Empujó la verja de hierro y se adentró en la alfombra ocre, que se extendía a lo largo y ancho de todo el jardín. El crujir de las hojas secas, era tan solo un sonido que se escuchaba en aquella fría tarde de otoño, que anunciaba ya, un largo y crudo invierno.
Una vez más, se refugiaba en aquellos rincones al aire libre. Siempre huía a este lugar, cuando la respiración se le hacía insoportable. Cuando el corazón le oprimía y se le quedaba detenido en el hueco de la garganta, donde le impedía respirar, articular palabras e incluso, parecía obstruir el orificio y camino, por el que debían conducirse las lágrimas que se concentraban en su interior, y no encontraban la ruta, hasta donde debían convertirse en cascada.
Con la mano helada, limpió de hojas el banco de piedra y allí, como otras tantas veces, se sentó a esperar, que el corazón volviera a introducirse en la cavidad del sosiego y el llanto brotara, como si de un torrente se tratara.
Poco a poco, y mientras las rayos del sol se tornaban más rojos y fríos, la realidad volvía a su interior y de nuevo asumía con tranquilidad, los motivos de su desesperación, de su inquietud y tristeza.
Creía haber sido una criatura diferente. Creía que su tristeza era única. Creía que su soledad, tan solo pertenecía a su ser, pero había algo, que la devolvía a la realidad. Era verdad, que su individualidad, su tristeza y soledad, solo pertenecía a su alma, pero al adquirir conciencia de su existencia, también podía entender, que había sido inevitable, su situación.
Escogió en su día, aquella forma de vivir. También en su día, fue conciente de que al trasladarse a aquel sitio, a esa determinada forma de vivir, al aceptar aquel trabajo, todo esto acabaría ocurriendo.
No fue la primera persona, que acabó en aquel jardín. En aquel banco y en aquella existencia que a veces, se hacía tan triste y solitaria.
Mientras el frío del anochecer, le impulsaba hacía la realidad, un pensamiento volvía a embargarle: “Es necesario salir del jardín. Es preciso quitarse de encima la tristeza y vestirse con la sonrisa, la tranquilidad y el sosiego. La verdad está ahí fuera y hay que atraparla como el aire que respiro, como el color del cielo, como el agua de lluvia me empapa cuando cae. Es urgente volver a sentir la vida. Es indispensable sentirse vivo”.
Una vez más, se refugiaba en aquellos rincones al aire libre. Siempre huía a este lugar, cuando la respiración se le hacía insoportable. Cuando el corazón le oprimía y se le quedaba detenido en el hueco de la garganta, donde le impedía respirar, articular palabras e incluso, parecía obstruir el orificio y camino, por el que debían conducirse las lágrimas que se concentraban en su interior, y no encontraban la ruta, hasta donde debían convertirse en cascada.
Con la mano helada, limpió de hojas el banco de piedra y allí, como otras tantas veces, se sentó a esperar, que el corazón volviera a introducirse en la cavidad del sosiego y el llanto brotara, como si de un torrente se tratara.
Poco a poco, y mientras las rayos del sol se tornaban más rojos y fríos, la realidad volvía a su interior y de nuevo asumía con tranquilidad, los motivos de su desesperación, de su inquietud y tristeza.
Creía haber sido una criatura diferente. Creía que su tristeza era única. Creía que su soledad, tan solo pertenecía a su ser, pero había algo, que la devolvía a la realidad. Era verdad, que su individualidad, su tristeza y soledad, solo pertenecía a su alma, pero al adquirir conciencia de su existencia, también podía entender, que había sido inevitable, su situación.
Escogió en su día, aquella forma de vivir. También en su día, fue conciente de que al trasladarse a aquel sitio, a esa determinada forma de vivir, al aceptar aquel trabajo, todo esto acabaría ocurriendo.
No fue la primera persona, que acabó en aquel jardín. En aquel banco y en aquella existencia que a veces, se hacía tan triste y solitaria.
Mientras el frío del anochecer, le impulsaba hacía la realidad, un pensamiento volvía a embargarle: “Es necesario salir del jardín. Es preciso quitarse de encima la tristeza y vestirse con la sonrisa, la tranquilidad y el sosiego. La verdad está ahí fuera y hay que atraparla como el aire que respiro, como el color del cielo, como el agua de lluvia me empapa cuando cae. Es urgente volver a sentir la vida. Es indispensable sentirse vivo”.
Nani. Julio 2007.
Es indispensable sentirse vivo, es cierto... Y una forma de saber que estamos vivos es que, de vez en vez, necesitamos correr al jardín para reconciliarnos con nuestras tristezas... Que es una buena manera de ser felices y de estar vivos.
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