Este año hemos decidido pasar las vacaciones en la montaña y cuando me levantaba por las mañanas, si madrugaba me iba a caminar por los alrededores de la cabaña que habíamos alquilado y conseguía despertarme del todo oliendo la retama, el tomillo, las jaras, junto a los trinos de los gorriones, los vuelos bajos de las golondrinas que llegaron a tocarme en ocasiones el pelo y el sonido del agua de las fuentes y más adelante, del río que a lo largo de su camino, salta, juega, se esconde y vuelve a saltar. Cuando llegaba a su altura, me gustaba sentarme a la vera e incluso meter los pies y refrescarme por un ratito, mientras descansaba apoyada en una roca o en el tronco de un árbol.
El día que recuerdo con mayor cariño, fue cuando como casi todos los días, me senté a descansar con los pies metidos en el agua y fue a tropezar en mi pierna una botella que incluso me hizo algo de daño, ¡gracias a que no era de cristal porque se hubiera roto o incluso me hubiera herido! Era una botella de las que se usan para los refrescos de dos litros y aunque estaba aparentemente vacía, el impacto por la velocidad en mi pierna, fue algo, algo más bien sorprendente aunque el roce produjo un impacto que me dolió un ratito. Pude reaccionar a tiempo para agarrarla y que no se escapara y siguiera su curso. Seguramente la persona que la puso dentro del cauce, pretendía que llegara a la desembocadura y fuera encontrada en cualquier playa, pero hete aquí, que tropezó en mi pierna y fue agarrada por mis cinco dedos de la mano izquierda. Cuando la tuve delante de mis ojos, pude con gran asombro descubrir que dentro había enrollado un papel ceñido con una goma para evitar que dejara de ser un rollo y descubriera lo que en su interior se escondía. Abrí la botella y con cierto trabajo, conseguí extraer el rollo de papel al que con enorme curiosidad quité la goma y desenrollé encontrando el siguiente texto escrito: “Esto que estás leyendo lo ha escrito un ser pequeñito y habitante del bosque donde nace el río, porque aunque te extrañe, en el bosque vivimos unos seres diminutos que velamos por los humanos y su entorno, aunque ya los humanos se dedican a destrozar la naturaleza y vamos a tener que salir de los lugares donde llevamos viviendo durante infinidad de siglos. Me duele que a mis 500 años deba ir a vivir a otro lugar si no nos queman antes o arrancan los árboles milenarios que son lo que nos cobijan y nos dan sombra, nos protegen y nos dan alimento. Me da pena porque los humanos no saben o no quieren saber que nosotros velamos por su bien estar, hace mucho tiempo que quisieron desentenderse y las nuevas generaciones ni siquiera saben que existimos pero que si dejáramos de hacerlo, las hojas de los árboles estarían sucias y los árboles se morirían. Nosotros nos deslizamos para limpiar las hojas y ellas aspiran mejor el aire que necesitan, otros dejamos caer las hojas viejas que sirven de abono y de refugio a nuestras moradas, etc., etc. Esta misma botella que utilizo, es para decirte que no debéis dejarlas tiradas en cualquier sitio y menos, en los bosques que a veces en vez de ser el pulmón de las ciudades, se convierte en un basurero donde será imposible vivir. De seguir así, contaminará nuestras vidas y seguido las vuestras, por eso hemos recogido todas las que hemos podido y os hemos mandado el mismo mensaje. Esperamos que algunos seáis en esta ocasión tan curiosos como imagino has sido tú y deseo cuentes esta historia del “Mensaje en una botella” a tus hijos, sobrinos, nietos y amigos, porque así todos sabréis que habrá que hacer para que nuestros bosque brillen y respiren como es debido, ya sabes que en ello está que gocemos de buena salud o seamos tan necios de mandar todo al garete".
Nani. Julio 2011.