerdo que los bocadillos de los niños, cuando salíamos a la plaza a jugar, nos sabían a gloria. El pan con aceite y azúcar el día que lo había o ese pan con manteca de la matanza, eran manjares de los dioses.

Luego, cuando volvíamos a casa mientras mamá preparaba las acelgas de la cena con unos ajitos, para que estuvieran más sabrosas; pedíamos a papá y mamá que nos contaran que les pasó, mientras eran jóvenes y la guerra les hizo vivir miedos, estallidos de bombas, carreras hasta el sótano cuando lo había o aquellos refugios improvisados que sus padres hicieron, para protegerlos en mitad de lo que había sido campo y siembra, aunque según nos contaban, lo pasaban mucho peor los familiares que vivían en el pueblo o las grandes ciudades que eran el objetivo de las bombas.

En particular me gustaba la historia de tío Juan, que fue cabrero hasta en los momentos más difíciles. Procuraba ir con las cabras, por los lugares donde había cuevas en los mismos tajos que rodeaban el pueblo y que le protegían en momentos de peligro, como cuando los aviones llegaban con una nueva carga de bombas que dejaban caer a diestro y siniestro. Esas cuevas siempre se habían utilizado para guardarse del calor, frío y lluvia, pero en aquellos momentos, eran su mejor refugio ante los desastres de la horrible guerra. Además, no quería alejarse demasiado. Dejaba a sus padres y hermanos en el pueblo, a merced de todo lo ruin que estaba sucediendo. Su misión era alimentar el ganado y gracias a su labor, había leche para los niños, abuelos y el alimento no faltaría a los lugareños; siempre podrían recurrir a un cabrito si no había otra cosa.  El tío Juan, llevaba el ganado a pastar por las encinas y las hierbas que crecían a desmadre, ya que los campesinos que podían labrar la tierra, estaban todos en el frente; creciendo las hierbas a su antojo, así como las zarzas y matojos, que las cabras ayudaban a que no crecieran demasiado, limpiando caminos y al mismo tiempo, consiguiendo alimento y buena leche. Los días que podía llevarlas a los tomillos, la leche tenía un aroma y sabor especial, ese que tanto gustaba a los abuelos y no tanto a los niños. Para los mayores que estaban protegidos y que sus piernas no le permitían salir a campear a sus anchas (podían llegar los bombarderos y no les diera tiempo a refugiarse), al menos les llevaba el sabor de todo lo que habían vivido cuando había libertad y alegría para sembrar, recoger e ir con el ganado a campo abierto, sin dificultad y con la lucha del día a día, que no era la que esos tristes años de conflicto, vivieron y sufrieron.

Más tarde nos contaba padre con lágrimas en los ojos, que hubo mucha miseria, mucha hambruna y mucha falta de todo, ¡hasta de cariño! Porque al que no le faltó un padre, fue un hermano o varios y siempre terminaba diciendo que todo esto que nos contaba no debíamos olvidarlo, porque si se olvida, es como si no hubiera sucedido y se podría repetir y esto era algo que todos debíamos tener siempre presente.

Esta parte era la que menos me gustaba, no por lo que padre expresaba, sino por verlo tan triste y por saber que escondía demasiado dolor en su pecho.

Mientras escuchaba las historias de padre, madre cocinaba y a veces la vi limpiarse con la manga unas lágrimas silenciosas que intentaba disimular.

Ahora, cuando veo los informativos o las discusiones de algunos políticos, me pregunto si alguna vez le contaron sus padres algo parecido o si ellos no tuvieron dificultades, porque de lo contrario, se abrazarían en lugar de insultarse, se respetarían y procurarían que todos los desvalidos de la tierra, tuvieran lo que les corresponde en lugar de pensar en hacer armas, misiles y lugares de exterminio. A veces, con todo el dolor pienso que en lugar de corazón tienen una piedra que ha ido rodando río abajo e incluso, hasta puede que esté tan desgastado que ni sienten, ni padecen. A veces dejo de creer en la humanidad, porque no tiene sentido que haya guerras, hambre, refugiados, xenofobia y todo lo que es ajeno a lo que se entiende por humanidad.

