
Hoy he vuelto a verte con tu sonrisa diría que más tranquila.
Los ojos sigues teniéndolos un poco tristes y al mirarte me has recordado la edad que tengo. Las entradas en tu frente son algo más visibles. El comienzo de unas patas de gallo me han recordado las veces que nos hemos reído juntos y las que hemos llorado, aunque tú siempre te escondías para hacer algo tan normal en las personas cuando algo escuece por dentro.
Yo no tuve que esconderme porque me juré a mi misma que no lloraría nunca más y que afrontaría la vida con una sonrisa por muy dura que se presentara. Que tenía que seguir adelante porque me quedan fuerzas para coger una cuartilla en blanco y rellenarla (aunque sea para garabatear monigotes), pasar un buen rato con los amigos, escuchar unas cuantas canciones o sentirme transportada cada vez que escucho aquella música que descubrí gracias a ti.
Hoy te he mirado y me has sonreído. Hoy he vuelto a recordarte y he notado como volvían a revolotear las mariposas en mi estómago. Hoy cuando te has dirigido a mí con tu habitual amabilidad: “Señora, ¿qué le pongo?", de nuevo tu voz me ha zarandeado y he vuelto a la realidad. Hoy de nuevo he respondido con el consiguiente desconcierto a flor de piel y voz titubeante: “Cuar…, cuarto y me…, cuarto y medio de boquerones, ¡por fa…, por favor!".
Como siempre, vuelvo a la realidad cuando debes servirme el pescado, porque es entonces cuando sé que no eres tú, que no estás ni en el supermercado, ni detrás del mostrador de la pescadería, ni en la figura preciosa del chico que vende pescado.
Este chico nunca sabrá que tú fuiste aquella persona que me dio tantas cosas, menos la sinceridad que necesitaba.
El pescadero, nunca sabrá que no quisiste mirar al frente. El pescadero nunca sabrá que compro boquerones, porque necesito recordarte y tener presente que te fuiste sin decir una palabra. Este chico no sabrá, que te fuiste para vivir sin ser feliz.