viernes, 23 de abril de 2021

HACE TIEMPO...

 


Imagen encontrada en la red


Para celebrar el día del libro, lo hago con algo que podría estar entre las hojas de uno de ellos.

Tenía un tío al que quería mucho y me contaba muchas historias verdaderas e inventadas.

Me sentaba por las tardes a su lado y mientras colocaba el género en el pequeño negocio que tenía, me hablaba (creo que a veces lo hacía para sí mismo) y yo embelesada, le escuchaba siempre  con la boca abierta, me encantaba oírle y mirarle, mientras hacía y deshacía.

Un día de aquellos, me contó:

─Me crie entre botas o cubas de vino. Al anochecer alrededor de esas botas se reunían los carpinteros, zapateros y el tabernero que era mi padre. En la trastienda, se ponían a veces las botas, y no lo digo porque entre ellos había más de un zapatero, sino que, por entonces cuando llegaban a sus casas, solo había un triste huevo cocido y un chusco de pan. De esa manera olvidaban un poco el hambre que pasaban. Colocaban el huevo en un huevero, le abrían un agujero en la parte superior y el chuco de pan lo hacían tiritas, que mojaban y remojaban y re chupeteaban, hasta comerse el chusco y el huevo quedaba por dentro, tan limpio como estaba por fuera.

Alguno de ellos, ─me dijo─, gritaba sobre todo a su mujer y a sus hijos. El hambre y la poca vida se hacían más asequibles, nublando su conciencia entre esas botas, que el zapatero se había pasado el día remendando, confeccionando y cosiendo. El carpintero, lijando madera, repasando y la ebanistería se hacía arte entre sus manos, aunque nadie lo apreciara. Trabajaban todo el día para conseguir una monedas que cuando pasaban de una mano a otra, se fundían en el ultramarinos, donde tenían una cuenta abierta para ir retirando lo más necesario y que pagaban poco a poco, con la miseria que obtenían después de trabajar de sol a sol y a veces, algo más.

Mientras tanto, las mujeres cosían, aparaban los materiales que más tarde convertirían en zapatos sus maridos, otras eran modistas y otras tantas, fregaban casas, lavaban la ropa, peinaban a las señoras en sus propias casas e incluso, iban a planchar montañas de ropas de esas señoras y sus familias; además de llevar sus casas, criar a los muchos hijos que tenían, alimentándose de lágrimas, penas y mucha hambre, ya que para ellas, a veces no había huevo, ni chusco y tanto cansancio, que hasta les hacía olvidar el hambre.

Aquel día mi tío, dijo que se le había metido polvo del trigo en los ojos, pero siempre supe que lloraba y se quitaba las lágrimas a puñados, solo que no me atreví a decirle nada, sino que le di un beso en cada ojo, para que se le pusieran mejores.

Cuando nos cambiamos de ciudad, le eché mucho de menos. Luego cuando volvía en vacaciones le visitaba, pero ya no me contaba historias, decía que las había olvidado todas.

 

Nani. Abril 2021