martes, 4 de diciembre de 2007

UNA MAÑANA DE SEPTIEMBRE II





(SEGUNDA PARTE DE UNA AVENTURA)

Jejejeje, ¡que de tebeos he leído, con lo fácil que le resultaba al Capitán Trueno, a Roberto Alcázar y Pedrín o al Hombre Araña! Ese día hubiera querido ser Mary Noticias, porque seguro hubiera aparecido así de repente y por detrás de algún mausoleo el abnegado Bruma y hubiese resuelto el problema de esa forma tan bonita y romántica que solía hacerlo. Pero como ni era Mary Noticias, ni Bruma se iba hacer presente y ante la imposibilidad de poder dar la vuelta a la escalera o saltar hacía fuera si no era rompiéndome la crisma, decidí ya que estaba arriba y esa tapia daba a una carretera no muy retirada, con todos los apuros del mundo y montada a caballo sobre la dichosa tapia de las narices, me quito el forro que le había puesto a mi falda blanca de piqué y cual bandera al viento, la ondeo cada vez que pasa un camión o coche para que puedan detectar mi presencia allá arriba en mi improvisada caballería ¡parecióme y disfruté tanto como el Caballero de la Triste Figura! Pero como toda aventura acaba (ahora cuando lo recuerdo y pienso jajajajaja), imagino que si algún ser de los que pasaron me detestó, pisó con frenesí el acelerador y salió zumbando de aquellos alrededores como alma que lleva el diablo, así que nuevamente cuando me cansé, volví a bajar y opté por el último recurso que me quedaba que era ni más ni menos que coger un pico (sí, ese martillo de mango largo con dos púas largas también, que utilizan los albañiles para trepar paredes o similares) y empecé a romper lo que me imaginaba sería nuestra salvación, porque haría un agujero y por él saldríamos. Por entonces ya eran las doce y media y me tendría que dar prisa, ya que la niña se pondría chinchosa, le daría hambre y entonces si que sería un horror. Los habitantes del lugar no se molestarían de eso estábamos seguras, pero a nosotras nos podía dar un infarto pensado que le daríamos de comer a la niña, así que me gustara o no, me puse pico en mano y de nuevo ¡sorpresaaaaaaaaaaaaaa! Con tantas ganas empecé a picar que a los tres o cuatro golpes, ¡zás, el mango se parte!... pero yo cual heroína de cuento de aventuras (ese día estuve pletórica, jejejejeje) y mostrándome muy valiente ante el personal (mi hermana y mi hija, los otros seguían en sus lugares de descanso), digo: “No te preocupes, hay otro pico” jejejeje, que valiente, ¿no podría haber dicho otra sandez mejor? De nuevo me encamino para lo que había sido capilla, ahora almacén de herramientas (insisto) y abierto. Cojo el otro pico y ya de camino rezo a todos los santos para que no se vuelva a romper ya que no quedan más instrumentos de estos…., y de nuevo manos a la obra (nunca mejor empleada la frase) y tras, tras, tras y más tras y por fiiiiiinnn cae un trocito de cemento y otro, y otro más y yo rezando por lo bajini (rezando al mango del pico por supuesto), ¡por favor no te rompas, no te rompas que tenemos que salir!, pero como soy tan retorcida, a la vez pensando, ¡mira que si debajo de todas estas filigranas geométricas hay un armazón de hierro! ¡Por favor que no haya hierros, que no haya hierros! Tras, tras, tras y más tras y ahora ya cae un trozo más grande de cemento y otro, y uno mas grande que descubre el interior y compruebo que no hay armazón de hierro, así que sigo picando con más ganas y más optimista y diciendo a mi hermana: ¡Ves, ya se va abriendo, ya mismo estamos fuera!, así que picando y picando, la niña llorando, mi hermana meciendo y cantando, hasta que a las dos de la tarde, mi hermana sale la primera por el hueco abierto, le doy a la niña y salgo yo (esto no hubiera pasado hoy, porque seguro en el bolso o bolsillo hubiéramos llevado un móvil, pero hace veintitantos ni había móvil ni na de na). De esta guisa, salimos zumbando hacia la civilización y turnándonos porque la niña pesaba lo suyo, llegamos al lugar de trabajo de mi marido que nos cogía de paso y el pobre a vernos aparecer toda sucia yo (mi falda veraniega de piqué y blanca, llevaba tizne, polvo y sangre porque las manos me sangraron un poquito) y sudosas ambas dos, la niña emberracada y sofocada; se asustó por no decir otra cosa. Se tranquilizó algo cuando le contamos pero a la misma vez, se indignó tanto o más de lo que yo estaba. Seguimos nuestro camino y me llego al ayuntamiento y cuando termino de narrar toda nuestra aventura quijotesca, me dicen todo tranquilos que ha pasado más veces, solo que el susodicho señor ha vuelto enseguida. Pero para rematar y poner la guinda al pastel, cuando llegamos al negocio de mi padre, este está todo enfadado porque dice que nos hemos pasado la mañana de parranda o al menos eso había pensado. En ningún momento le había pasado por la cabeza que nos podíamos haber quedado encerradas o que nos hubiera pasado algún percance, ¡hay que joderse de parranda!
A otro día y cuando mi marido va al cementerio a recoger el cochecito de la niña, el encargado del recinto ¡si, el señor gracioso que en paz descanse!, estaba todo indignado, porque no le habíamos buscado, le habíamos roto un pico y para más INRI, le hicimos un agujero a la fachada y además nunca se bajó del burro, ni nos dirigió en lo que le quedó de vida la palabra.
Desde entonces, pusieron en la entrada un cartel con un horario, pero ¿creé Sr. Aquilino que no se quedó nadie más encerrado? ¡Mentira podrida! Cuando a este señor le apetecía, cerraba y santas pascuas, así que hubo algún caso más, creo que ninguno con tanta aventura como el de esa famosa mañana de Septiembre, pero ya le digo, las hubo ¡vaya si las hubo!
Como ve Sr. Presidente, tengo motivos para adherirme a su asociación, por lo que quedo en espera de sus gratas noticias.
Atentamente,
Nani.