Pero eso lo pienso a veces, ya que sigo creyendo en el ser humano, en la fraternidad y sobre todo, en el amor. Una vez me dijeron que el ser humano es como un granito de arena. Todos esos granitos forman dunas y el ser humano, si se coge de la mano, hace vida, sonrisas y grandes dunas. Solo que como no les gusta hacer ruido, es como si no se les viera. ¡Pero están para dar! y eso es otra cosa que tampoco se percibe.


Nani. Abril 2022

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

LA NIÑA MIMBRE

 


Colaboración publicado en la Revista de Valencia Escribe, Nº 10

Aquí podéis leer todo el contenido de la revista, 

https://issuu.com/52relatosymedio/docs/revista_10_def_9ymedia?fbclid=IwAR1bP6kMGVRtcVD3BUISdPhCoYhfHiiVtmVdQVFa0RXPxY0Crpg53MOBOiE 

y aquí

https://www.mediafire.com/file/8j2p53hhcxog2im/RevistaValenciaEscribe_n10.pdf/file

Todos la llamaban “La Niña Mimbre”, aunque su nombre de pila era María.

Fue una gitana que se dedicó a hacer cestos de mimbre y a posar en los talleres de los pintores de moda, que generaciones posteriores han admirado en calendarios, postales y libros de arte. Fue la gitana más hermosa de la pobre tierra donde nació. Fue la que tuvo que aceptar todos los encargos le gustaran o no. La que tuvo que posar desnuda, hiciera frío o calor y la que tuvo que aceptar manos lascivas y cuerpos no deseados, porque tenía padres e hijos (del pecado dijeron) a los que alimentar.

María fue la que al pasar los años todos admirarían, aunque mientras; vivió con la vergüenza, con el pecado, con el reproche de los suyos, con el frío que le calaba los huesos, con hambre de todo lo digno y con el rechazo y el asco que le producía todo lo  indigno que le tocó soportar.

María no era la puta que todos desearon. María no fue la musa de aquellos que la maltrataron. María no fue sino una mujer bella que todos utilizaron, hasta el aciago día que dejó de respirar en la calle como una indigente más; llena de pena, miseria, rabia contenida y una impotencia que nunca supo expresar, pero que se le agarró al alma como una lapa. María fue la hija del egoísmo, la incultura  y la inmundicia humana.


Nani. Diciembre 2021

miércoles, 15 de septiembre de 2021

COSAS MÍAS

 


Relato publicado en la Revista Digital Valencia Escribe, nº 9

https://www.yumpu.com/es/document/read/65864303/revista-digital-valencia-escribe-numero-9


¡Vaya pastelón acabo de tragarme! Creo haberme dormido y no me he enterado para colmo del final. Debí irme a dormir, hubiera ganado mucho más.

Mientras voy recorriendo habitaciones y apagando alguna  luz, noto que algo suena distinto. Hay días que parece que crujen los muebles o algo suena. Hoy es un día de esos. Pienso que debería llamar a alguna emisora de esas que en la madrugada hacen programas paranormales y preguntar por estos extraños ruidos que noto por las noches. Siempre me lo tomo a broma. A mi marido le digo que hay en casa duendes a los que les gusta jugar conmigo y esconderme las cosas. La verdad es que siempre olvido donde guardo los objetos y luego no encuentro nada. No se lo puedo atribuir a la edad, ni a los duendes, sino a mi típico despiste, lo que no quita que los ruidos los escuche de vez en cuando y lo de mi despiste, ¡ahí lo dejo!

En fin, pensando en todo esto, subo las escaleras, entro al baño y me cambio la ropa para ir a dormir. Vuelvo a apagar la luz que queda y cuando me voy a meter en la cama, una voz que no es la de mi marido, me pregunta si he encontrado el cuaderno que he buscado casi todo el día, terminando con una risilla traviesa y maligna.

