Aquella chica que estaba desvelada y no podía dormir, después de dar tumbos y más tumbos en la cama, decidió ir a la librería del despacho de su padre y coger un libro para pasar al menos, la noche de forma menos solitaria y algo más amena.
Mientras bajaba la escalinata de mármol blanco que separaba los dormitorios de la planta baja, pensaba en lo que hubiera dicho su padre al descubrirla en condiciones normales, ahora todo era distinto y nada resultaba normal.
Sí, de pequeña más de una vez leyó sus cuentos y sus cómics en aquel despacho junto a su padre, pero cuando empezó a crecer y a rechazar los consejos de su progenitor, también dejó de pasar aquellos deliciosos ratos que le proporcionaba la lectura, el cariño bonachón de aquel hombre afable y a creer que todo aquello era una gran perdida de tiempo. La razón nunca supo precisar cual era, pero su adolescencia y la compañía de aquella pandilla, no la llevó por caminos de rosas y hoy, a sus veinte años es lo que la mantiene desvelada y con los nervios a flor de piel. En el fondo piensa que si se encontrara por la escalera a su padre, o si se decidiera a contarle sus problemas dejando su amor propio en el bolsillo, todo sería distinto e incluso se acabarían todos o casi todos sus problemas.
Sí - pensaba-, algunos problemas se terminarían pero otros ya no tenían solución, como la perdida de tiempo, los fracasados intentos de estudiar las tres carreras empezadas y todas dejadas a los pocos meses de su comienzo y tantos días sin aparecer por casa y no decir donde se encontraba. Ahora pensaba que todo lo sucedido y aquella rebeldía fueron una verdadera equivocación. Las preocupaciones ocasionadas a su familia, la perdida de la amiga de la infancia, su fiel compañera que hasta con los ojos cerrados la hubiera seguido y de hecho la siguió hasta el fin del mundo (y en ese intento, su mundo se acabó). Los caprichos y devaneos con todos los chicos que le apeteció y que utilizó hasta que tropezó con el que la utilizó a ella. Y fue ahí, en ese mismo instante en el que se dio cuenta y todo su mundo se vino abajo acabando metida en una cárcel de Nicaragua, por traficante. Le había pedido que fuera ella primero y después de dos días allí se reunirían. Más tarde supo que nunca tuvo intención de ir con ella. Luego se dio cuenta que fue él, el que hizo lo mismo que ella hacía con otros y al final, tuvo que llamar a aquel bonachón padre que siempre le secó las lágrimas con besos y cariño y mientras sigue bajando las escaleras, sabe que ha perdido parte de su vida. Sabe que a pesar de sus recién cumplidos veinte años, se siente vieja, arrugada y hecha añicos como la taza de porcelana que se le calló de las manos cuando tenía cinco años.
Ahora sabe que después de haber pasado un año en aquella cárcel horrorosa, que su familia haya quedado casi arruinada por sacarla de aquella miseria y que tampoco recuperará a su amiga Marta, no solo sabe, sino que está segura que todo ha cambiado y que la vida que le espera, estará acompañada de noches en blanco, escaleras blancas camino del despacho para buscar algún calor en esa habitación y puede que al empujar la puerta, algún día encuentre al ser afable que siempre la ha querido.
Hoy al empujar la puerta, daría media vida por encontrar a su padre sentado en su sillón de piel marrón.
Nani. Septiembre 2008.