Éramos
sardinas y nos colocaban apiñados en una lata en conserva, con sal, aceite e
incluso un poquito tomate. Como mi nariz es muy grande, no entraba bien y me
agobiaba un poco. Estábamos muy
estrechos por lo que mi napia se convertía en un enorme problema. Todo debía
quedar bien acoplado y con gran enojo por mi parte, me dieron la vuelta. No
tenía suficiente con mi gran trompa, sino que además ahora debía tener mi órgano
olfativo sobre los pinreles pestosos del resto de la conserva. Todo resultaba
demasiado estresante hasta que me paralicé al notar que la tapa caía encima y
comenzaba a cerrarse herméticamente. De pronto se escuchó un gran estruendo acompañado
de un olor fétido y una voz gritando que la conserva estaba deteriorada. En
este momento me desperté, estaba pringón como si se me hubiera derramado aceite
encima y olía a pescado podrido.
Nani. Octubre 2020