Mi
madre tenía las manos curtidas, ásperas y con grietas, como la abuela y la
bisabuela las tuvieron de tanta faena
dura y sobre todo, de ir a lavar en el lavadero de la plaza, en el nacimiento de
la fuente o en el río. Cargaban con las cestas de ropa sucia y allí pasaban o pasábamos
todo un día con un remojón de naranja o simplemente un “jollico de pan y
aseite”, que nos parecía un manjar, cuando los niños (más bien, niñas) les
acompañábamos, para ayudarlas a extender sobre la hierba las sábanas blancas
para solearlas y las posibles manchas refregadas con jabón de sosa y aceite
reciclado, se las comiera el sol. ¡Por entonces no había blanqueadores si no
eran los que ofrecía la naturaleza! Mientras, se lavaban las prendas de vestir,
que siendo más trabajosas de manejar, no necesitaban ser blanqueadas. Después,
se aclaraba toda la ropa y se tendía hasta su total secado.
Para
el lavado, se escogía una jornada que fuera soleada (más difícil de conseguir
en invierno), de la que los más pequeños disfrutábamos como enanos, jugando en
la plaza mientras tanto o en plena naturaleza, si era el lugar al que había que
ir a hacer la colada.
Algunas
veces a la vuelta se nos hacía de noche, ya que la ropa no se secaba del todo
debido al mal tiempo reinante y debíamos esperar para que pesara cuanto menos,
¡mejor! Y para colmo a esas manos, las de ellas, se les añadían los sabañones
que acababan sangrando, ya que el frío se sumaba a todo lo demás; aunque nunca
se amilanaron. Cuando llegaban con las cestas cargadas, preparaban la cena y
hacían su ungüento para poder al menos mover los dedos con algo de facilidad.
Ponían aceite en un cuenco y si había limón, añadían un buen chorrito, lo
batían y con ese mejunje se las masajeaban
(siempre de espalda a todos los más pequeños, para que no viéramos las lágrimas
que brotaban por el escozor y cuando todo pasaba y las manos entraban en calor
y se sentían algo más flexibles), continuaban con la cena y todo lo que quedaba
por hacer hasta que nos llevaban a la cama, nos contaban una historia (a veces
distinta porque la inventaban), dábamos gracias por lo que la vida nos ofrecía
y nos arropaban con esas sábanas frías y recién lavadas que olían a gloria,
pero que eran la delicia que nos llevaba junto a Morfeo, con la tranquilidad
que solo un niño consigue, después de escuchar el susurro de una historia en la
voz de su bella madre o abuela y que terminaban nuestra jornada, acariciando el
pelo que ya descansando en la almohada,
se desmallaba por el amor recibido de esas increíbles manos.
Nani.
Octubre 2020
Hoy en Argentina es el dia de las madres y tu relato es un bello homenaje a esas manos de madre /abuelas/ bisabuelas, que todo lo curan con su sabiduria. una historia preciosa... Te deseo un domingo maravilloso
ResponderEliminarEli, me alegro que me recordaras el día de la madre, así pude felicitar a una amiga que quiero mucho. Y como siempre, agradecida por tus comentarios.
EliminarBesicos muchos.
Que linda historia amiga, te leo y veo en mi mente las manos de mi madre, esas que hoy tuve entre las mias, saludos.
ResponderEliminarSandra, me a legra saber que te has identificado con el relato.
EliminarBesicos muchos.
Y esto ya no se lleva Nani, pero leerte la primera frase y quedar atrapada todo es una.
ResponderEliminarQue vidas más distintas. Que no caigan en el olvido.
Isabel, cuánto me alegra verte por aquí y recibir tu comentario.
EliminarBesicos muchos.
Es cierto parece que no se lleva porque la gente en general anda ocupada en miles de cosas que no tienen ni la menor importancia. Pero creo que esto retorna.
ResponderEliminarBesillos
Inma, yo no he parado, así que las modas me resbalan.
EliminarBesicos muchos.