Ayer vino mi hijo todo entusiasmado con dos entradas para el concierto de música clásica formado por un grupo de nueve saxofonista “Ensemble saxofonista SQUILLANTE”, al que me invitaba. Así que hoy a las 22 horas estábamos los dos sentados en nuestros asientos de palcos (ya que cuando fue a sacar las entradas, las butacas estaban agotadas) y aplaudiendo la presentación. El programa incluía lo siguiente:
“Suite Holdberg” de E. Greig.
“Fantasia” de H. Villa-Lobos.
“Concerto Grosso nº 8” de A. Corelli.
“Tocata y Fuga” de J. S. Bach.
“La Boda de Luís Alonso” de G. Gimenez.
La presentación ha corrido a cargo de uno de los nueve elegantes jóvenes (el que de todos ellos hablaba castellano), instrumentos en manos que según ha explicado, se trataba de saxofón soprano, barítono, alto, tenor y bajo alguno de ellos repetido (de estos instrumentos entiendo muy poquito, ¡con decir que creía que todos los saxofones eran como el que tenía al payaso del circo al que iba de niña y no había más!).
Pero bueno, vayamos a lo que nos interesa. Estoy sentada toda atenta pero con algo de calor. Abro mi bolso para buscar mi abanico y me llevo un susto de mil pares de narices. Tropiezo con algo tibio y tierno. ¡Me ha faltado “el canto de un pelo” para soltar un alarido que hubiera temblado el teatro, el personal, los asistentes al concierto y los músicos, al unísono! Cuando consigo sosegarme un poco y pensando que dentro de mi bolso hay un ratón o algo parecido, sale una carita pequeña de entre el pañuelo y el abanico, con el dedo delante de la boca mandándome callar: ¡Sifffff!, y si no me ha dado un yuyu, seguro que no me da nunca (sé que esto lo he dicho más veces, pero ¿que queréis? ¡Ya debería estar acostumbrada a estos sustos, pero lo que no es normal, no lo es, que carajo! ¡No es normal que de mi bolso y en un concierto, salga un dios menor mandándome callar encima de todo¡ y claro, en este sitio se supone que todo el mundo debe estar atento escuchando y en silencio, así que toda indignada y con mi voz lo más tenue que he sabido hacerlo, le he preguntado que qué demonios hacía dentro de mi bolso y el jodio poniendo esa cara de no haber roto un plato en su vida, me contesta: “Casi nada, ayer escuchamos que os veníais al concierto y a nosotros también nos apetece”
¿Qué os apeteceeee? – aquí el tono de mi voz se eleva un poco y cuando me doy cuenta, miro a derecha y a izquierda-, ¿entonces estáis todos aquí?
Mi hijo que me ve toda sofocada, me hace señas para que le diga que me pasa.
Yo por supuesto no quiero decir nada, ¡era lo que faltaba!
Me levanto y le digo que tengo que ir al servicio. Cojo el bolso y el revoltoso que el otro día se hizo la cresta (¡ya sabéis!), casi se sale. Se escucha un murmullo y es que parece discuten a ver quién sale después. Ya en el pasillo, meto mi cara dentro del bolso, no sin antes asegurarme de que no me ve nadie y empiezo a hacer preguntas incoherentes, porque estoy fuera de mí.
Al que le gusta meterse entre mi pelo, de un salto lo tengo dándome masajes, ¡para masajes está la Nani en este momento!, y le grito ordenando se baje de mi cabeza. Lo hace escalando por mi oreja y cuando llega a esta, me dice muy flojito: “¡no seas mala mama-nani, si solo hemos querido estar en el concierto, no hemos estado nunca en uno, danos permiso, nos estaremos quietecitos y no nos verá nadie, mira yo me meto en el bolsillo de tu camisa, y el resto entre tu pelo, sentados en esos pendientes que tienes tan chulos y en el escote, ya sabes que cuando queremos no estamos muy quietecitos!, y lechugas ¡me convencieron de nuevo!, y haya que vuelvo repleta de dioses menores por tos laos, ¡esto es la leche en tetrabrik! –pienso.
En fin, que de nuevo estos dioses están haciendo de las suyas y la cosa no se quedó ahí. Más o menos se han comportado durante todo el concierto, pero al terminar “La Boda de Luís Alonso” se han puesto a aplaudir y a gritar ¡”Bravo, bravo!” y las personas que había a mi lado me han mirado como si fuera un bicho raro y además habrán creído que tengo voz de pito. Eso es lo que menos me importa, pero no me da tan igual que crean soy una mal educada y que no me sé comportar.
En fin que en esas estamos, la gente aplaudiendo para que los músicos vuelvan a salir al escenario y de paso interpreten otra obra. Salen todo sonrientes y dispuestos a interpretar un pasodoble, “El Gato Montés” y ya el teatro se caía, somos españoles y andaluces, así que los pasodobles son nuestro fuerte (había mucho público de las aldeas que para colmo les chifla y familiares de uno de los concertistas, así que el teatro se venía abajo), pero la odisea no termina ahí. Los dioses menores todo entusiasmados y aplaudiendo se salen de sus escondites y de un salto uno de ellos, pasa de un sitio a otro hasta llegar al lateral más próximo al escenario y lo veo (no sé como las arreglan) metiendo su cabeza en el pabellón del barítono (que susto, creí que se metía para adentro), mientras se tapaba los iodos con las dos manos, estuvo a puntito de desaparecer dentro o fuera por el golpe de sonido y viento que salía al impulso del músico. ¡Menos mal, que todo el mundo estaba pendiente del grupo en general y el músico embebido en las notas que debían salir de sus pulmones, que de lo contrario, se podría haber formado la hecatombe si los descubren!, … y como parece que se dio cuenta del peligro que corría, del enfado que llegaría a coger mama-nani y de lo que podía esperar, se dio media vuelta y volvió por donde había saltado (¡que agilidad puñeta!) y sin más (bueno con carita de borreguito degollado), volvió a meterse entre mi pelo y para cuando terminó el pasodoble, todos estaban aplaudiendo pero de forma que tan solo era yo la que notaba dichos aplausos.
Salimos a los pasillos, comento lo bonito que ha estado todo con los amigos de mi hijo y sus padres que estaban al lado nuestro (un poco rara, por el susto que tengo a que los descubran), paso un momento al servicio y no tengo que decir nada, los ocho dioses se meten en el bolso, salgo (pensarán todos que tengo una incontinencia de las peores) y saludo a todos los conocidos.
Me despido de todos incluido mi hijo que va a ir a tomarse una cervecita y yo me dirijo a la casa, con una larga perorata dada a mi bolso (menos mal que vuelvo en el coche), de lo contrario me hubieran cogido y me llevan a ponerme la camisa de fuerza.
Los dioses menores se han limitado a asomar sus cabecitas y a pedir perdón. Son unos joíos y saben como derretirme, al final los he mandado a dormir a la terraza (ellos encantados, ¡hace más fresquito!) y yo me he puesto a leer un ratito hasta la hora de dormir.
¡A pesar de todo -pienso -, he disfrutado un concierto con gente muy popular en toda Europa!
¡Como veis queridos amigos, estos dioses menores me la hacen si no a la entrada es a la salida! No hay día que no tenga que pelear un poquito con ellos, pero a pesar de todo los quiero, eso os lo digo a vosotros, a ellos no se lo puedo decir porque sé que lo saben y si me ablando, ¡la cosa no tendría arreglo!
Tengo que dar las gracias a Miriam por el premio concedido “PREMIO ALAS DEL ARTE”. Muchísimas gracias guapa. A la vitrina de trofeos va directo.
Nani. Agosto 2008.