FIN de esta aventura tan verdadera y cierta, como que me tengo que morir y que supongo mi hermana recordará de distinta manera, ya que estas cosas todos las vivimos de forma distinta.


nani. Diciembre 2007.

viernes, 30 de noviembre de 2007

UNA MAÑANA DE SEPTIEMBRE I









(Esta realidad ha sido escrita a partir de la carta de D. Aquilino Fuencarral “Presidente de la Asociación de Difuntos Descansen en Paz” y que publicó en el blog de Nanny de Testamento de Miércoles, que escribío al Sr. Director en protesta y reivindicando los derechos de los difuntos)

Sr. Aquilino Fuencarral:
Lo prometido es deuda y hoy estoy aquí para contarle como un día soleado de la segunda mitad de Septiembre, decidimos mi hermana y yo ir al cementerio a llevar un ramo de flores a la tumba de nuestra querida madre, que había dejado de estar con nosotros ya hacía dos años, después de haber pasado por una de esas largas enfermedades que no se le desean ni al peor enemigo, pero bueno, no estoy aquí para contarle todo lo que la echamos de menos y lo que nos acordamos de ella, aún habiendo pasado bastante o mucho tiempo. No, yo estoy aquí hoy para narrarle, lo que le comenté hace unos días con motivo de mi adhesión y colaboración con su sociedad....
Cómo le decía, esa mañana soleada de Septiembre, mi hermana bastante más pequeña que yo me comentó que le gustaría ir a poner unas flores por cumplirse el segundo aniversario de la falta de nuestra madre. Yo nunca he tenido esa necesidad, ya que cuando hablaba con ella, siempre me pidió que le rezáramos y que nos dejáramos de llevar flores y esas zarandajas que se acostumbra y siempre bromeando (tenía un sentido del humor muy particular), decía: “Cómo me llevéis flores, vendré y os tiraré de los pies” Jajajaja, estas cosas me hacían gracia y me reía, después cuando estuvo tan malita, me hacían menos gracia pero le seguía la broma.
...pero prosigo. Cogimos nuestras flores, serían las diez de la mañana y por entonces tenía a mi hija con catorce meses, así que la preparé y la puse en su carrito y nos dispusimos a hacer el recorrido que de paso nos serviría de paseo matutino, ya que tendríamos que recorrer aproximadamente unos dos kilómetros hasta llegar a nuestro destino, que no era ni más ni menos, que el cementerio de nuestra ciudad.
El paseo resultó agradable ya que a mediados de septiembre en Andalucía, todavía se goza de unas mañanas bastante apetecibles y reconfortantes a la hora de llevar a cabo un paseito.
Cuando llegamos al lugar, depositamos las flores en los floreros esos tan ridículos, nos quedamos un ratito pequeño meditando y rezando y nos dispusimos a regresar a casa de la misma forma que habíamos llegado, puesto que teníamos que proseguir nuestras tareas. Mi hermana debía ir al negocio familiar y ayudar a nuestro padre y yo, dejar todo dispuesto para ir a la tarde a trabajar en el curro que por entonces tenía, así que no nos podíamos entretener demasiado. Lo que nunca nos imaginamos fue la sorpresa que nos tenía preparado el destino, la suerte o el señor encargado del cementerio. Parece ser que este señor (que en paz descanse, sea todo dicho de paso y nunca mejor ocasión y momento, por el lugar y el hecho que nos ocupa), pues como decía, este señor nos contó a otro día que tenía acostumbrado al personal que por allí pasaba (el personal viviente por supuesto), que le buscaran y le dijeran que estaban por allí, así de paso se ganaba unas propinas, jejejeje.... Nosotras muy jóvenes, ingenuas y no acostumbradas a estos menesteres, entramos y supusimos que un recinto público tenía un horario establecido y que se respetaba y ni por un solo instante, nos pasó por la chorlita que este señor si le apetecía, cogía sus llaves, cerraba el recinto y se iba a hacer otras labores que no quiso explicar cuales eran, pero que todos nos imaginamos que podían ser, y.....