lunes, 24 de septiembre de 2007

UN AMOR COBARDE


Mientras ordenaba la pequeña cocina, pensaba en los acontecimientos de los últimos años. Siempre se veían en una habitación del hotel Central de la ciudad. Ella recibía un mensaje en el teléfono móvil: "Cariño, te espero hoy a las seis de la tarde. Donde siempre, por favor, no me hagas esperar te necesito.
Siempre ocurría lo mismo. Ella salía del trabajo una hora antes. Nunca le pusieron objeción alguna, ya que esa hora la recuperaba cualquier otro día. Nunca tuvo prisa, a excepción del día que él la llamaba. Nadie la esperaba, ni tenía que dar cuentas a nadie.
Sin embargo, cuando llevaban un año de verse de esta forma, él le confesó que estaba casado, que quería a su esposa y que tenía dos hijos.
A ella no le extrañó, algo en su interior le decía que no era muy normal su comportamiento, pero todo fue tan..., tan de aquella manera, fue sucediendo todo.
Ella trabajaba en la inmobiliaria desde que terminó auxiliar administrativo. Encontró pronto trabajo y alquiló un apartamento. En un principio vivió con unos familiares, que aunque les quería y la trataban bien, no era su casa y tenía ganas de independizarse. Poco a poco, consiguió piso propio, después lo amobló a su gusto, llegando a vivir cómodamente, pero claro está, sin derrochar su sueldo.
Cuando le conoció en la oficina, le pidió una salida al termino de la jornada. Después fue una cena y poco a poco, las confidencias, la necesidad del uno y la otra, y....
Ella le ofreció el pisito y en este punto fue, donde comenzó a extrañarse: "¿Por qué a un hotel y a su piso no?" No quiso escuchar su conciencia y acalló sus temores, que al cabo de un año se confirmaron. Cuando le confesó su situación, la dejó elegir a ella: "Si tu quieres seguimos, yo te quiero, pero no me pidas que deje a mi familia, porque les necesito tanto o igual que a ti". Eso le había dicho y entonces ella cayó, no dijo nada, de todas maneras, no creía hacer daño a nadie. Sólo se veían cada dos semanas, aunque la verdad era que no sabía estar sin él.
Ahora habían pasado tres años desde que se conocieron. Hacía seis meses que su mujer se enteró de la relación y tuvieron que dejarlo. Las cosas se habían puesto bastante mal desde entonces, - le dijo.
Y hoy recibe otra vez el mismo mensaje de siempre: "Cariño, te espero a las seis de la tarde donde siempre, por favor, no me hagas esperar, necesito verte".
Termina la cocina muy lentamente y muy pensativa. Esta tarde no va a la oficina, la pidió libre al descubrir el mensaje.
Se hace un café y se sienta en la salita. Coge una caja de madera de estilo sefardí que heredó de su madre y de ella saca, un tocho de cartas cogidas con una cinta. Empieza a leer aquella en la que le había escrito versos como estos:
Cuando tengo sed,
me bebo tus besos.
Cuando tengo hambre,
me sacian tus manos.
Cuando te añoro,
te busco en mis sueños.
Cuando te recuerdo,
te noto a mi lado.
Complementas mi vida,
como el rocío a la flor,
como la lágrima al llanto,
como la miel a la vida,
como la lluvia al campo....
Le había escrito muchas cartas desde distintos sitios. Viajaba bastante y en las noches de soledad del hotel, le escribía poemas, luego cuando ella los recibía, se sentía la mujer más dichosa del mundo. Nunca ella le pidió más, siempre se conformó con este amor, que era como el Guadiana, había semanas que aparecía y otras que no. Después, desapareció del todo y hoy de nuevo resurgía.
Cuando recibió el mensaje, se fue derecha a la carpeta de cartas y escribió: "Mi Guadiana querido, no iré al hotel, ya sabes donde vivo. Sabes que siempre he entendido todo, o casi todo, pero la injusticia no me gusta. Ahora eres tú el que decides. No iré esta tarde al trabajo".
Metió la carta en un sobre a juego, puso su nombre, lo cerró y lo metió en el bolso. Al pasar por el hotel, lo dejó en consigna, diciendo: "Por favor, no deje de entregarlo al Sr. Martínez".
"No se preocupe Sta. Laura, - le contesta el encargado -, tiene aquí la llave de la habitación y tendrá que pasar a recogerla".
La despertó un portazo en algún piso del bloque. Miró el reloj, eran las diez de la noche. Recogió las cartas que volvió a guardar en la cajita de madera, se lavó la boca, se puso el pijama y se fue a la cama con una paz, que hacía mucho había dejado de sentir. De nuevo era libre. Dolía un poco esta libertad, pero, ¿quién ha dicho que no sea dolorosa la libertad? ¿Quién ha dicho que no duela dejar en el camino, parte de tu ser, de tu vida, de tu yo, que se va quedando por avenidas, cafeterías, por el aire, por los paseos, por todo el transcurrir de una existencia? ¿Quién puede hablar de dolor ajeno?.
nani, septiembre 2007.

7 comentarios:

  1. Nadie dijo jamás que la libertad no doliera, es cierto... Duele tanto, como dejar de engañarnos a nosotros mismos y aceptar, finalmente, que es el otro quien nos miente.

    Me ha encantado

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  2. A mi también me ha encantado. Me gusta la visión de libertad que tiene esta chavala ¡es más! creo que el ser libre duele a diario, claro está, que menos que la falta de libertad...
    Besos guapa, me ha gustado mucho este relato...jejeje...

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  3. me reitero en lo dicho: me ha encantado.

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  4. A mí también me ha gustado muchísimo. Antes o después muchos pasamos por momentos parecidos, en los que se hace necesario elegir entre ser libres y coherentes o seguir autoengañándonos.

    Besitos

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  5. La libertad duele y abandonar un camino para seguir otro también duele pero llega un momento en que hay que enfrentarse a ese dolor. Luego, aunque duela, se disfruta de la libertad y de la paz.

    Besos

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  6. La libertad puede doler en algunos sentidos, pero no tenerla... seria taannn horrible!!!

    Creo que es lo unico que no me podrian quitar, me matarian!!!

    Un besitooo

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