Hoy te he buscado muy calladita para que no te espantaras como la última vez. No he hecho ruido. No he querido molestarte. Sólo quería verte y ver tu mirada, como me miraba. He querido escuchar tu voz. Después de tanto tiempo me he sobresaltado cuando te he escuchado. Todavía me pellizca tu voz y cuando no lo espero me sobrecoges, haces que mi interior de un respingo y me quede alerta esperando ver qué sucede. “¡Qué dices, qué digo! ¡Qué haces, qué hago! ¡Qué miras, qué miro! ¡Qué tocas, qué toco!”…y tú siempre me tocas, ¡me rozas por dentro! (no sé si a ti te ocurrirá otro tanto). Esa mirada tuya toca esa cuerda que tú sabes está siempre alerta, siempre en estado de “Do Mayor” y dispuesta a entonar la melodía del recuerdo. Del recuerdo dulce, porque el amargo lo enterré hace tiempo en la caja de música que hay encima de la cómoda. Lo dejé allí y le eché la llave para que no saliera nunca más, aunque quiero que su presencia me recuerde algunas cosas que no pueden volver a suceder. Y te he mirado, te he olido, te he escuchado y casi te he rozado, pero… tú no me has mirado, ni me has olido, ni me has escuchado, aunque casi me has rozado, cuando he pasado a tu lado y tú entrabas en la pastelería con tu hija. Esa hija que debió ser también mía y que por aquella mala interpretación, es tuya y de otra mujer que prefiero no saber como es, ni como se llama, ni si es bonita, ni si te quiere, ni nada de nada. Te he visto feliz, tu voz me ha sonado cantarina y la niña preciosa, así que he acariciado el recuerdo y me he vuelto por la calle contraria.Nani. Marzo 2008.