¡Ohhhhhhh sorpresa, la puerta de la entrada está cerrada! Y mientras las dos palurdas nos reponemos, nuestros ojos se abren como platos, la boca se queda en un ¡OHHHHHHHH! Y mirando hacía arriba, la puerta, cancela, verja o como queramos llamarle, ese día parecía inmensa y altísima, vamos como si hubiésemos tomado la pócima de Alicia en el País de las Maravillas y hubiéramos empequeñecido, pero yo saliendo al paso y haciendo acopio de hermana mayor valerosa y que no se amilana por naica, jajajajajaja (era la mayor de las tres que por allí andábamos, los demás seguían recostados en sus habitáculos), me dispuse muy diligente a recorrer el cementerio y a salvar la situación cual heroína de cuento, así que me armé de valor y empecé a recorrer el recinto y a ver para empezar si por allí andaba alguien más, si había alguna otra puerta que fuera accesible (ahora si la hay y da a una carretera bastante concurrida, entonces era tapia, porque todo estaba rodeado de tapias y daban al campo, a un inmenso campo que había estado sembrado de trigo hasta el mes anterior y que había sido recogido unos días antes y por lo tanto, con campesinos que de haber estado allí me hubieran solucionado el problema, pero ese día como digo, estaba cubierto de paja, de una dorada y reluciente paja que brillaba espléndida a la luz del sol mañanero.
Y usted Sr. Aquilino se preguntará porqué sé que había estado sembrado de trigo y en ese momento estaba cubierto de paja. Pues verá le cuento. Como no encontré ningún ser viviente, recorrí una calle, otra, otra y muchas más de aquellas floreadas y llenas de fotos que algunas incluso me resultaban conocidas y familiares y todas esas cosas que se acostumbra a poner en esos sitios, hasta terminar todas y volver al sitio de partida que era la entrada y lo que en su día había sido capilla (ahora es jardín) y el señor gracioso que nos había dejado allí, utilizaba como almacén de herramientas (picos, palas, carro, escaleras, cemento...) y por supuesto, en esta ocasión no estaba la puerta cerrada ya que los pobres difuntos no acostumbran a coger herramientas ni por hacer una broma. Por lo pronto, revisé todo lo que allí había y me programé. En primer lugar cogí una escalera de hierro, la más larga que por cierto ¡pesaba más que un muerto!, y me pasé por donde había dejado a la acongojada de mi hermana entreteniendo a su sobrinita que ya se había percatado (ella siempre tan espabilada), que algo no pululaba.
-Mary – le dije. Voy a ver si por alguna tapia me puedo saltar afuera o le puedo dar la vuelta a la escalera y me bajo para salir a pedir ayuda. ¡Ya he dicho que por entonces era bastante ingenua y además, había visto muchas películas donde el prota, coge la escalera cual pluma, la lanza hacía fuera y queda justa para que las piernas te lleguen sin mucho esfuerzo y te bajes sin más, salgas campo través, llegues a la civilización, cuentes tu problema al primer municipal de turno y todo resuelto! Pero ingenua de mí, cuando llegué a la primera tapia, en el último peldaño (ya dije antes que la escalera era grande y alta), me pongo de puntillas y oteo el horizonte, pero ¡Dios mío, sólo se ve campo! Me voy para otro lado a ver si es más fácil, todo esto sudando como un pollo con mi escalera acuestas y la vuelvo a apontocar en otra tapia. Esta vez consigo encaramarme al filo de la tapia, pero ¡ohhhhhhhhhhh cielo, la profundidad al otro lado es inmensa, ni sueñes pobre infeliz intentarlo! Me voy más para allá, quizá ahí sea más fácil y pueda dar la vuelta a la escalera, así que la vuelvo a apontocar, subo, me encaramo, me monto cual caballo fuera e intento aupar la escalera ¡ya dije que pesaba más que un muerto!, y no puedo auparla del suelo más de dos escasos metros, así que una vez más desistí de este intento, pero seguro que por la tapia más cercana a la puerta de entrada, incluso podría saltar desde arriba.

