No
consigo dormir bien. Noto ruidos cuando casi me estoy quedando vencida y me
incorporo sobresaltada. Me da miedo encender la luz, noto como si alguien o
algo me rozara y no me atrevo a comprobar que es lo que me inquieta y me saca
de mi sueño reparador. El primer día, fue como percibir una caricia que casi me
producía placer pero al ser consciente de mi soledad, temblé de miedo y salté de
la cama como si un resorte me hubiera impulsado. Encendí la lámpara de la
mesita que tengo a mi lado y no me gustó lo que vi. Algo revoloteó sobre mí y
desapareció como por arte de magia. Otro día fue como si un tejido muy sutil,
me rozara y produjera al mismo tiempo una ligera corriente de aire tibio, que no
era normal en mi habitación ya que la ventana y la puerta permanecían cerradas.
El último día, permanecí sentada en la cama hasta que amaneció y hoy, hoy ha
sido tan sumamente extraño el aroma a jazmín (nunca me gustó) y la sensación de
ser observada, que no me atrevo ni a respirar. Pensar sacar la mano de entre
las sábanas para encender la luz, me atormenta y aunque intento no moverme,
tengo miedo que me delate el castañeo que producen mis dientes. Aprieto la boca
y casi ni respiro. Sudo, pero al mismo tiempo tengo mucho frío. Los pies los
tengo tan helados que no logro notarlos. Mis manos sujetan la sábana pero
cuando rozan mi cara, noto que las tengo tan heladas como carámbanos. No
soporto el pánico que me atrapa. El corazón se me sale por la boca y cuando ya creo morir de terror, escucho una
voz que me dice que la fiebre va remitiendo y que no tenga miedo, que estoy en
la habitación de un hospital y que nadie me va a hacer daño. Que en unos días
estaré del todo bien y podré volver a casa. Pero a pesar de lo que me dicen,
nunca volveré a dormir con la luz apagada y en aquella vivienda. Tendré que
buscar otra o volver a la casa de mis padres. ¡Con lo que me gustaba vivir
independizada!
Nani.
Noviembre 2019