Aquel primero de enero, se levantó un poco más tarde de lo habitual. Todo se mantenía en un silencio poco natural, en una casa habitada por chicos jóvenes y alegres, pero también era normal en dicho día, ya que hacían escasa horas que habían vuelto de sus cotillones y fiestas de fin de año.
Aunque ella y su marido también habían trasnochado, la hora de despertar, fue más o menos la de siempre, y a pesar de mantenerse en la cama remoloneando un largo rato, llegó un momento que ya no le apetecía alargar más el duermevela y se levantó. Presentía que algo nuevo le esperaba y no se equivocó.
Al mirar como cada mañana tras los cristales de la ventana, descubrió un paisaje blanco en su totalidad. El blanco era perfecto, la nieve caía copiosamente e invitaba a ponerse abrigada y salir a descubrir calles y parques, puesto que por ser el día que era, estaría sola percibiendo pasos en exclusiva y dejando tras de ella, un camino de huellas propias, tan emocionantes como cuando fue niña y salía con sus padres y hermanos. Siempre le ilusionó de forma increíble, los días como el que ofrece este fin de año, la naturaleza. Tener la primicia y posar su pie sobre la nieve, era una sensación que no podía desperdiciar.
Se colocó unos gruesos pantalones de punto, un buen jersey, su gorro, el plumón, las botas altas, los guantes y sin pensarlo más, salió a la calle.
De nuevo empezaba la aventura. Era emocionante notar el crujido de la nieve bajo sus pies, y la forma de introducirse en ella. Esa emoción era una de las que más había disfrutado siempre. Disfrutaba igual que un niño pequeño, cuando se introduce en un charco de agua y chapotea, cuando nadie le mira. En esos momentos, volvía a tener cinco añitos y se sentía tan dichosa, como un gorrión en su rama, una tarde de primavera.
Fue al parque y al penetrar en él, este le ofreció una inmensa alfombra blanca, con árboles cuajados de blanco, bancos con cojines esponjosos de espléndida blancura, así como las fuentes que se habían vestido del mismo resplandor, el mismo que lucía el general que cabalgaba a la grupa de su caballo andaluz.
Caminando hacía la mitad del parque, recordó su querido castillo y alzó la mirada para ver su esplendor, pero era tan espesa la nieve que caía, que del mismo modo que por arte de magia, este había desaparecido. No le preocupó en absoluto el hecho, y sin pensarlo un instante, salió del parque y callejones arriba, se encamino a las afueras, donde dicho castillo se encontraba.
Si esponjosa encontró la nieve del parque, no menos mullida era la de las callejas cercanas a las murallas. Una vez dentro de los jardines próximos al portón de entrada, pensó en los personajes que construyeron tan precioso entorno y les imaginó un día de invierno, semejante al que estaba viviendo. Les vio con sus amplios ropajes, turbantes y armaduras, así como las bellas y relucientes sedas de las mujeres, cubriéndolas a todas ellas, para tan sólo descubrir a la vista de todos, sus bellos y oscuros ojos, expresivos y llenos de vida. Se imaginó ella misma así vestida y cuando se percató, estaba haciendo una tosca danza del vientre, que le hizo reír con ganas, al pensar que alguien la estuviera observando.
Siguió adelante y penetró por la puerta de “las siete vidas”, (su nombre se debía a los siete vigilantes que allí, perecieron por impedir la entrada del enemigo).
La capa de nieve dentro de las murallas, era aún más gruesa y esponjosa, lo que le permitía introducir sus pies, por encima del tobillo. Se alegró en este instante, de haber tenido el acierto de ponerse las botas altas, de lo contrario, hubiera cogido un buen enfriamiento.
Era precioso encontrarse entre aquellas piedras milenarias. Creía sentirse una princesa de las que protagonizaban “Las Mil y Una Noches”, reinando en aquel castillo y dio gracias a la vida, ya que emociones como las que estaba viviendo en estos instantes, eran los que merecían la pena y hacían, que una persona se sintiese viva y dichosa.
Al llegar al interior del castillo, sube hasta donde se encuentran las almenas y allí, el viento le golpea el rostro de forma tan agradable, que al respirar tan profundamente, el aire aspirado le produce vértigo, se sujeta en las toscas paredes y al mirar al frente, descubre toda la llanura inmensamente blanca. Hoy no se distinguen los olivos, ni las huertas. Y al mirar hacía la población la emoción es enorme. Todo el pueblecito, parece un Belén de aquellos que hacía junto a sus padres y hermanos, con río de papel de aluminio, nieve de algodón, estrella colgante y cielo cuajado de luceros.
El día que le ha proporcionado el primer día del año, ha sido el más bonito de todos los que ha vivido en los inviernos pasados, y para el futuro, será una alegría recordar los inviernos de su pueblo.
Nani. Julio 2007.