Como me ha resultado muy larga esta narración, prometo terminarla en unos días. así que....

CONTINUARÁ.....

NANI. NOVIEMBRE 2007.

martes, 27 de noviembre de 2007

EL BANDONEONÍSTA



El bulevar está frío y solitario. El bandoneón suena triste y apagado, como si el vaho que desprende su dueño, se incrustara y humedeciera las notas antes de salir al espacio. Mira al músico y nota que no solo es el frío, sino su estado de ánimo. En la gorra sobre el suelo, tan solo dos monedas de escaso valor y en el rostro, el ocaso. Ya las puestas del sol no dicen nada, ni los trinos de los pájaros, ni el aroma de jazmín, ni el renacer de los naranjos. Le observa desde el otro extremo y recuerda como puede cambiar de la noche a la mañana, la vida de una persona y en este caso, una persona buena.
Llegó de lejanas tierras, fue aplaudido y agasajado. Le acompañó todo el “glamour” de la época y vivió como corresponde a un privilegiado. Conoció el éxito, la felicidad y la dulzura de la vida. Pero también se rodeó de hipocresía, de envidia y de dolor.
Cuando lo tenía todo y a todos complacía, le sedujo aquel malvado que por amigo se decía. Sembró con gran éxito la envidia y todo empezó a torcerse.
En primer lugar le acompañó en las giras. Era un verdadero potentado con los instrumentos musicales y con las partituras. Se hizo indispensable para el bandoneonísta que a la hora de componer, siempre lo quería a su lado con el fin de que escribiera sobre el papel, las notas que a él le surgían del alma.
Esto fue lo que más envidió del músico, era capaz de improvisar, de componer los más bellos compases, las melodías más acordes y hacer en un momento, el más bello vals, la más bonita milonga o incluso el tango más sensual, pero aún envidiaba, como hacía estremecer y embaucar al público con solo dejar caer los primeros acordes de cualquiera de sus piezas musicales.
La gran amistad que el músico creía les unía, fue el acicate para sentirse confiado y hacer partícipe al que creía su amigo, de todos sus sentimientos y emociones.
El músico aprendió en las calles junto a su padre y nunca supo plasmar una sola nota sobre el pentagrama y de eso se valió, el que se dijo su “amigo” que en verdad, poseía las mejores dotes musicales, adquiridos en los conservatorios más prestigiosos del país, pero que a lo largo de su vida, no le sirvieron para componer un solo acorde, no soportando la gran sensibilidad y dulzura que desprendía el músico y además, con la mayor naturalidad. Este hecho le corroía por dentro sembrando la envidia y todo lo más ruin que puede albergar un ser ambicioso y cobarde. Nunca supo dar gracias a la vida por haberle permitido unos estudios, un talento casi sobrehumano para traspasar a las partituras y a determinados instrumentos, todas las emociones provocadas en otro ser, como podía ser una bella puesta de sol, el olor del azahar o el trino de un pájaro. Fue frío y calculador. Se sirvió del prestigio de un concertista ya consagrado, de lo imprescindible que resultó ser, del cariño, la lealtad y el respeto que un amigo profesa, hasta hacerse el dueño de situaciones, partituras, seres queridos, incluyendo fortuna y fama.
El músico siempre fue un ser sencillo, con una sensibilidad asombrosa, esplendido con sus seres queridos y amigos y tan solo le preocupó en la vida, que todo el ser que estuviera a su lado disfrutara de la vida, como él lo hacía cuando tocaba el bandoneón, cuando compartía una cena con su familia o en la tertulia de los jueves con los amigos. Nunca le importó la fortuna, que llegó a poseer, (de ese menester se ocupaban otras personas). Para él, ese hecho fue circunstancial y agradecía en el fondo de su ser, que las penalidades económicas se hubieran terminado, sabiendo que sus familiares no tenían carencias como las que padeció en su infancia. Pero eso pertenecía al pasado y hoy, lo que importaba era el presente.
El presente lo vivió tan plenamente, que no pudo por un momento sospechar la jugada que un buen día le tenía reservada la vida.
Su amigo, ese ser que fue imprescindible, supo aprovechar la ocasión que le brindaba su ambición y se apoderó de toda la fama y creatividad del músico. Se benefició de todo lo que este poseyó y hoy tocaba en el bulevar sin poder comprender que había sucedido, donde estaba esa persona que creyó conocer, esos seres que creía le querían e incluso, se preguntaba mientras tocaba y miraba el dinero de la gorra, si todo lo que recordaba había sido un sueño y nunca sucedió.
Eso se preguntaba mientras el vaho le helaba el alma y las notas lloraban haciendo estremecer a todo el que le observaba, le escuchaba y se acercaba a dejar caer una moneda, desde cualquier punto del bulevar.

