
Aquella tarde de nuevo había decidido acercarse al zumaque. ¡Le gustaba tanto aquel paisaje desde el tajo!
En otoño alcanzaba su madurez, el colorido era impresionante tan intenso y variado, empezando por las tonalidades verdes, pasando por los diferentes naranjas y acabando por los marrones más agradables y variados. Todos tan bien combinados, que solo la madre naturaleza es capaz de alcanzar dicha paleta de colores. Sólo ella podía conseguir un arco iris después de una tormenta, ese trino fascinante cuando se sentaba debajo de la noguera ahora cargada de nueces, el vientecillo ya algo fresco que acaricia la piel, el pelo y que le hace estremecer y sentirse viva.
Todos los años volvía a ocurrir lo mismo, era como un rito lo que en aquel tajo experimentaba. Se sentía plena. Daba gracias por la vida, por su familia, por las alegrías, las dificultades y las tristezas, ya que todas ellas juntas y así revueltas, formaban parte de su ser. Por su trabajo, que aunque no era el mejor del mundo era el suyo y sobretodo, podía ejecutarlo ya que tenía facultades físicas y síquicas. Sabía que cuando volviese a casa, podría volver a mezclar los colores y plasmarlos en el lienzo que en casa le esperaba y cuando en la cocina estuviera preparando la ensalada o el estofado, no podría dejar de evocar todas las emociones que en el tajo visualizaba como si de una película se tratara y que además…, ¡duraba tan poquito tiempo este paisaje que la naturaleza ofrecía!, que estos escasos días se convertían en una necesidad acudir todas las tardes y ver ocultarse el sol. Era inevitable como inevitable era recordar y dejar escapar alguna lágrima con cierta ternura y dulzura, al recordar los sueños logrados y los no logrados. Los amores de juventud y como no, aquel chico que fue a buscar su gran sueño y del que no volvió a saber nunca más, aunque deseaba que hubiera logrado ese “su sueño”, como ya anhelaba que volviese el nuevo otoño, con su gama de colores, marrones ocres, naranjas y verdes.
Nani. Febrero2008.