miércoles, 8 de enero de 2025

SU MAGESTAD

 


Imagen subida de la red


Con los pies descalzos paseo por la playa y de vez en cuando me inclino para recoger una concha que pasa a formar parte de la colección que se amontona en la cesta que agarro con la mano. La brisa me golpea el rostro y el pelo revolotea igual que una mariposa alrededor de mi cráneo. No pienso en nada, solo siento. Disfruto de las olas que golpean mis tobillos, de la sensación que cada paso produce en mis pies al hundirse en la arena mojada y de los últimos rayos de sol que rozan mi piel. Empieza a inclinarse la tarde y se acerca el momento que espero y que culminará el día. La puesta de sol ya se asoma encima del tranquilo océano y sin pensarlo un momento, me siento en la cálida arena que me abriga y me da la fuerza para mantenerme quieta y contemplar la estampa que tengo delante. Una nube se posa a la derecha del rojo sol contagiando sus tonos dorados/rojizos, tal que si se avergonzara al ocultar parte de tan majestuosa belleza.

Poco a poco y avanzando el ocaso, el sol se abraza al océano permitiendo que este acune al rey del día y puedo percibir la nana que le canta, cuando las olas van y vienen de forma delicada, para que la cuna le relaje y duerma con la misma delicadeza que le despierta mañana tras mañana.

Cuando ya decido volver a casa porque la luz se ha perdido casi totalmente, me levanto y vuelvo recordando el momento vivido.

En el camino a casa, presiento que alguien me está siguiendo. No me atrevo a dar la vuelta y observar, pero me detengo un segundo para escuchar mejor.  Los pasos que me persiguen no los escucho y apresuro mi caminar. El corazón quiere subirse a mi garganta y salir por la boca, mis sienes pretenden estallar y empiezo a sudar de manera exagerada. Al llegar a la altura del bar de Paco, entro y pido un refresco. Ahora si me permito mirar a la puerta por donde he entrado. Nadie entra tras de mí, ni pasa de largo. Intento serenarme cuando siento que alguien a mi espalda toca mi hombro. El grito que sale de mi boca, desplaza las miradas de los parroquianos sentados en las mesas, hacía mi persona. Me vuelvo y mi primo Julián me dice: Marta, me ha costado cogerte, qué prisa llevabas o ¿es que te has asustado? Lo siento si ha sido así, pero nunca creí que tú, la chica valiente de la pandilla, la pelirroja que no amilanaba ni al gamberro más gamberro, pudiera asustarse de buenas a primeras o ¿es que ya no eres la misma?

─No Julián, ya no soy esa chica ─le respondo─. ¿Por dónde has entrado? ¿Esto qué es, una venganza de cuando éramos niños? Ya soy una mujer y por desgracia ahora no vamos tan seguras por ciertos sitios. Cuánto me gustaría ser la Pipicazalargas como me apodasteis. Ya no solemos estar seguras las mujeres. Y para colmo, hay a quienes les gustan fomentar ese miedo. Por muy valientes que seamos e independientes, esa desazón se cuela sin darnos cuenta por los poros y llega a los huesos.

Nani, enero 2025

4 comentarios:

  1. Imagino esa desazón metida bajo la piel.
    Cuesta mucho cambiar ciertas cosas.
    Besos.

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  2. Ciertamente ese miedo sólo lo sentimos las mujeres, y eso no se podrá cambiar nunca... Tristemente

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  3. Qué delicadamente narrado, Nani, y enmarcado por el océano sereno. Poner en el candelero un tema tan espinoso es muy difícil. Besos

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  4. El miedo es libre y cuando se mete en el cuerpo no hay quien lo pare.
    Una tarde preciosa se pudo convertir en algo peor. Ya podría el primo haberla llamado en voz y en vez de perseguir sin decir ni mu. Un besote .

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