domingo, 12 de agosto de 2018

LOS PAJARITOS




Palabras obligadas:  pasaporte, horizonte y laberinto.


Éramos compañeras de colegio y amigas fuera de él, desde que estuvimos en párvulos. Cuando por la tarde terminaban las clases, merendábamos y quedábamos con el resto de compañeras a jugar a la comba o si nos íbamos al parque, nos uníamos al ir pasando por las casas que nos cogían de paso. Mi amiga vivía en una casa antigua y muy fresca en verano. Tenía dos entradas ya que hacía esquina. Una de ellas daba a una calle muy estrecha y umbría que era por donde entraba la chica de servicio, la familia y todo lo relacionado a dicha estirpe  y la otra entrada mucho más interesante daba a la calle principal, ya que al mismo tiempo era el negocio que regentaba la abuela. Fue una tienda de sobreros “Sombrerería Los Pajaritos”, donde me encantaba esperarla. Siempre estaba la abuela con su gran escote ¡hiciera frío, cayeran chuzos de punta o un sol de justicia típico de la Andalucía más caliente! Quedó viuda hacía ya mucho tiempo y era principalmente la fuente de sustento de toda la familia. Tenía que andar muy arregladita y presentable, ya que su clientela era mayormente masculina y ella sabía cómo agradarles, coqueta siempre y con una adorable sonrisa para alegrar la vista a su concurrida clientela. Me gustaba verla sacar con maestría los sombreros de aquellas enormes cajas redondas de cartón de donde salían sombreros de fieltro, gorras de lana y hasta un día estando yo allí, un pasaporte que le había guardado a un señor que según me dijo mi amiga, fue espía y cónsul en la posguerra española. Cuando descubrí este secreto y alguno más, me sentí la niña más afortunada del mundo, ya que en cierto modo formaba parte de la historia de mi país. Me contaba mi amiga, que su abuela era colaboradora y colega de muchos hombres que con la excusa de la compra de una gorra o un sombrero por allí aparecían con un encargo, procurando estar preparada cuando en el horizonte los veía aparecer estando asomada a la puerta tomando el sol mañanero o intuía su llegada; aunque el teléfono que había en la trastienda también jugaba un papel bastante importante, siendo a veces mi amiga quién recogía los recados por norma en clave y bien amarrados, para que nada se notase desde la percepción de cualquier cliente o amigos que pasaban a saludar. A veces aquel local era como un casinillo, donde se ponían al día los parroquianos de mi pueblo tanto de chismes, dimes y diretes, fallecimientos y todo tipo de acontecimientos. Más tarde supe que el laberinto de cajas y fieltros recogían en dobles fondos, documentos que de haberlo sospechado las autoridades de la época, hubieran metido entre rejas a la abuela, los padres e incluso a mi amiga a pesar de ser una niña de secundaria cuando empezó a formar parte de la trama que allí se cocinaba, igual que el puchero o las lentejas que a la subida de las escaleras se cocían a fuego lento y que también vigilaba la abuela, siempre activa y matriarcal. Su madre como era habitual en una señora de la época, se pasaba el día en la salita al final de la escalinata tejiendo jerséis, calcetines y braguitas blancas relucientes, con una destreza que me hipnotizaba. Su padre viajaba mucho en un enorme coche negro de aquellos que utilizaban los funcionarios con chofer y también pude saber, que era parte de aquellos tejes manejes que por allí se aliñaban. Un día de buenas a primeras, el coche desapareció así como el chofer y su padre quedó sentado en el sillón contiguo a la tejedora, prosiguiendo así hasta el día que falleció aún joven y creo yo, que aburrido al no poder continuar con su activa vida anterior. Por aquellas fechas, los señores dejaron de utilizar sombreros de fieltro y con la falta de clientela y entresijos, la abuela se fue haciendo demasiado mayor de puro tedio y porque los años pasan. Con todo ello, el declive de aquella querida familia que tanto me entusiasmaba y me divertía. Hoy mi amiga sigue siendo alegre como siempre, está viviendo su vida como una mujer normal y divorciada de aquel primer amor que adoró pero que salió rana, adora a sus hijos y nietos y recuerda aquellos acontecimientos con tanta nostalgia como yo los añoro.


Nani . Agosto 2018

10 comentarios:

  1. Que bonita historia llena de recuerdos y secretos.....un gusto leerla...saludos

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    1. El gusto es mio Sandra. Siempre encantada de tenerte por estos lares.
      Besicos muchos.

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  2. Ostras...
    Es un relato estupendo.
    Perfecto.
    Dan ganas de vivir en ese tiempo.

    Besos.

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  3. Jorge Romero Aranda17/8/18 8:32 a. m.

    Que gran relato, fantástico. Intriga y ternura. Enhorabuena.

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    1. Muchas gracias Jorge. Me alegro que te haya gustado.
      Besicos muchos.

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  4. Añorar esos bellos tiempos, me encantó tu relato :)

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    1. Muchas gracias Boris. Bienvenido a mi espacio.
      Besicos muchos.

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  5. Muy bien descrito, Nani. Logras que el lector vea ante sí, esa sombrerería y la abuela al frente del negocio, sin restar peso a los otros personajes de esa familia. ¡Genial! Eso sí: te falta la "m" en sombreros". Un relato estupendo, como siempre, claro. ¡Me ha encantado!

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    1. Me alegra mucho Rebeca que te haya transmitido la intención que tenía con este relato. Te agradezco que me hayas indicado mi fallo-despiste. Agradezco infinitamente, que me los indiquéis cuando os dais cuenta.
      Besicos muchos.

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