NANI. Noviembre 2007.

jueves, 22 de noviembre de 2007

RECOGIENDO POEMAS

PARA MARIAPAN, (para que vea que la madurez no es tan mala si se sabe disfrutar y aprovechar lo que se aprende día a día).

Me he pasado el día
recogiendo poemas por los pasillos.
Los tenía derramados,
igual que la gelatina en la cocina.
Intento meterlos en sus carpetas,
pero han crecido,
como si les hubiera puesto levadura
y no me cupieran.
¿Habrán madurado – me pregunto,
o se habrán revelado?.
¿Será que les ha gustado vivir libres,
y no quieren volver a quedar enlatados?.
Ahora son ellos,
los que a mi me dominan,
me apasionan
y me derrotan.
Son ellos,
los que a mi me ilusionan,
me conducen
y me dan la vida.
Por los pasillos,
he recogiendo poemas,
para ir juntos,
por los caminos y por las veredas.
Si, cansados,
pero a una.
Si, enfadados a ratos,
pero a una.
Si, muy tristes a veces,
pero a una.
Porque de lo contrario,
cogeré algún día la escoba,
y no respondo de lo que barrería.
NANI. NOVIEMBRE 2007.












sábado, 17 de noviembre de 2007

SÓLO SABÍA FREGAR....