¡Creo definitivamente, que debería llamar a un programa de radio nocturno o a Iker Jiménez, no me cabe duda!

 

Nani. Septiembre 2021

miércoles, 5 de mayo de 2021

JUBILADAS Y NADA

 




Relato publicado en la revista digital Valencia Escribe, Número 8.

Podéis leer la revista en el enlace siguiente:

https://www.yumpu.com/es/document/view/65580550/valencia-escribe-numero-8b


JUBILADAS y NADA

Hoy como todos los jueves tocaba cafelito. Es el ratito donde tomamos contacto para dar paso a nuestro encuentro del club de lectura. Quedamos todas las semanas en el bar del parque, para el café de la tarde y cada quince días procuramos comentar el libro acordado. En esta ocasión la lectura recomendada ha sido la novela «Nada» de Carmen Laforet; aunque en general hemos estado poco motivadas. La pobreza de la posguerra española, la burguesía y el franquismo que tanto escuchamos de boca de nuestros padres y abuelos, parecía  habernos puesto de acuerdo y el comentarlo no fluía, como en más de una ocasión ocurrió. ¡Ya nos conocemos y todas esperamos el momento idóneo, o bien simplemente, decir si nos ha gustado la lectura o no y pasar página como se suele decir!

De pronto, Mónica con su taza en la mano y el pensamiento y la mirada perdida en el bamboleo de la palmera que se mueve al ritmo de la brisa, comenta como si su voz saliera del fondo de un socavón:

─ Ayer vino mi vecina Dolores a casa. Llegó a dejarme el pasapurés que le había prestado y me comentó que estaba preocupada por su jubilación, ya que al ser viuda y no haber cotizado lo suficiente, lo mismo lo que le queda no alcanzará para cubrir gastos. No quiere ser una carga para alguna de sus hijas, a las que les viene todo justo. Sus maridos trabajan en la obra y en la restauración, así como ellas en lo que pueden, pero con sueldos tan míseros,  que incluso a veces ella ha tenido que ayudar en alguna que otra necesidad.

Amalia da un sorbo a su  café y comenta:

─ ¡Ufff, hay muchas clases de jubiladas! ¡Jubilados también, pero en este caso hablo de mujeres y jubiladas! Están las que estuvieron cotizando. Son privilegiadas porque pudieron prepararse y tuvieron un buen trabajo remunerado y por tanto, cotizado por parte del que contrata y de la contratada. Suelen quedarles un gratificante «júbilo», del que gozan. Se pueden permitir viajar, satisfacciones el resto de su vida, disfrutan de todo lo que les apetece e incluso, pueden favorecer a los suyos.

─ Están las jubiladas que tuvieron un trabajo y un sueldo que por los pelos, llegaba a poder cubrir necesidades y para más inri, lo mismo tenían hijos, pero no aportes del otro miembro de la familia que procreó con ellas, bien porque no quisieron hacerse cargo de los hijos o bien, porque murieron y a ellas no les quedó apenas asignación de viuda. Por chiripa consiguen alguien que les firme la cartilla laboral o agraria y pueden justificar su aporte, para cuando llegue esa jubilación. Puede que cobren algo digno que les permite pagar el alquiler de la vivienda y algún capricho a los nietos por Navidad o en cumpleaños. Aunque para ello, se queden un mes sin postre y así poder contribuir con los suyos o bien, entregar el regalo soñado.

─ Luego están las «jubiladas de nombre». Esas que  han dejado de trabajar con muy avanzada edad y porque sus huesos ya no responden. Fueron o son las que trabajaron en todo lo que les salía, bien en el campo, sirviendo en casas, en cocinas de barrio, trabajos esporádicos o en lo que encartara y se han pasado agachando la raspa, desde que tuvieron uso de razón, hasta ya no poder con el hato. Esas jubiladas de nombre, no tienen ni para pagarse una sopa algunas noches, y no les queda más remedio que acudir a la beneficencia, Cáritas o como se llame en cada época la asistencia social de turno. Ellas son las que se acuestan con la soledad de corazón, de estómago y hasta del gato que ronda la calle donde viven.

