Lucía preciosa con ese camisón de batista blanca reluciente e impecable. Era
adorable y transmitía una dulzura que a todos embaucaba. Fue educada por un
padre seductor y egoísta que nunca le
importó utilizar a su propia hija para que fuera uno de sus más seguros y
firmes hilos que movían las marionetas de sus sucios manejos. No importaba como
se realizara la hazaña, eso era lo que menos importaba, pero cuando todo se fue
descubriendo, le consiguió unas mangas muy largas para que llegaran hasta las
cajas de caudales, cuentas bancarias o ahorros de pobres e ingenuos matrimonios
jubilados faltos de cariño. Al final la batista cedió y el cuerpo se salió de
esa fina coraza y fueron hija y padre los que se fracturaron y acabaron
acorralados en calabozos de tabiques impenetrables, aunque la prisión más hermética
para la chica, fue la que descubrió dentro de su alma.
Nani. Marzo 2019
Lo que mal empieza mal acaba.
ResponderEliminarDel alma uno no puede escapar.
Besos.
Toro, el alma siempre nos acompaña y siempre nos alegra o nos atormenta, ¡es lo que hay!
ResponderEliminarBesicos muchos.