jueves, 4 de enero de 2018

PAOLA Y SU NAVIDAD



-¿Qué haces Paola, te veo muy pensativa ahí delante de la pantalla, no te sale el artículo de esta semana?
Paola me mira como si estuviera en otro mundo y la hubiera arrancado de la galaxia más lejana.
Todavía un poco en su mundo, me responde:
-No tengo que hacer un artículo mamá, sino que me han pedido un cuento de Navidad y la verdad, no sé por dónde empezar ni cómo hacerlo. Al principio me pareció pan comido, pero ahora… No quiero hacer un cuento más de los que acostumbramos con su moraleja o de los que contamos a los niños. Es verdad que un cuento tierno a todos nos llega, pero recurrimos siempre a los tópicos y hoy no quisiera hacer eso. Prefería casi escribir algo para mí con lo que hoy me sugiere mi escasa experiencia de vida, pero no sé por dónde meter mano.
Quisiera no marcarme retos de principio de año como acostumbramos, aunque si me gustaría para empezar no dejar que los malos momentos se quedaran clavados en el corazón, sino podérmelos quitar igual que tú haces con ese vello que empieza a salirte en el labio superior desde el comienzo de la menopausia; sé que te duele cuando te lo sacas con las pinzas, pero después todo queda mejor y aunque deje huella y vuelva a repetirse, esa es la experiencia de la que deseo aprender.
Quisiera que tantos refugiados que hay por esos mundos tiritando y pasando necesidades de todo tipo, dejaran de estar olvidados y pendientes de promesas que nunca se hacen realidad, al igual que las guerras que provocan esas y tantas calamidades.
Quisiera que los responsables se hicieran cargo de esas pateras llenas de inmigrantes, niños que aún no se afeitan, o niñas embarazadas y con bebés que se quedan en gran número en las aguas heladas.
Me ilusiona no verme rara cuando me miro al espejo, sino aceptar de una vez por todas que el azogue me devuelve las arrugas que se me van haciendo en las entrañas y que hay días que se hacen muy visibles en el rostro que refleja. Deseo asumir que no todo lo puedo asimilar, porque la sociedad hace de mí un grano de arena en el desierto que mueve a su antojo y que por más que me revele, no puedo inclinarme para ningún sitio que no sea el que tengo. Sé que es aquí donde tengo mi lugar y donde puedo resolver hasta donde mis manos alcanzan. Sé que aspirar a ir más lejos no me está permitido y que si mi entorno o lo que abarco no lo soluciono por mí, o no plancho esas arrugas de las que te hablo, no voy a conseguir gran cosa.
Quisiera aceptar que a veces me dejo manipular bien por dejadez, cansancio, apatía o porque también necesito un respiro, mirar a otro lado para no morirme de tristeza o de aburrimiento esperando un milagro que nunca llega. Ya las hadas, la magia y los nomos no están a mi alcance. La magia está en mí y lo sé, aunque hoy no la encuentro por lo abrumada que estoy.
No quiero contar otra vez con distintos paisajes y diferentes vestidos el cuento de la cerillera. Hay muchas cerilleras a lo largo de esta sociedad y lo mismo las tengo en la casa de al lado y ni siquiera soy consciente de ello o incluso, no quiero ver que están ahí año tras año.
No me alivia nada que en los días navideños se hagan comidas solidarias para una noche. Las personas que duermen en la calle, los ancianos de las residencias o los niños de las casas de acogida por poner algún ejemplo, necesitan un plato caliente y una persona amiga todos los días y no un ratito al año. Eso no me consuela ni me alivia. Dicen que más vale eso a nada pero no entiendo la caridad, no consigo entenderla de esa manera, creo que es un bálsamo para quienes la practicamos y para mí sigue siendo un parche y nada más.
No entiendo que les demos a los más necesitados un puñado de arroz y no les enseñemos a sembrarlo o como cubrir sus necesidades. ¿Pasa que para ello hay que ser pacientes, cariñosos y nada de altivos? ¿Es más cómodo rellenar papeles en una oficina y que cada uno de ellos corresponda a un distinto puñado de arroz? ¿Para cuántos días tienen? ¿Es más importante el número de papeles rellenados?
No concibo que los bancos y magnates se queden con los pisos de personas que tienen un precario trabajo o incluso se han quedado sin él, porque los que tienen mucho quieren bastante más. Que paguen una miseria a sus empleados y luego nos hagan sentirnos culpables, porque según nos cuentan “Vivimos por encima de nuestras posibilidades”. ¿Quién vive de esa manera si a veces no da el sueldo para el alquiler? ¿Las personas no comemos, ni nos ponemos una camiseta en invierno? ¿Acaso no ha sido provocado por esos poderosos y hay que aceptarlo e incluso, bajar la cabeza?
Los niños y niñas no los educamos para que se respeten y exista amor verdadero, no un cuento de princesas que cuando pasa el primer efluvio, se vuelve violencia y rencor. 
Mamá, no sé cómo voy a escribir el cuento, creo que estoy demasiado confusa para hacer un cuento de Navidad. No veo coherencia, respeto y lealtad por ningún sitio. No hay humanidad y un cuento navideño debe ser sobretodo “Humano”. ¿Me estoy endureciendo, estoy dejando de ser la que creía?
Esta vez soy yo la que me quedo confusa y no sé qué responder, en el fondo sé que lleva razón. Pasado un momento solo se me ocurre decir:
-Paola hija, intenta ordenar todo lo que me has contado. Solo tienes que decirlo como lo sientes. El cuento de Navidad lo tienes, solo debes ordenarlo y pulirlo. No creo que necesites mucho más, ponte a ello porque todo está en tu corazón y en esa escasa experiencia de la que me hablas.

Nani. Enero 2018


4 comentarios:

  1. Ojalá los cuentos fuesen una prolongación de la realidad, aunque, quizá lo sean mientras los leemos. Precioso, un abrazo.

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    1. Los cuentos son el reflejo de lo que vivimos Jorge.
      Muchas gracias por comentar.
      Besicos muchos.

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  2. En el corazón de Paola siempre es Navidad.

    Un relato precioso.
    Bravo!!!

    Besos.

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    1. Muchas gracias Toro. La realidad se nos queda clavada en el alma.
      Besicos muchos.

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