Imagen recogida en la red
Paseando
por las calles del pueblo, evitaba una en particular. Le gustaba ir a la plaza,
donde de niña la mandaban a la mercería a comprar los encajitos que su abuela
le ponía a las enaguas y en general, a toda la ropa interior de las mujeres y
niñas de la casa. Estando allí recuerda cuando pusieron la figura de la persona
más emblemática de la ciudad, allá por los años de Maricastaña. Primero figuró
en la calle en que nació, pero con el tiempo y siendo ella pequeña, la pusieron
en la plaza. Fue a ver el traslado con sus hermanos mayores y, se escondía
entre sus piernas porque le daba miedo ver esa figura tan erguida y oscura.
Además siempre le produjo mucho respeto los bigotes poblados y retorcidos, así
como las cejas enormes, que aquella escultura tenía. Con el tiempo se fue
habituando y ahora era un placer ir a visitarla. Las calles empinadas de piedra
rústica la encandilan y subir al mirador a ver ponerse el sol, le proporciona
una paz inmensa. Al volver, le encanta caminar por las distintas calles que le
recuerdan a las compañeros del colegio, al resto de familia y le encanta
saludar a los vecinos que sentados en las puertas, pasan las tardes-noches
veraniegas tomando el fresco. Al lugar que nunca va y evita siempre, es donde
conoció al primer chico que le hizo tener mariposas en la barriga. Después se
fue con una beca a Suiza y además de que no volvió, tampoco le escribió para
decirle que allí se quedaría. La calle del olvido no la pisó nunca más, para evitar
que las mariposas se le salieran por la garganta y por las lágrimas que aún
brotaban.
Nani.
Febrero 2020