Aunque ella y su marido también habían trasnochado, la hora de despertar, fue más o menos la de siempre, y a pesar de mantenerse en la cama remoloneando un largo rato, llegó un momento que ya no le apetecía alargar más el duermevela y se levantó. Presentía que algo nuevo le esperaba y no se equivocó.
Al mirar como cada mañana tras los cristales de la ventana, descubrió un paisaje blanco en su totalidad. El blanco era perfecto, la nieve caía copiosamente e invitaba a ponerse abrigada y salir a descubrir calles y parques, puesto que por ser el día que era, estaría sola percibiendo pasos en exclusiva y dejando tras de ella, un camino de huellas propias, tan emocionantes como cuando fue niña y salía con sus padres y hermanos. Siempre le ilusionó de forma increíble, los días como el que ofrece este fin de año, la naturaleza. Tener la primicia y posar su pie sobre la nieve, era una sensación que no podía desperdiciar.
Se colocó unos gruesos pantalones de punto, un buen jersey, su gorro, el plumón, las botas altas, los guantes y sin pensarlo más, salió a la calle.
De nuevo empezaba la aventura. Era emocionante notar el crujido de la nieve bajo sus pies, y la forma de introducirse en ella. Esa emoción era una de las que más había disfrutado siempre. Disfrutaba igual que un niño pequeño, cuando se introduce en un charco de agua y chapotea, cuando nadie le mira. En esos momentos, volvía a tener cinco añitos y se sentía tan dichosa, como un gorrión en su rama, una tarde de primavera.
Fue al parque y al penetrar en él, este le ofreció una inmensa alfombra blanca, con árboles cuajados de blanco, bancos con cojines esponjosos de espléndida blancura, así como las fuentes que se habían vestido del mismo resplandor, el mismo que lucía el general que cabalgaba a la grupa de su caballo andaluz.
Caminando hacía la mitad del parque, recordó su querido castillo y alzó la mirada para ver su esplendor, pero era tan espesa la nieve que caía, que del mismo modo que por arte de magia, este había desaparecido. No le preocupó en absoluto el hecho, y sin pensarlo un instante, salió del parque y callejones arriba, se encamino a las afueras, donde dicho castillo se encontraba.
Si esponjosa encontró la nieve del parque, no menos mullida era la de las callejas cercanas a las murallas. Una vez dentro de los jardines próximos al portón de entrada, pensó en los personajes que construyeron tan precioso entorno y les imaginó un día de invierno, semejante al que estaba viviendo. Les vio con sus amplios ropajes, turbantes y armaduras, así como las bellas y relucientes sedas de las mujeres, cubriéndolas a todas ellas, para tan sólo descubrir a la vista de todos, sus bellos y oscuros ojos, expresivos y llenos de vida. Se imaginó ella misma así vestida y cuando se percató, estaba haciendo una tosca danza del vientre, que le hizo reír con ganas, al pensar que alguien la estuviera observando.
Siguió adelante y penetró por la puerta de “las siete vidas”, (su nombre se debía a los siete vigilantes que allí, perecieron por impedir la entrada del enemigo).
La capa de nieve dentro de las murallas, era aún más gruesa y esponjosa, lo que le permitía introducir sus pies, por encima del tobillo. Se alegró en este instante, de haber tenido el acierto de ponerse las botas altas, de lo contrario, hubiera cogido un buen enfriamiento.
Era precioso encontrarse entre aquellas piedras milenarias. Creía sentirse una princesa de las que protagonizaban “Las Mil y Una Noches”, reinando en aquel castillo y dio gracias a la vida, ya que emociones como las que estaba viviendo en estos instantes, eran los que merecían la pena y hacían, que una persona se sintiese viva y dichosa.
Al llegar al interior del castillo, sube hasta donde se encuentran las almenas y allí, el viento le golpea el rostro de forma tan agradable, que al respirar tan profundamente, el aire aspirado le produce vértigo, se sujeta en las toscas paredes y al mirar al frente, descubre toda la llanura inmensamente blanca. Hoy no se distinguen los olivos, ni las huertas. Y al mirar hacía la población la emoción es enorme. Todo el pueblecito, parece un Belén de aquellos que hacía junto a sus padres y hermanos, con río de papel de aluminio, nieve de algodón, estrella colgante y cielo cuajado de luceros.
El día que le ha proporcionado el primer día del año, ha sido el más bonito de todos los que ha vivido en los inviernos pasados, y para el futuro, será una alegría recordar los inviernos de su pueblo.
Nani. Julio 2007.
¡¡Me acuerdo de esa noche vieja!! jajajaja...que nevó y tú te fuiste a La Mota ¿verdad? esa fue la Noche Vieja que me perjudiqué de forma considerable..., la única en mi vida, ¡pregúntaselo a Lope! jajaja..., mira tú disfrutando tan tan bien de la vida y yo durmiendo la mona...jajaja...
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