A CASA DE NUEVO
Vuelve
al pueblo. Las mismas calles a pesar de los distintos rótulos. No sabría decir
que es, pero algo percibe distinto, hasta el sol del atardecer que se cuela por
las estrechas calles parece haber cambiado.
Su
corazón es más viejo y un poquito más triste, por lo tanto, seguro que su
mirada también es distinta.
Está
llegando a la casa que le vio crecer, y se busca una llave de hierro forjado
que guardó en el bolsillo de la americana. La introduce en la cerradura y el
olor que percibe tras empujar la puerta le golpea la cara, dando un salto el
corazón en el pecho. Huele del mismo modo que entonces. Hay mucho polvo
acumulado, pero en el mismo lugar sigue la cómoda, la percha con el sombrero y
el bastón del abuelo, la silla de nogal y encima, un viejo periódico. Lo coge,
sacude el polvo y observa las hojas rubias y descoloridas. Se acerca a la
ventana, abre el postigo y la luz que penetra se fija justo encima del titular
que dice: “Hoy 20 de noviembre de 1975 a las 5,25 horas, ha fallecido el
general Franco….” y en el centro de la noticia narrada, la foto envejecida de
un señor con cara de primate triste que parece ser el que está dando la
información por televisión.
Entra
en la cocina y deja el periódico sobre la mesa. El florero aún tiene restos de
unas flores que debieron ser hermosas en su día y el cristal delata el agua
seca que sin duda retuvo.
La
taza de café sigue dentro de la fregadera de loza, esperando que unas manos
quiten los pozos resecos y la devuelvan a la vitrina donde se encuentra el
resto de la porcelana de la abuela.
Todo
parece que esté detenido en aquel frío día de noviembre.
Decide
salir de nuevo al pasillo y empuja la puerta del salón. Huele a polvo
enrarecido, pero aun así y después del tiempo transcurrido, se percibe el
perfume de la abuela. Descorre la enorme cortina de cretona y abre el postigo
derecho. Al volver sobre sus pasos se paraliza al encontrar algo familiar.
Sobre la mesa está el libro abierto por la página de siempre. ¡Qué cotidiano fue
aquel libro y la ilustración de aquella página! Era el recuerdo constante que
la abuela tenía de su querido esposo. Siempre que le echaba de menos, lo abría,
lo miraba y decía: “A los pies de este cuadro, allá en el museo, el abuelo me
declaró su amor y me pidió que fuera la madre de sus hijos. ¡Cómo añoro su buen
humor y su sonrisa!"
Debió
quedar en la silla el día que tía Lola la encontró casi desfallecida. La
llevaron inmediatamente al hospital y ya no quisieron volver más a la casa.
Le
habían enviado la llave al ático que compartía con más estudiantes, porque
estaban seguros que él volvería algún día.
¡Tubo
tantos momentos dulces entre aquellas paredes! Los primos, los tíos, las
vacaciones, las navidades, las escapadas mientras fue estudiante, para visitar
a los abuelos y de paso, ver de nuevo a la tía Lola. Sonríe cuando la recuerda.
¡Cómo llegó a enamorarse de ella! Era preciosa. Había llegado a ser su musa y
su inspiración mientras terminaba los estudios y a ser todo para él, hasta
aquel día que le llegó la carta de mamá en la que le anunciaba la triste
noticia de su fallecimiento: “Hijo -decía-, había salido a pasear a caballo con
su novio. El potro se desbocó y la dejó tirada al borde de un precipicio. No
pudo hacer nada y se despeñó”. Eso había dicho él. Nunca le gustó aquel novio y
cuando lo encontró en los grandes almacenes, sus miradas se cruzaron y no se la
sostuvo. Siempre intuyó que aquel hombre no supo querer a su gran amor.
Y
hoy ha vuelto. Ahora encuentra olores, libros, recuerdos y hasta si se queda
quieto, le parece percibir los pasos pausados del abuelo. ¡Cómo se quisieron y
cuanto paseos por las alamedas, la rivera, cuántas vivencias y días felices!
Ha
decidido desempolvar todos los recuerdos, sacudir cortinas y alfombras. Ha resuelto
montar su oficina en la casa de su infancia. Se siente seguro entre estas
viejas y familiares paredes. Intuye que todo le va a ir bien en el pueblo que
le vio crecer y sabe que a su esposa no le disgusta compartir su vida en el
sitio que le hizo tan feliz.
Se
dirige al despacho del abuelo. Allí siguen los muebles de nogal. La librería
repleta de libros donde comenzó a amar al Quijote, a emocionarse con Neruda o
Miguel Hernández, a conocer las aventuras con Julio Verne y…. ¡Madre de Dios!,
todavía siguen en el estante que el abuelo le cedió sus cuentos de aventuras,
“Mortadelo y Filemón”, “El Capitán Trueno”, “El Jabato” y como no, “Los siete”,
“Pipi Calzas-Largas” y tantos otros. Los acaricia y se siente el niño de siete,
diez y doce años. Allí mismo seguirán colocando los libros que le lean a su
pequeño. Allí seguirán colocando sobre tantos y tantos recuerdos, vivencias
nuevas, experiencias, ilusiones y como no, un día tras otro, con el anhelo de
que todo sea la vida que tanto ha deseado en los últimos años.
Y
al mirar la enorme foto que hay sobre la gran chimenea, nota una dulce caricia
en su mejilla y una ráfaga de viento cálido. No sabe cómo, pero de sus labios
salen unas palabras que apenas podría escuchar alguien de estar allí: “Gracias
abuelo, gracias por todo tu cariño, tus enseñanzas y por ser quién fuiste. No
te preocupes, todo irá bien. Podrás disfrutar de todo lo que aquí siga
ocurriendo, da muchos besos a la abuela, ¡sé que nos cuidarás!”
Nani.
Febrero 2017
Relato para el concurso ZENDALIBROS.COM #historiasdeamor
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Ay... qué pena...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Hermosa nostalgia.
Besos.