
El texto inspirado en la entrada de su otro blog: A doscientos kilómetros.
Volvía a su casa arrancándose a jirones la boca. Ese día le dolía todo lo que había dicho, todo lo que había dado, todo lo que había hecho y le dolía volver a decir nuevas cosas. Cosas buenas o malas. Cosas que pensaba y que no quería que salieran afuera. Por eso mismo decidió arrancarse la boca de cuajo. La decisión había sido drástica, pero prefirió hacerlo así. Se conocía demasiado bien y sabía que siempre apuraba un último cartucho: “La última espuela que decían en su pueblo” y por eso mismo, la arrancó y la dejó tirada en un contenedor de la calle más cercana al desengaño. Sabía que si la dejaba allí, le costaría mucho ir a buscarla, ir a volver a intentar algo que no merecía la pena. Nunca le importó lo que otros llamaban rebajarse o humillarse, para ella sólo era un intento de recuperar lo que podía perderse y ahora se daba cuenta que aquello que tanto buscaba, desde un principio estuvo perdido…, ¡su inocencia o ingenuidad! –pensaba- , pero ya lo mismo daba lo que fuere que le impulsaba a hacer aquellos intentos, aquellos esfuerzos o aquellos… ¿cómo llamarlo?, ¿ridículos?, ¿ponerse en evidencia, hacer el panoli? Ya tanto da –seguía pensando- La he dejado allí en el contenedor. De allí no saldrá, por lo tanto me he quedado muda. Ya el silencio será mi bandera. El silencio será mi objetivo y en silencio y por dentro, derramaré el llanto, la impotencia y todo esto que me ha llevado a tomar esta última decisión.
Empuja la puerta de su casa con furia, mientras sigue pensando:"Pero si que estoy segura de que aún sin boca, me voy lamer las heridas, me voy a curar y mi crecida va a ser la más grande, la más apoteósica y la mejor de mi vida, porque me obligan a arrancarme la boca, pero nunca me arrancarán mi manera de ser y de sentir".
Nani. Enero 2010.