Amalia se queda pensativa al terminar esas reflexiones y todas le acompañamos en sus pensamientos. Algunas asentimos en silencio. Hoy hemos terminado nuestro café a pequeños sorbos, lo mismo que tomamos la vida. Sorbo a sorbo y suspiro a suspiro, Con la mirada a veces perdida mientras reflexionamos, observamos e incluso, nos sublevamos pero para adentro, si no nos queda otra alternativa.

 

Nani Mayo 2021

 

 

 


lunes, 15 de marzo de 2021

EL MAESTRO NOS VISITA

 Relato publicado en;

MUJER Y TRABAJO VisiBiliz-ARTE: ANTOLOGÍA



Trabajo realizado sobre el cuadro: “Cristo en casa de Marta y María” 1618. De Diego Velázquez.



─Por favor tía Sara, no vuelvas a decirme que es lo que debo hacer, ni me señales o me indiques nada con ese dedo que siempre está en posición de mando. ¡Creo que he demostrado, qué sé hacer todo lo que me propongo!

─Bien sabes que anoche antes de ir a descansar, dejé el pan fermentando y el horno encendido para cuando me levantara; después de un ligero amasado, meterlo a cocer. Has visto en el bazar que ya se está enfriando, puesto que me levanté al amanecer. También has podido observar allí dispuestas, las aceitunas y los platitos de sal de Sodoma, ¹ para que luego se sirvan todos a su gusto. Lleva un buen rato cociendo la sopa de verduras y ya me dispongo a seguir con el almuerzo, mientras mi hermana María, ¡ahí la tienes!, embobada escuchando al Maestro como si no hubiera que preparar el vino, (los vasos pequeños); ¡no pondremos las copas, ya que en una ocasión le escuché decir a Jesús que le producen malestar; como un presentimiento que tiene, algún acontecimiento duro que tendría que ocurrir! ² Los tazones para la sopa y los platos para el pescado. Las nueces para colocarlas repartidas sobre la mesa, ¡ya sabes que ese adorno siempre ha gustado mucho en nuestra familia y normalmente, terminan consumidas por todos! Aún tengo que preparar la maror ³  para acompañar los peces que ha traído recién pescados Pedro y también, debo lavar y colocar las hierbas. Mi hermano Lázaro podía haber traído ya los pepinos, rábanos, lechuga, endivia, diente de león y resto de hierbas, ya que de lo contrario, no podré terminar. No quiero que crean que no respeto a nuestros antepasados, como siempre nos enseñaron nuestros mayores.

─También quería preparar, aprovechando que a Lázaro le regalaron un queso de cabra, unos buñuelos fritos rellenos con el mismo y rebozados en miel.

─Agradecería tía, que en lugar de vigilar y ordenar me ayudaras y al menos, miraras si los higos secos están presentables para poner en la mesa y también, podrías rellenar unos dátiles con las almendras fritas que hay en un bote con tapa. Las freí el pasado viernes, para tenerlas el shâbath ⁴ y sobraron algunas. Vamos a ser muchos a la mesa y no quiero que falte de nada. Los musht ⁵ son cuatro y lo mismo no va a haber una pieza para cada uno. Mira también, como está de duro el pan de higo y si se puede servir, ¡vamos, que esté presentable y no se haya enmohecido!; lo pondremos también en la mesa, ¡sé que al Maestro le gustan mucho los higos y todo lo que se derive de ellos!

─ ¡María podía acercarse y arrimar leña al fuego, aún hay mucho trabajo y me pone nerviosa su pasividad!

Marta secándose las manos en un trapo, se acerca con el ceño fruncido al lugar donde Jesús y María, charlan alegremente.

