El
otro día fui al doctor para que me diagnosticara una manchita que me había
salido en el brazo izquierdo. No parecía tener mala cara, pero de todas maneras
me preocupó mucho y cuando me la miró D. Sonrisas, me comentó que mal aspecto
no tenía pero si la cara un poquito agria, porque imaginaba que no sonreía
mucho y por lo tanto, aún menos reía.
Le
comenté que tenía razón, que últimamente me había molestado mucho con los
problemas familiares, del trabajo y con lo que sucedía en la sociedad que
vivimos y que por eso, me estaba poniendo un poco fea incluso, de tanto arrugar
la frente y pensar que todo era un poco simple a mi alrededor. Pero lo que no
podía imaginar (le seguí comentando), es que por ese motivo me salieran
manchitas en las brazos. Según me iba diagnosticando, me comentaba que todo y
más nuestro estado de ánimo influye en nuestra salud, nuestra piel y en lo que
aparentemente no vemos en nuestro organismo, así que me recetó un taller de
“Risoterapia”, que comenzaba en unos días en un local cerca de casa.
Empecé
a asistir con cierta desconfianza y me costó integrarme, pero al cabo de unos
días y viendo a los asistentes que tenían problemas verdaderamente importantes
y se reían con ganas, incluso se revolcaban por el suelo muertos de risa, dejé
mi mala cara aparcada, comencé a dejarme llevar y hoy tengo risas para dar,
repartir y consigo reírme hasta de mi sombra y lo más bonito de todo, es que mi
piel luce como la de un melocotón, mis adentros los percibo radiantes y mi
corazón reboza de alegría. Por fin he entendido que si yo no estoy alegre y
contenta conmigo misma, ¿Cómo voy a reflejar nada positivo ni voy a contribuir
que mi entorno esté bien? Por fin entiendo que tengo que ser un payaso cuando
toca serlo, una esponja-sonrisa cuando se da el caso, o una carcajada cuando
toca reírme de mí misma. Por fin entiendo que la vida no es tan seria como yo
creía, sino una alegría tener la oportunidad de conocerla.
Nani. Agosto 2011.