Siempre bién peinado y afeitado. Sus ropas muy humildes pero limpias y bién cuidadas. Sus ojos negros, muy vivos y pícaros.
Todas las mañanas, a la misma hora comenzaba su trabajo en el lugar de costumbre. Siempre la misma esquina de la avenida principal. Los días de mucho frio, le permitían quedarse en una de las puertas de entrada a la farmacia de D. Mariano. Su padre le acompañaba. Era un señor gastado y casi anciano, pero cargaba con agrado con la cesta, el soporte y la silla. Cuando llegaban al lugar descrito, allí se sentaba Manuel, esperando que pasaran los niños y niñas para el colegio.
"Manolo, un puñado de pipas, cuatro caramelos, dos chicles, un chupachús, una barra de regalí, una..."
"Venga, no os empujeis, esperaos..., que le doy las pipas a María y después, los garbanzos tostados a Juani".
No había que ser muy observador para darse cuenta, que no le daba los puñados de igual manera a las chicas que a los chicos. El de las niñas era más grande y más lento. Necesitaba el contacto de sus manos y tan solo con eso fué feliz. Le delataban las chispitas de sus bellos ojos negros.
"Me haces cosquillas", le dijo un día María, mientras que él le contestaba: Eso es que te parece, niña bonita". Y la niña bonita se aleja sonriendo y saltando, de un ladrillo a otra baldosa. Manuel seguía mirandola, mientras ella se perdía entre el bullicio y las esquinas, y al pasar de nuevo al medio día, vuelve a ser feliz cuando ella le sonrie de manera inocente y amiga.
Manuel era amigo de su amigos. Siempre rodeado de jovencitos, les escuchaba con agrado y siempre, les daba los cigarrillos con una habilidad, que ni el padre más astuto lo hubiera adivinado: "Pepe, hoy has fumado dos pitillos, ya no te vendo más", les decía. Cuidaba de su gente y todo paseante le apreciaba. A los padres les rellenaba el mechero. A los ancianos les regalaba la piedra. A los jovenes y niños les quería, y a la niñas...., bueno a ellas las adoraba.
Cuando empezaba el anochecer, volvía el anciano padre. Recogía la cesta, el soporte y la silla. Manuel se apollaba en sus piernas de madera, arrastrando un cuerpo maltratado por la poliomelitis. Se marchaba alegre, marcando el ritmo de aquellas muletas ruidosas, que se perdían poco a poco, con su sonsonete machacón y que volvía, con su ritmo alegre , a la mañana siguiente.
Cuando se nos fué Manuel, las pipas y los caramelos no nos supieron de igual manera a los niños y niñas de esta ciudad. Pero seguro que aquella dulzura, la estarán saboreando los ángeles del cielo, porque allí seguirá Manuel con su sonrisa, sus pipas y caramelos, suavizando y recibiendo a todo el que por allí pasa. Y cuando en las noches estrelladas, los luceros brillan de forma especial y palpadeantes, sé que dos de ellos, son los ojos de Manuel, chispeantes y luminosos.
Todas las mañanas, a la misma hora comenzaba su trabajo en el lugar de costumbre. Siempre la misma esquina de la avenida principal. Los días de mucho frio, le permitían quedarse en una de las puertas de entrada a la farmacia de D. Mariano. Su padre le acompañaba. Era un señor gastado y casi anciano, pero cargaba con agrado con la cesta, el soporte y la silla. Cuando llegaban al lugar descrito, allí se sentaba Manuel, esperando que pasaran los niños y niñas para el colegio.
"Manolo, un puñado de pipas, cuatro caramelos, dos chicles, un chupachús, una barra de regalí, una..."
"Venga, no os empujeis, esperaos..., que le doy las pipas a María y después, los garbanzos tostados a Juani".
No había que ser muy observador para darse cuenta, que no le daba los puñados de igual manera a las chicas que a los chicos. El de las niñas era más grande y más lento. Necesitaba el contacto de sus manos y tan solo con eso fué feliz. Le delataban las chispitas de sus bellos ojos negros.
"Me haces cosquillas", le dijo un día María, mientras que él le contestaba: Eso es que te parece, niña bonita". Y la niña bonita se aleja sonriendo y saltando, de un ladrillo a otra baldosa. Manuel seguía mirandola, mientras ella se perdía entre el bullicio y las esquinas, y al pasar de nuevo al medio día, vuelve a ser feliz cuando ella le sonrie de manera inocente y amiga.
Manuel era amigo de su amigos. Siempre rodeado de jovencitos, les escuchaba con agrado y siempre, les daba los cigarrillos con una habilidad, que ni el padre más astuto lo hubiera adivinado: "Pepe, hoy has fumado dos pitillos, ya no te vendo más", les decía. Cuidaba de su gente y todo paseante le apreciaba. A los padres les rellenaba el mechero. A los ancianos les regalaba la piedra. A los jovenes y niños les quería, y a la niñas...., bueno a ellas las adoraba.