─ ¡María, deberías ayudarme! ¡Me estoy agobiando y vosotros ahí charlando sin parar, podías decirle algo a mi hermana! ─comenta Marta, dirigiéndose al Maestro.

─ ¡Marta, Marta!, ─responde Jesús─. No te apures por estas cosas, ya sabes que tan solo es una la necesaria y María está en ello.

Marta da la vuelta  enfadada y  vuelve al banco de trabajo, hablando para sí misma.

─ ¡Siempre es lo mismo, todo el trabajo para mí! Aquí nadie arrima una rama al fuego. Mirar si el vino de la tinaja está bebible y no se ha puesto hecho vinagre, ¡como yo estoy ahora! Todavía no he llenado la vasija de servir el vino y, tampoco le he añadido la miel y la leche para que se vaya suavizando. A Lázaro le gusta de esta manera y creo que al Maestro también. Así todos beberemos y nos sentará mejor, una vez hayamos terminado. No me gustaría que alguno de nosotros terminara ebrio. Nunca me gustó esa faceta y menos hoy, que  todos queremos disfrutar de la palabra sabia del Maestro.

Mientras tanto, Marta escucha las pisadas de su hermano. Lázaro ha vuelto y lo increpa al entrar a la cocina.

─Lázaro, ¡podías haber tardado un poquito más! No doy más de mí y tú te entretienes con las verduras y las hierbas. Aún me quedan muchas cosas por hacer y nadie me ayuda. ¿Ves esos dos? ¡Ahí de cháchara y ni me hacen caso!

Lázaro que conoce bien a su hermana, la besa en la frente y con una sonrisa, le dice:

─No te enfades hermana. Todos te dejamos hacer porque como tú, no hay en toda Betania otra mujer que cocine mejor, además ya estoy aquí para estar pendiente del fuego, ayudarte con el vino, e ir colocando la mesa. ¡Quédate tranquila y ve haciendo lo que puedas, siempre preparas mucho más de lo que nuestros estómagos soportan! El Maestro se va a ir satisfecho porque sabe qué haces todo con amor y eso es lo que a él le satisface. Sé que te pones celosa de María y quisieras estar escuchando como ella, pero Él sabe que María será la que transmita su palabra con mucho más desparpajo que nosotros y es por eso, que la encamina y la instruye.

Marta le contesta:

─Está bien Lázaro. Ve mirando que no falten ramas de sarmiento para hacer el pescado, lo voy a rellenar con hierbas de las que has traído y saltear con miel y vino, pero primero pon leña gruesa que voy a freír los buñuelos para que estén fríos a la hora de comerlos. Cuando termines, mira en el bazar, ¡sin asustarte, que allí se encuentra la tía Sara!; si ha dispuesto una bandeja con galletas de langosta, ⁶ que olvidé comentárselo antes.

─Tuve que enfadarme con ella, solo sabe ordenar y no ayuda. Ahora me siento mal, sé que tengo mucho genio, pero es que todos me dejáis lo más engorroso, mientras los demás reis, os divertís y habláis de millones de cosas. Yo me entero luego de algo, si tenéis gana de contarme. ¡A mí también me gusta estar cerca de Él, es tan apuesto y habla tan bien!

─ ¡Ay Marta, Marta!, ─se va diciendo Lázaro─. ¡Me voy a hacer todo lo que me has encargado, que no tenemos todo el día!

Pasado un rato, Sara y Lázaro preparan la mesa, mientras Marta termina los pescados. Más tarde, todos sentados alrededor de las viandas,  degustan los manjares preparados. Marta y María, comen cada una a cada lado de Jesús. Más tarde, cuando este se despide, se dirige a Marta y le dice:

─Marta, es un honor compartir la mesa con tu familia y comer lo que tus manos preparan. No te enfades con María, ella deberá estar preparada y siempre contará con tu apoyo. A cada uno de nosotros, se nos ha concedido un don y debemos ponerlo al servicio de los demás.  El tuyo es hacer manjares y manualidades. Tu hermana sabe conversar y yo debo seguir la tarea que se me ha encomendado. ¡Todos somos útiles y necesarios!

