lunes, 1 de septiembre de 2025

SOY DEL SUR

 



 Pintura rupestre de Tabla Pochico. Aldeaquemada (Jaén)

Soy del sur pero vivo en Madrid. En el último puente, decidí ir a visitar a mis padres que viven en Aldeaquemada, la ciudad de mi niñez y juventud.

Como salí temprano y faltaban unas horas para el almuerzo que era la hora en que le dije a mamá que llegaría, al pasar por Despeñaperros decidí ir primero por los lugares a dónde me llevaba el abuelo Pedro. Disfrutábamos en la Cascada de la Cimbarra y de manera especial, el arte rupestre de Tabla de Pochico. Hacía mucho tiempo que no había vuelto por aquellos lugares, ya que echaba mucho de menos al abuelo y me dolía no poder acompañarlo, aunque alguna vez tendría que ser la primera.

Llegué a la cascada y allí casi salpicado por la cristalina agua que arrastraba la suave brisa, estuve meditando y recordando como de su mano, disfruté de pequeño cuando casi no le llegaba a la barriga. Más tarde, me embelesaba cuando me contaba sus peripecias en el servicio militar, los escarceos con las primeras chicas y la manera en que se enamoraron él y la abuela. Alargaba el tiempo, temiendo adentrarme en soledad en Tabla de Pochico. Allí me relataba y explicaba las rupestres pinturas y bromeaba cuando me decía que una de ellas se parecía a mi padre cuando tenía 15 años. Pobrecito, qué rabietas cogía cuando le escuchaba y al darme cuenta de que bromeaba, los dos nos reíamos como nunca más he hecho.

En ese momento sentí como si me empujara a adentrarme en el lugar y hasta me pareció escuchar su voz susurrarme al oído. Al instante me arrepentí de no haber acudido con anterioridad. Le sentía cerca y en cada imagen escuchaba aquellas bromas inocentes que nos hacían reír y al mismo tiempo, disfrutar el paisaje y todo lo que aquel paraje nos ofrecía.

Cuando me disponía a volver dónde dejé el coche para llegar hasta casa, noté que de entre las ramas se escuchaba un susurro y me pareció ver una especie de silueta. Después no vi nada más, pero sí sentí como si algo me empujara a adentrarme en una cueva que no recordaba haber visto anteriormente.

Me costó acostumbrarme a la penumbra y al olor que me resultaba extraño. Cuando estaba pensando en darme la vuelta, una mano invisible me sujetó y alguien me habló muy cerca: “No, sigue aquí, hoy tienes que ver que dejó tu abuelo en este lugar preparado para ti”. No pensé en nada más y me adentré. Al fondo había una cámara muy sofisticada con maquinaria extraña. 

Seguía andando hacía adelante, como si un poder superior me empujara a dirigirme no sabía a dónde.

Al término de aquel pasillo me esperaba un chico, por llamarlo de alguna manera. Me hizo pasar a una sala y allí encontré toda una serie de reproducciones de neandertales que según me contó el anfitrión, habían habitado la zona. Cuando le pregunté que tenía que ver el abuelo en todo ello, me comentó que ellos eran los habitantes de un planeta similar a la tierra en la galaxia de Xefocus y que vinieron a investigar la evolución humana, ya que querían introducirse entre nosotros. Volví a preguntar que tenía que ver yo con eso y sobre todo el abuelo. Me contestó que el abuelo estuvo ayudándoles y que me había dejado todo su legado para que lo continuara y para que desechara las dudas, sabía que llegado el momento dudaría, me dejó una carta. Al echarle una mirada por encima, supe que era la letra del abuelo. En ella me decía que eran personas a las que debía ayudar, ya que en su planeta se estaba terminando el agua y quedaban muy pocos seres. Quedé abatido y dije que debía pensarlo. Todo aquello que sobrepasó, aunque sabía que debía volver.

Por el momento, todo quedaría tal cual, pero sabía que volvería pronto. No cabía duda que aquello sería una de mis investigaciones futuras, de que nosotros éramos descendientes de los seres que allí habitaban y habitaron. Las incógnitas las iría despejando poco a poco, estaba seguro.

 

Nani, Septiembre 2025

 

 

 

 

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