Cuando
se vio frente al mar, creyó que ya
podría volar, dejar hundir sus pies en la orilla y caminar sin
cansancio, sintiendo las olas chocar en sus tobillos, en sus nalgas e incluso
en su cara, hasta hacerle trepar y revolcarla. Eso sí, ¡siempre untada de crema como si fuera un pavo pintado de
grasa, dispuesto a entrar al horno! Al final se asustó. Aún no sabía nadar. Salió
airosa de debajo de las olas. Su interpretación
fue de diez, aunque el corazón se le salía por la boca y a partir de
entonces, fueron restringidos sus escarceos.
Nani.
Diciembre 2020