(1) En la Biblia, la sal es un medio simbólico de unión entre Dios y su pueblo (Levítico, 2, 13) y Elíseo purifica una fuente echando sal en ella (II Libro de los Reyes, 2, 19-22).

(2) Lucas. 22, 42-43. «Padre, si quieres aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».

(3) Maror: Las hierbas amargas, simbolizan la amargura y las penalidades de la esclavitud sufrida por los judíos en el Antiguo Egipto. La Maror puede ser cualquier hierba de sabor amargo, hay que tener en cuenta que las hierbas deben ser frescas y sirven para las salsas o simplemente, comerlas tal cual.

(4) Sábado.

(5) Musht (pescado). A las tilapias del Mar de Galilea, se las llama tradicionalmente musth ('peine' en árabe), hoy llamado también “pez de San Pedro”.

 (6) Langosta. Era uno de los alimentos más sorprendentes de la época. Se comían cocidas rápidamente en agua y sal obteniendo un sabor similar al langostino. Se encurtían también en vinagre o miel para reducirlas a polvo y mezclarlo con flor de harina, para hacer galletas.

 Nani Canovaca 

lunes, 8 de febrero de 2021

BALADA




Sé que mi melena es muy especial, en particular lo fue para mis progenitores. Mi padre decía que era música y que en mis cabellos estaban enredadas todas las notas de un pentagrama. Cuando era niña me encantaba que me hablara de esa manera, mientras jugaba en la alfombra con mi colección de cromos, mis muñecas y ellos escuchaban aquellos discos de vinilo,  que con todo el amor limpiaban con una gamuza amarilla cuando los sacaban de la funda,  para colocarlos en el pikú como llamaban a su tocadiscos y más tarde, antes de volverlos a introducir. Se embelesaban con sus bandas sonoras o canciones predilectas y sabía lo que encontraría entre mis cabellos, según el tipo de melodía que sonaba. Me acariciaba el pelo patinando a ritmo del vals, mientras expresaba que brillaba en clave de Sol. Si eran pasodobles, bailaban y reían, mientras apuntaba que tuviera cuidado con las fusas y las corcheas que resbalaban en cascada. Cuando era música más serena o algo más lírica, mi pelo se inundaba de silencios y a veces, cuando evocaban aquellos grupos de la época, comentaban que las notas giraban en torno a mí, porque era toda melodía y fruto de ella. Todo eso no lo entendía de pequeña, pero me agradaba verlos felices, contando todas esas historias. Ahora cuando escucho a los Bravos, los Pekenikes, a Miguel Ríos o alguna zarzuela, noto que por mi pelo bailan las corcheas, blancas, semifusas y hasta las redondas, que a su vez, me producen tal cosquilleo por todo el cuerpo, embargándome la  emoción y bella nostalgia. La primera vez que fui a la ópera lo hice sola, ¡ya no estaban ellos! Estuve en el palco más barato porque mi poder adquisitivo no era para tirar cohetes, pero fue una verdadera delicia escuchar la voz de una soprano en directo. Con ellos me acostumbré a escuchar a la Caballé sobre todo, aunque también a la Callas y alguna más, junto a sus homólogos masculinos, pero en esta ocasión tenía la oportunidad de ver in situ a Ainhoa Arteta. Fue una experiencia increíble. Mi pelo en esos momentos se inundó sobre todo, de recuerdos gratos y el pentagrama de mi vida resbaló por mi rostro, agradecida de todo lo que aprendí creyendo que era un juego y hoy es mi sustancia, mi profesión y el sentido de mi existencia. Sé que estoy repleta de bandas sonoras, canciones, notas musicales y niños a los que enseño con el mismo cariño del que me empapé. La música forma parte de mí. Soy pura balada. 