Está limpiando las escaleras como siempre. No se puede dormir en los laureles, porque antes del medio día deberá haber acabado la limpieza del bloque de enfrente y el de la calle Blás Infante, nº7.
Se escucha a toda pastilla en el 1º principal, como siempre desde que salió al mercado, la canción de Juan Manuel Serrat, "Princesa". Ni a cosa hecha, vamos, igual que si hubiera estado en su pellejo, como si hubiera conocido su vida el cantante. Su hija tampoco se incó de rodillas, ni fregó un solo suelo. Gracías a Dios, estudió y no le faltó de nada. Bueno, si le faltó el calor de un padre, unas Navidades en familia, el regalo de Reyes de los abuelos y ella..., ella no la pudo cuidar en sus resfriados ni cuando pasó la varicela. Tan solo lo hizo, cuando las monjas la llamaron al pasar el sarampión, ¡estuvo tan malita, cómo la reclamaba en su delirio febril!
En las pequeñas vacaciones que conseguian disfrutar, sí que gozaron, pero que esfuerzo costaba. Tenía que pagarle a una compañera para que le hiciera el trabajo y cuando se hizo mayor..., le avergonzaba ir de vacaciones con una madre, que tan solo sabía fregar, limpiar. Limpiar, fregar. Fregar y vuelta a empezar.
Ahora vive en el estranjero. Su marido es ingeniero y ella traductora de inglés, alemán, sueco y se defiende bastante bien con el francés e italiano. ¡Qué orgullosa está de ella! pero..., ¿y su hija, estaba orgullosa de su madre?. Unas lágrimas se mezclan con el agua de fregar el suelo. Mientras tanto, se sigue escuchando los versos de Juan Manuel Serrat: "No princesa, tú no, tú eres distinta, no eres como las demás chicas del barrio, así los hombres te miran..."
Se sentía cansada y tenía ganas de que llegara la jubilación, para poder tener tiempo y hacer vestiditos y rebequitas para su nieta, pero..., ¿adonde los enviaría?, la última vez que habló con ella, le dijo que se mudaban y el paquete de Navidad se lo devolvieron. Seguía con su tarea y pensó que la próxima vez, le pediría a los señores del 1º principal, que no pusieran más esa canción. No les importaría, la apreciaban. Esa canción le recordaba demasiadas cosas y la ponía tan triste, que casi no lo soportaba.
Ese día llegó a su casa más cansada aún. Abrió el buzón por inercia, siempre lo hacía..
¡Hay carta, el matasellos el de Montevideo. Tiene que ser de ella!
Las sienes le van a estallar y le cuesta abrir el sobre. Dentro hay un pasaje de avión, con una nota escrita a toda prisa que dice: "Mamá, recoge tan solo lo más preciso. Te necesito, por favor perdóname. Tenemos que recuperar el tiempo perdido. Te esperamos. La niña llama a su abuela desde que vió tu foto. Te quiero, te quiero. He sido la persona más idiota del mundo. Te queremos con nosotros, por favor, por favor. Perdona a esta imbecil que un día diste a luz, y que hoy se da cuenta, que el la hija más afortunada del mundo".
nani. noviembre 2007

lunes, 12 de noviembre de 2007

CÓMO DECIRLES QUE.....


Con dificultad se asoma a la ventana. La torpeza es algo natural a sus ochenta y seis años y más, desde que sufrió aquella caída y se rompió la cadera.
Está amaneciendo. Lleva tantos meses durmiendo mal y necesitando ver el renacer del día, con el sol asomando entre las antenas, las tejas y chimeneas o eso que se les parece y que llaman respiraderos, en estas grandes ciudades. Que distinto era allí en el campo, donde ella creció y crió a sus tres hijos junto a aquel hombre rudo, arrugado por el sol pero tan tierno cuando se quedaban a solas. Esto nadie lo hubiera entendido. Todos creían que era un hombre demasiado tosco, demasiado basto, demasiado triste. Algo así, como aquellas manos duras y acostumbradas a coger el arado, la azada, la soga de esparto con la que ataba los serones a los mulos. Lo que nadie podía imaginar, es que aquella fuerza física y toda esa rudeza, se convertía en la dulzura y suavidad más tierna. Que el amanecer le recordaba aquellos ojos azules tan dulces, que le hacían estremecer y sentirse más cerca de él, anhelando cada vez con más fuerza, estar cuanto antes a su lado. Sus hijos nunca entenderían cuanto le echaba de menos y que por eso, necesitaba abrir esa ventana por mucho frío que entrara. Tampoco entenderían, por que la sorprendían con los brazos extendidos hacía fuera, como queriendo asirse a algo imaginario. Ni entenderían, que se quedara dormida en la antigua mecedora donde les amamantó y les contaba aquellos cuentos de la vieja aldea. No podrían entender esos tres hijos, que necesitaba sentirse cerca de la naturaleza, que necesitaba el aire fresco. Que precisaba abrir su corazón a los recuerdos, que necesitaba el beso que él le enviaba con aquel primer rayo de sol caliente, cuando se posaba en su mejilla, sintiendo el mismo estremecimiento que en su día le produjeron los dedos de él, cuando le penetraban por su nuca y se enredaban en su corto pelo. No entenderían por que la sorprendían con los ojos húmedos aún explicándoles que no era tristeza. Como decirles que era emoción, la misma que le hizo temblar aquel día que pudieron distraer y despistar a la carabina que les asignaba su madre, cuando fueron al baile que se hacía en la era, cada catorce de agosto. Cómo decirles, que le seguía queriendo igual que el primer día y que le buscaba a cada instante, con más pasión y más deseo.
Sólo entendieron, aquella mañana cuando le llevaron el desayuno y sonreía llena de paz.


