martes, 1 de octubre de 2024

UN, DOS TRES..., CHASQUIDO

 



 

Imagen del fotógrafo estadounidense Romaint Laurent

 

Cuando era pequeño había una vecina de los abuelos con la que me gustaba pasar grandes ratos y no eran más, porque siempre decían algunos que no debía estar mucho tiempo con ella, aunque los abuelos no le daban importancia. Más tarde supe que todos los del pueblo la conocían como la hechicera y chamana, pero con los abuelos se llevaba de maravilla, a mí me quería y yo le correspondía.

El caso es que un día la abuela estaba muy triste. Me contaron que habían encontrado el cadáver de su hermano Perico, el que se fue a Cuba por los años sesenta siendo muy jovencito. Era artista y quería seguir su vida por aquellas tierras, aunque en muchas etapas no supieron de su vida. Había sido su elección y aunque lo respetaron, siempre sintieron su ausencia.

Ver a la abuela tan triste me produjo mucha inquietud y como la vecina chamana sabía que le pasaba, me dijo que me fuera a merendar con ella, mientras el abuelo la llevaba a dar un paseo y que más tarde, me enseñaría algunos trucos contra la tristeza de la abuela, así que sin pensarlo ni un minuto, la acompañé. Me lo pasaba fenomenal con la chamana y si además me enseñaba algo contra la tristeza de la abuela, iba con los ojos cerrados.

Ya en su casa, me cortó una rebanada de pan hecho por ella en el horno de leña, y me puso sobre este y bien untada, una buena porción de manteca colorá que me supo a gloria. Cuando recogió todo lo que había sacado de su frigorífico, me dijo si quería de verdad saber como alegrar a la abuela y yo, con la boca llena le contesté asintiendo con la cabeza, ya que en ese momento no podía decir ni pio.

Veras ─me dijo─, solo tienes que hacer un chasquido con los dedos corazón y pulgar de la mano derecha y al mismo tiempo, haces lo propio con la lengua. Los chasquidos debían producirse al mismo tiempo para que hicieran efecto en el momento buscado y, si lo realizaba todo correctamente y con el deseo de que se cumpliera mi pedido, desaparecería físicamente de los ojos del resto del mundo.

Una vez realizado el juego ─ella le llamaba juego al ritual─, podrás desplazarte a donde quieras y en este caso, irás al interior de tu abuela y le harás reír como siempre lo has hecho, solo que ella creerá que recuerda o imagina y poco a poco recuperará su alegría.

Cuando terminé mi merienda, me lavé las manos porque los dedos me resbalaban, la manteca colorá es pringona y no me hubiera dejado hacer chasquear los dedos. Una vez limpios, comenzamos. Tuve que repetirlo varias veces hasta que salieron coordinados, pensamiento, dedos y lengua. En ese momento me dijo la chamana que estaba preparado e hice todo lo que me recomendó. De pronto, me vi cerca de la abuela.  Ella no me veía por lo tanto mi desaparición había dado resultado y pronto observé como la abuela sonreía recordando y agradeciendo que al menos, se supiera el lugar de descanso de su hermano. Algún día iría a llevar unas margaritas ─dijo─, que por lo visto le gustaban mucho y así, poco a poco conseguí desaparecer siempre que creí poder aportar unos momentos positivos, aunque también hice alguna tratada y alguna broma gasté, con la consiguiente amonestación y casi la eliminación de mi poder.

Hoy soy mayor y no sé que ha pasado, pero por muchos chasquidos que hago, solo consigo reír como un poseso, recordando mis escapadas y mis aventuras en aquellas montañas perdidas en el mapa y es que cuando nos hacemos mayores, perdemos todo el encanto e incluso, nos convertimos hasta cascarrabias.

 

Nani, octubre 2024

1 comentario:

  1. Preciosas tu historia, hay que ver que bien lo pasamos cuando somos niños y tenemos a un mayor que nos enseña trucos ya sea de cartas o como en esta ocasión un chamán, además ser invisible es todo un reto y hacer sonreír ni te cuento. Me encanto esta lleno de magia. Un besote y muy buenas noches.

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