Nani. Febrero 2021


Relato publicado en el libro digital publicado por "CAFÉ ESPAÑOL III", Página 219.


https://premio-cafe-espanol-relato-corto.webnode.es/_files/200000455-576d7576d9/Caf%C3%A9%20Espa%C3%B1ol%20III.pdf

domingo, 31 de enero de 2021

SOLEDAD Y OLVIDO VAN DE LA MANO


Relato incluido en la Revista Valencia Escribe, nº 7








 










Nani. Febrero 2021



lunes, 25 de enero de 2021

PUBLICACIONES EN EDITORIAL CURSIVA, juevesconcuento












Publicación en Editorial Cursiva, página nº 21



 Publicado en Editorial Cursiva, página, nº 17


Publicado en Editorial Cursiva, página nº 3

domingo, 17 de enero de 2021

LA QUE CORTABA EL AIRE (II)



Hombre ofreciendo dinero a una mujer de la pintora, Judith Jans Leyster. Nació en Harlem en 1609 y falleció en Heemstede.

Cuando escribí el relato para "Mujeres pintoras- VisiBiliz-ARTE II", proyecto de Esther Tauroni Bernabeu que dirige y, para formar parte de la segunda antología, Concha Cortéz López en los comentarios, me decía que se había quedado con ganas de más y me retó a seguir la historia. Entre bromas, le dije que lo haría. Tengo que aseguraros que me gustan mucho los finales abiertos y que pienso que las segundas partes no suelen ser buenas, sobre todo en aficionadas como yo me considero, pero como las  promesas se deben cumplir, aquí dejo esta humilde parte segunda, de la abuela Teresa.

Te puedo decir, que muchas cosas de las que hemos conservado y podemos contar de la abuela Teresa, fue gracias a un diario que estuvo escribiendo desde aquellos días tristes, en las clases que le impartían las carmelitas allá en tierras americanas. Eran duros días de trabajo y aprendizaje, pero que aprovechaba con mucho interés, ya que sabía que se trataba de su futuro. Desde muy pequeña sabía que si no aprendía algún oficio, le quedaba seguir el mismo camino de sus compañeras; unas criando desde la primera sangre derramada a cambio de un cacho de pan, de las rameras que poblaban las calles, por ser protestonas o por no encontrar otro camino, ser servidoras de los señores conquistadores o adinerados, o en definitivamente, ser mojas como las carmelitas querían y pretendían al acogerlas en sus conventos. Eso fue algo que sus padres le enseñaron desde casi que empezaron a salirle las primeras muelas y ella, lo supo entender desde entonces. Por eso aprendió a coser, a cortar y hacer sus propios patrones, e incluso diseñar los vestidos de las señoras, los justillos que resaltaban las curvas de las damas obsesionadas por sus cuerpos, los sombreros y los lazos y complementos.

Las prenda interiores las hizo algo más cómodas, siendo las señoras de la corte, las que pedían aquellos justillos que sustituían a los corsé de hierro que les provocaban llagas, e incluso infecciones con grandes calenturas y enfermedades irremediables. Fue pionera en los pololos, que ajustados a las rodillas, con encajes y bordados, estaban abiertos en la parte delantera y trasera de la entrepierna, para facilitar las necesidades ordinarias del día a día y que llegaron a ser muy apreciados por las mujeres de alterne en los años posteriores. Utilizaba el lino, tanto para el corsé, al que introducía como mucho, unas ballenas de hueso, como para los pololos que lo remataba con bonitos encajes de bolillos que hacían para ella, las chicas que en su taller trabajaban.

También tiene un boceto en dicho diario, de lo que sería más adelante, un sujetador de paño higiénico para poder cambiarlo durante la menstruación y así evitar, las numerosas infecciones que las mujeres tenían, por falta de higiene y de cambio de dicha prenda. Era una especie de cinturilla con unas cintas que sujetaban el pañal, que facilitaba el retirarlo y colocar otro nuevo, sin tener que quitar las sayas y refajos que debían llevar todas ellas.

