Cuando
se vio frente al mar, creyó que ya
podría volar, dejar hundir sus pies en la orilla y caminar sin
cansancio, sintiendo las olas chocar en sus tobillos, en sus nalgas e incluso
en su cara, hasta hacerle trepar y revolcarla. Eso sí, ¡siempre untada de crema como si fuera un pavo pintado de
grasa, dispuesto a entrar al horno! Al final se asustó. Aún no sabía nadar. Salió
airosa de debajo de las olas. Su interpretación
fue de diez, aunque el corazón se le salía por la boca y a partir de
entonces, fueron restringidos sus escarceos.
Nani.
Diciembre 2020
Nos confiamos mucho y a veces nos llevamos un buen susto. Pero merece la pena arriesgarse por esos disfrutes de andar sintiendo las olas en tus pies.
ResponderEliminarSí M. Lola, a veces nos confiamos demasiado. Pero que sería de nosotros sin esos riesgos. Aprenderíamos?
EliminarBesicos muchos guapa.
A lo que obligan ciertas palabras. ;)
ResponderEliminarAbrazos.
Jajaja, a dar piruetas y todo, no Alfred?
EliminarBesicos muchos.
Me has echo recordar con este relato, cierta ola que envolvió a mi mujer como una croqueta cualquiera, le devolvió a la orilla tal que a venus. Pero asustada.
ResponderEliminarUn saludo.
Sí, es normal que vuelvas asustada. En mi caso así pasó.
EliminarBesicos muchos.
El mar es hermoso pero traicionero. Saludos amiga. Feliz Año.
ResponderEliminarSandra, a veces nos confiamos demasiado y es un gigante que engulle todo lo que tiene a su alcance.
EliminarBesicos muchos.
Con el mar todo cuidado es poco.
ResponderEliminarBesos.
Así es Xavi. Y los de interior a veces somos muy osados.
EliminarBesicos muchos.