nani. noviembre 2007.

jueves, 8 de noviembre de 2007

NUEVAS OPORTUNIDADES


Había decidido aceptar la invitación de Jorge. Llevaban trabajando en el mismo departamento, alrededor de tres años y nunca le había dado la oportunidad.
El insistía para quedar después del trabajo algún que otro día o para comer un fin de semana. No quería darle esperanzas. Aún recordaba su última y única experiencia. Lo pasó muy mal. Fue su primer amor el chico con el que salió del instituto, empezó en la universidad y continuó hasta que juntos opositaron.
Cuando este consiguió trabajo en otra ciudad, la relación por parte de él se había enfriado. Las llamadas eran más esporádicas. Si era ella la que le llamaba, el móvil o estaba desconectado o bien, había reunión con el consejo de dirección. Había subido como la espuma. Tenía un puesto importante y empezó a demostrarle que ya no la necesitaba. El presentimiento que en su momento tuvo, se fue confirmando día a día, hasta que pasados unos meses y al abrir el correo electrónico, una punzada le atravesó el pecho al encontrar en la bandeja de entrada su dirección. Nunca le había enviado un mail. Nunca lo había hecho y al verle allí impreso, no necesitó abrirlo para adivinar lo que diría. Aún así y casi por inercia, su dedo índice pulsó el botón izquierdo del ratón, para que la flecha posada sobre su dirección, se clavara en la herida sangrante y acabara partiéndose en cachitos, aquel amor que tan feliz les había hecho en otros tiempos.
“Marisa, se que ya has adivinado lo que voy a decir. Siento mucho que todo haya acabado. Hubiera ido a verte, pero no tengo valor. Se que no tengo perdón. Vivo con otra persona y no he podido decírtelo. Olvídame si puedes. Te ruego que me odies, solo así podrás olvidar el dolor que te causo, no merezco otra cosa. No he sabido hacerlo de otra manera. Quiero que sepas, que fue bonito, muy bonito mientras duró”
Carlos”.
Así termino el mail. No derramó ni una sola lágrima. Se levantó de la mesa donde estaba el ordenador, se acercó a la ventana y allí se quedó. Afuera llovía y se palpaba una mañana fría y desapacible.
Llueve detrás de los cristales, -se escuchó a si misma decir-, igual que llueve en mi corazón. Una lluvia amarga, que me impide derramar una lágrima y que por el contrario, me causa un dolor punzante, agudo, Tan agudo, que parece que en el estómago, tenga un nudo que me estrangula la vida.
Al cabo de un rato y de observar la lluvia casi sin ver, vuelve al ordenador, posa su mano sobre el ratón, elimina el mail que hay sobre impresionado en la pantalla, solicita los contactos y como una autómata, selecciona la dirección tan querida en otro momento y sin más, la elimina.
Transcurre algún tiempo y con gran esfuerzo por su parte, deja de sentir ese miedo absurdo cuando abre el correo electrónico. Creyó que bastaba con eliminarle de aquel aparato, y no fue así.
Pero hoy, al volver a mirar por la ventana y ver un sol resplandeciente, un rayito de esperanza se posa sobre su alma. La vida proseguía, -pensó-, no todo iba a ser tan frío y triste como en la época pasada. Al menos, el sol que le rozaba la cara, calentaba. ¡Incluso podría aceptar una invitación!


nani. noviembre 2007