En definitiva, fue una precursora de la comodidad y la elegancia, pero sobre todo, de la higiene y la salud aplicada a las telas y el cuerpo que era el que sufría las llagas, las escoceduras, los piojos y todo lo que genera la poca higiene.

Hay otro apartado en el diario de la abuela que a mí particularmente, me ha llamado siempre mucho la atención y es con relación al género masculino y poseedor de todo lo que su mano lograba. Por eso decía siempre, que ella no pasaba por mano alguna, que no fueran las caricias de su campesino amor, sus hijos, y más tarde, los nietos que pudo disfrutar.

Cuenta que un día fue ella la que llevó las prendas puestas de prueba, a una de sus adineradas clientas; Doña Gertrudis del Mármol y Villanueva.  Al llegar a la mansión, la señora se encontraba algo indispuesta y tuvo que esperar a que las sirvientas la ayudaran a vestirse, peinarla y adecentarla para recibirla en su salita particular. Allí esperó un buen rato y cuando creía que entraba, ya que escuchó la puerta abrirse, confiada en que sería la señora y distraída como estaba preparando las pruebas necesarias, con la boca llena de alfileres, el que se acercó a ella era el esposo de esta, que la cogió por el talle y la quiso forzar, quedando este acribillado por lo que la abuela tenía entre sus labios y más tarde, se vio tristemente amenazado por la tijera que siempre le acompañó en el bolsillo de la saya. El hombre salió del recinto, según cuenta,  con el rabo entre las patas como comúnmente se suele decir y murmurando algo así como que con razón la llamaban: «La que cortaba hasta el aire». En este caso, el señor de la casa salió como en otras ocasiones les pasó a otros, sabiendo que la abuela era de armas tomar y que con ella no se jugaba así como así. Qué a las mujeres se las respetaba y que no estaban para ser poseídas, como ellos tristemente creían.

En uno de los apartados dedicados a la alimentación contaba que echaba mucho de menos la chirimoya y el aguacate (hoy lo consumimos nosotros con facilidad, pero entonces, no era así), pero por tradición familiar y en recuerdo a ella, siempre se ha consumido mucha batata en casa, cocinada de mil maneras, entre una de tantas, la batata como base del pollo asado al limón, el maíz como complemento y la harina de maíz para hacer bollos, pasteles, tortas e incluso, en sustitución del pan. No todas las generaciones han sido aficionadas a sus recetas, pero siempre hubo alguno o alguna que le interesaba la historia de la abuela y seguía sus tradiciones. Las patatas por supuesto sí que se han consumido, porque quizá era uno de los tubérculos que vinieron de allá y que aquí, han crecido y se han adueñado de todas las cocinas de la tierra. La calabaza también se consume en casa y con la fusión de las recetas de la abuela, y la imaginación de uno de mis hermanos, hoy la comemos con bacalao siendo uno de los manjares que nuestros pequeños comen con gozo, sobre todo en empanada o empanadillas y por supuesto, en cremas y como base de potajes y aderezos o guarniciones. Los tamales a su pesar al principio no pudo cocinarlos, pero ya cuando empezaron a traer hojas de plátano de Canarias, los pudo preparar e incluso hubo alguna señora que se los encargó, aunque ella prefería la costura. Lo que no ha faltado en nuestra familia, han sido las arepas que sobre todo cuando hemos sido niños, nos gustaban de forma especial y que se preparaban para cumpleaños infantiles, celebraciones y cenas caseras, rellenas de sobras de cocido, guisos de carne o ensaladas varias y como no, el delicioso sancocho de mil maneras.

Y bueno, podría contarte más cosas, pero prefiero dejar las cosas más íntimas para la familia, porque es nuestro legado, nuestra herencia y el orgullo del que nos nutrimos en esta familia de corazones hechos de trabajo, responsabilidad y mucho respeto que es lo que al final de su diario, la abuela Teresa pide a todos sus hijos, nietos, biznietos y generaciones siguientes.

Con mucho cariño, para ti, Concha.

 

Nani. Enero 2021