A
la tierna edad de los 14 añitos, quise aprender a escribir a máquina y mis
padres todo solícitos me regalaron en mi cumpleaños, una Olivetti Studio 45 de
color azul turquesa fuerte. Tenía su maletín, su funda, escobillas para
limpiarla y yo me quedé petrificado con mi gran regalo.
En
mis horas libres la sacaba del estuche, la colocaba sobre la mesa camilla y
allí empezaba a colocar mis dedos sobre el teclado. Aprendí el lugar de cada
letra de nuestro alfabeto y comencé ese “Tac, tac, tac…”, seco y rotundo que
emitía mi querida Olivetti. Mis padres y hermanos estaban hasta el gorro del
ruidito monótono que mis dedos producían al artefacto azul turquesa, y que no
conseguía que fuera más aburrido, pesado y con una velocidad tan escasa que
quemaba la paciencia del santo Job. Así que viendo el panorama, me fui a una
academia dónde me colocaron en un pupitre con una máquina del año de
Maricastaña, conseguida en el desecho del ayuntamiento u otros organismos,
cuando acabó la guerra civil española y cambiaron el mobiliario. Allí conseguí
algún avance (mi empeño era grande), ya que no molestaba a los demás alumnos
que estaban en las mismas circunstancias que yo y el tiempo empleado fue
importante. A veces nos tapaban los ojos, otras las manos y me familiaricé con
el teclado consiguiendo la velocidad “adecuada”, pero como estaba en la edad de
pillar palomicas, a veces mis cuartillas eran un sin fin de errores y cambios
de “b por v”, “m por n”, “t por r”. La verdad es que no avanzaba gran cosa.
Más
tarde, comenzaron los primeros ordenadores a pulular por las academias,
colegios etc. Hice algunos cursos e incluso terminé mis estudios de
administrativo-contable. Aquello era otra cosa. Cuando terminaba la carta o el
documento antes de guardarlo, lo corregía y empezó a crearme una pasión y
admiración que incluso daba besos a la pantalla de mi ordenador a la vez de
saltos de alegría. Ya no tenía que romper el documento y volverlo a hacer. Se
fue pasando aquella tensión que me oprimía el alma cada vez que me enfrentaba a
mi Olivetti o a cualquier otro modelo y comencé a enamorarme de mi ordenador,
aunque rudimentario me sacaba de todos mis apuros, despistes y agobios que ya
siendo más mayor, no eran de recibo en mi puesto de trabajo.
Sentí
con el tiempo separarme de aquellos enormes aparatos ruidosos, que me dejaban
colgado de vez en cuando a pesar del amor que yo les profesaba. Hoy soy un
amante empedernido de cualquier portátil que se precie, no tengo manías y puedo
relacionarme con cuatro o cinco al mismo tiempo. Puede que sea un adicto, pero
no solo me caso con ellos, sino que los tengo en un pedestal e incluso bailo,
cuando alguno me ofrece melodías fascinantes. ¡Son el amor de mi vida!!
Nani. Noviembre 2018
La máquina de escribir revolucionó el mundo.
ResponderEliminarEl pc lo perfeccionó.
Buen relato.
Besos.
Sí Toro, nos revolucionó y no sabes cómo!! El pc, nos enamoró!!
EliminarBesicos muchos.
Muy lindo texto...me recordó cuando tuve mi maquina de escribir....y aun la tengo.....saludos
ResponderEliminarMuchas gracias Sandra. Eres muy generosa.
EliminarBesicos muchos.