lunes, 21 de enero de 2019

DIDÁCTICA


Habría cogido alguna vez un hilván, dos y hasta cincuenta. Siempre que se necesitaba agrupar enseñanzas y compartirlas, distribuirlas como si fueran sueños llenos de sabiduría. Llegar a clase todos los días con una carga de comprensión, recibir a los niños como esponjas ávidas de sabiduría, regarles con delicadeza y amor, obsequiarles con una sonrisa y después, enseñarles a coser todo lo aprendido, letra a letra, sílaba a número, hasta conseguir un poema, un relato o una ecuación. Lo importante sería hacerles soñar, vivir y subir cada día un peldaño que les convirtiera en personitas bordadas a fuego.

HILVAN-ANDO

Habría cogido alguna vez un hilván que se repetiría cada vez que en las diligencias, se  descosiera o se frunciera como un acordeón. Era algo que deseaba enseñar a los jóvenes por si alguna vez necesitaban sujetar un falso, las hojas que componían un poemario o los sueños que se quedaban atrapados por las bisagras de las puertas e incluso, entre pestaña y pestaña. Hilvanar o rebobinar, era tan preciso en un taller de costura, como en los entresijos del que comenzaba a subirse al carro.

Nani. Enero 2019