
Esperaba al domingo para descansar. Esperaba el fin de semana para ir a visitarla. Esperaba que el sábado y el domingo, le proporcionara un respiro. Esperaba que dos días a la semana, le abrieran el corazón a la luz, ya que el invierno estaba resultando largo y frío y empujar la puerta de aquella casa, era como el sol de primavera. Esperaba tocar el timbre de aquella casa como cuando era pequeña y que aquellas manos ya arrugadas le abrieran (a pesar de tener llave), como cuando volvía del colegio. Esperaba ensanchar el alma, con el aroma a lavanda que siempre tuvo aquella vivienda. Esperaba oler el puchero de los días festivos. Esperaba escuchar los alborotos y discusiones de sus hermanos, deslizarse por el hueco de las escaleras. Esperaba recorrer el pasillo y antes de llegar al despacho de papá, notar el dulzón olor que despedía la cachimba de madera. Esperaba empujar la puerta del patio, y ver los rosales florecidos, las macetas de perejil, albahaca y el lilo en flor. Esperaba subir las escaleras, dejar su chaqueta sobre la cama y sonreír, pensando en la bronca por no guardarla en el ropero. Esperaba acercarse a la ventana, para mirar a través de los cristales y ver a los chiquillos rodilla en tierra, jugar a las bolas y al trompo, mientras las niñas saltaban a la comba entonando una dulce canción. Esperaba todas esas cosas, mientras metía la llave en la cerradura y darse cuenta que todo aquello sucedió hace millones de años.
Esperaba…, mejor esperó en el rellano, sonrió y pensó que era inevitable que acudieran esos pensamientos dulces, cálidos y llenos de ternura, que siempre le hacían el día a día mucho más sabroso y que le cargaban las pilas, todos los fines de semana.
Nani. Febrero 2009.