Soy
del sur pero vivo en Madrid. En el último puente, decidí ir a visitar a mis
padres que viven en Aldeaquemada, la ciudad de mi niñez y juventud.
Como
salí temprano y faltaban unas horas para el almuerzo que era la hora en que le
dije a mamá que llegaría, al pasar por Despeñaperros decidí ir primero por los
lugares a dónde me llevaba el abuelo Pedro. Disfrutábamos en la Cascada de la Cimbarra
y de manera especial, el arte rupestre de Tabla de Pochico. Hacía mucho tiempo
que no había vuelto por aquellos lugares, ya que echaba mucho de menos al
abuelo y me dolía no poder acompañarlo, aunque alguna vez tendría que ser la
primera.
Llegué
a la cascada y allí casi salpicado por la cristalina agua que arrastraba la
suave brisa, estuve meditando y recordando como de su mano, disfruté de pequeño
cuando casi no le llegaba a la barriga. Más tarde, me embelesaba cuando me
contaba sus peripecias en el servicio militar, los escarceos con las primeras
chicas y la manera en que se enamoraron él y la abuela. Alargaba el tiempo,
temiendo adentrarme en soledad en Tabla de Pochico. Allí me relataba y
explicaba las rupestres pinturas y bromeaba cuando me decía que una de ellas se
parecía a mi padre cuando tenía 15 años. Pobrecito, qué rabietas cogía cuando
le escuchaba y al darme cuenta de que bromeaba, los dos nos reíamos como nunca
más he hecho.
En
ese momento sentí como si me empujara a adentrarme en el lugar y hasta me pareció
escuchar su voz susurrarme al oído. Al instante me arrepentí de no haber
acudido con anterioridad. Le sentía cerca y en cada imagen escuchaba aquellas
bromas inocentes que nos hacían reír y al mismo tiempo, disfrutar el paisaje y
todo lo que aquel paraje nos ofrecía.
Cuando
me disponía a volver dónde dejé el coche para llegar hasta casa, noté que de
entre las ramas se escuchaba un susurro y me pareció ver una especie de
silueta. Después no vi nada más, pero sí sentí como si algo me empujara a
adentrarme en una cueva que no recordaba haber visto anteriormente.
Me
costó acostumbrarme a la penumbra y al olor que me resultaba extraño. Cuando
estaba pensando en darme la vuelta, una mano invisible me sujetó y alguien me habló muy
cerca: “No, sigue aquí, hoy tienes que ver que dejó tu abuelo en este lugar
preparado para ti”. No pensé en nada más y me adentré. Al fondo había una
cámara muy sofisticada con maquinaria extraña.
Seguía
andando hacía adelante, como si un poder superior me empujara a dirigirme no
sabía a dónde.
Al
término de aquel pasillo me esperaba un chico, por llamarlo de alguna manera.
Me hizo pasar a una sala y allí encontré toda una serie de reproducciones de
neandertales que según me contó el anfitrión, habían habitado la zona. Cuando
le pregunté que tenía que ver el abuelo en todo ello, me comentó que ellos eran
los habitantes de un planeta similar a la tierra en la galaxia de Xefocus y que
vinieron a investigar la evolución humana, ya que querían introducirse entre
nosotros. Volví a preguntar que tenía que ver yo con eso y sobre todo el
abuelo. Me contestó que el abuelo estuvo ayudándoles y que me había dejado todo
su legado para que lo continuara y para que desechara las dudas, sabía que
llegado el momento dudaría, me dejó una carta. Al echarle una mirada por
encima, supe que era la letra del abuelo. En ella me decía que eran personas a
las que debía ayudar, ya que en su planeta se estaba terminando el agua y
quedaban muy pocos seres. Quedé abatido y dije que debía pensarlo. Todo aquello
que sobrepasó, aunque sabía que debía volver.
Por
el momento, todo quedaría tal cual, pero sabía que volvería pronto. No cabía
duda que aquello sería una de mis investigaciones futuras, de que nosotros éramos descendientes de los seres que allí habitaban y
habitaron. Las incógnitas las iría despejando poco a poco, estaba seguro.
Nani,
Septiembre 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario