sábado, 17 de febrero de 2018

FOBIAS




No me gustaba coger el álbum de fotos de los abuelos. Siempre me dio un cierto calambre o escalofrío tocarlo y mucho más, mirar las fotos de color sepia y humedecidas por las esquinas. Olían a naftalina y a moho. Si las rozaba dejaban ese olor nauseabundo en mis manos que por mucho que las lavara, allí seguía. A veces no quedaba otra que alargárselas a la abuela. Ella se empecinaba en que mirara aquellos recuerdos que a mí me producían miedo y espanto. Un día de pequeño escuché escondido detrás del sofá que el hijo de la abuela, mi tío, había raptado a los hijos del vecino del pueblo para pedir un rescate y la niña se le había ido de las manos. A partir de ahí, a la abuela se le fue el hijo al penal para toda la vida y con él, todo su juicio. Por eso no soportaba el álbum, ni aquella niña que se veía en la esquina de la foto más vieja. Esa niña que parecía huir no he sabido nunca, si hacía arriba o hacia abajo y que mis padres decían que no estaba en el viejo retrato.


Nani. Febrero 2018