Cuando empezaba el anochecer, volvía el anciano padre. Recogía la cesta, el soporte y la silla. Manuel se apollaba en sus piernas de madera, arrastrando un cuerpo maltratado por la poliomelitis. Se marchaba alegre, marcando el ritmo de aquellas muletas ruidosas, que se perdían poco a poco, con su sonsonete machacón y que volvía, con su ritmo alegre , a la mañana siguiente.
Cuando se nos fué Manuel, las pipas y los caramelos no nos supieron de igual manera a los niños y niñas de esta ciudad. Pero seguro que aquella dulzura, la estarán saboreando los ángeles del cielo, porque allí seguirá Manuel con su sonrisa, sus pipas y caramelos, suavizando y recibiendo a todo el que por allí pasa. Y cuando en las noches estrelladas, los luceros brillan de forma especial y palpadeantes, sé que dos de ellos, son los ojos de Manuel, chispeantes y luminosos.
nani. Octubre 2007
Pues no queda más remedio que acudir, de nuevo, a nuestra metafórica sombrerería y buscar en los rincones si hay por ahí algún sombrero que no nos hayamos quitado ya... Quedan dos (o, al menos, sólo esos encuentro); una gorra sin chistes y un sobrero de carnaval... No de esos de frutas, uno de los otros; un tricornio con cascabeles... la ocasión lo amerita, lo tomo, me lo pongo sobre la cabeza y me lo quito...
ResponderEliminarayyy mamá, mamá... ¡me encanta! ya me habías hablado de este señor, pero me lo he imaginado a la perfección, al lado de la fuente de las ranas debajo de algún árbol milenario del Paseo (antes de que enfermasen)repartiendo chucherías (cuando se llamaban chucherías y no "chuches"jejeje...), yo también tengo uno en mi recuerdo y el mío, ahora, hace poemas ¿lo recuerdas? no sé si seguirá vivo, también me acuerdo de Juan el de las tortas del Alonso..., ufff...¡paro! que me llega la nostalgia y la "cagamos"...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, justo, intenso y cargado de emoción (como siempre)
Besos de uno en uno que son de cariño
Tuniña
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQué ricos eran los caramelos, piruletas y todas esas cosas que vendían personas como este señor. Siempre cerca de los colegios para salir o entrar corriendo con el preciado manjar en las manos. El día era mucho más bonito.
ResponderEliminarQué recuerdos nos traen esos desaparecidos vendedores callejeros de golosinas.
ResponderEliminarMario, te pillo uno de esos sombreros aunque sea repetido ¿vale? :)
Besos
Siempre hay personajes en la vida que nos dejan recuerdos dulces, tan dulces como los mismos caramelos.
ResponderEliminarBesitos
igual que ahora...qué tiempos!!!
ResponderEliminarQue precioso ...
ResponderEliminarY que triste ...
Un besito.
En mi pueblo aun esta el mitico señor que vendia gominolas, caramelos... ya es muy mayor, pero es emocionante ver como lo quiere todo el pueblo, los niños y los que ya no somos tan niños...
ResponderEliminarNani, nos has llevado a nuestra infancia, como dice mariapan, nosotras también tenemos uno en nuestro recuerdo (con un carrillo verde, si no recuerdo mal.
ResponderEliminarY Juan siempre estaba ahí, detrás de su ventanilla, vendiendo sus tortas y rabiando porque nos ponñiamos impacientes. Me ha gustado, como todo lo que escribes. Muchos besos.
Que bonito homenaje a quien parece que fue todo un icono de tu infancia...Me ha gustado un montón, de verdad. Un descripción tan perfecta que me parecía estar viéndole por la ventana, ahí abajo vendiendo pipas y caramelos!
ResponderEliminarBesitos!
Tienes ese don de describir perfectamente, de poner cierto tono de melancolía... de escribir obras de arte, en definitiva.
ResponderEliminarBESAZOS
Por cierto, soy Pegaso ;)
ResponderEliminarme gustó mucho la historia :D
ResponderEliminarMis recuerdos de niño también contienen el quiosco de chucherías, de hecho incluyen dos: el del cole, y el de Vicente el churrero. Qué de soldaditos de plástico compraba yo con la paga de los domingos...
ResponderEliminarQue pinta tienen essa chuches!!!!!!!!!! yo tambien tenia un "Sr Manuel" a la puerta del cole,daba gusto ir al cole!!! ajjajaja
ResponderEliminarUn beso
Yo no vivido esos momentos en los que los vendedores se ponian en las calles... pero me ha parecido precioso.
ResponderEliminarCuando una persona trabaja con gusto, hace feliz a los demas con su trabajo.
Besotesss
si ve que su tia no sabe todo, hace una escabechina, jajajajaja
ResponderEliminarpor que, por que, por que...
Él sabe que es especial, y que a él le cuento cosas que a su madre no, y le gusta sentirse así
Un beso