Y claro, ya en la calle y de camino a casa, he vuelto a meter la nariz en el bolso y les pregunto: ¿Quién puñetas os ha mandado meteros en el bolso y venir conmigo? A lo que contesta el que más cerca tengo: “Bueno ejmmm, como mientras almorzabais le comentaste a tu hijo que te ibas a tomar café, pues que…, pues que queríamos nosotros también salir un ratito y como el otro día contaste que el café te lo tomabas con un pastelito que hace tu amiga “mu riquito”, pues que nosotros también queremos y… ejemmmm, pues que…., ufff Nani, ¡no me mires así que no me gusta, que me da susto, que te pones muy fea y se te arruga la nariz y la frente y…, venga porfaaaa, la próxima vez te pedimos permiso!
- ¡Permiso, permiso, permiso!-, contesto algo más serena y ya con una casi sonrisa. ¡No puedo resistirme, son unos puñeteros y saben ablandarme! Ponen esa cara de pillastres, saltan a mi escote, al pelo y a los pendientes que al mismo tiempo les sirven de mecedero y se balancean en los que llevo de aro y… ¡ea, la Nani hecha unas natas!
Cuando hemos recorrido tan solo unos metros, pasamos por una tienda de chuches y como sé que todo esto lo han formado por querer comer pastel, pienso que si les doy hoy un poquito a ellos, corresponderán a la próxima, así que les pido que se refugien y entro con ellos al establecimiento.
Hay un montón de niños con sus mamis comprando chiles, pipas de girasol y gominolas.
Una vocecita en mi oído me chiva algo así como: “¡Porfa, unas nubecitas de fresa, regalí y gominolas de mora, porfi, porfi!!!
…y, ¿el último por pavor?, -digo dirigiéndome a la inmensa cola.
¡Sí, tengo que hacer cola!, acabo de entrar en la tienda de chuches que hay en el mismo parque y además al lado del colegio infantil, así que está abarrotado porque es la hora de salida del horario de tarde.
Mientras que llega mi turno no puedo estarme quieta, ¡pensarán todos que tengo el “mal de san Vitor” o algo parecido. Pero no puedo estar relajada porque estos diocesillos están saltando de alegría al ver que les voy a comprar chucherías. Pero claro, el que tengo en la cabeza entre mi pelo me hace cosquillas así como el que se ha metido en mi escote. El que se mecía en mi pendiente ha saltado dentro del oído y me susurra algo que no logro entender, ya que lo que ha conseguido es que me pique tanto que por inercia casi lo espachurro al ir a meter mi dedo índice que se ha quedado a medio camino al escuchar un: ¡ALTOOOOOOOOOO!, tan alto que por pocas me deja sorda y es que el pobre se veía todo estrujado en mi pabellón auditivo, pero ¡puñeta, con los susurritos yo solo tenia un picorcito insoportable!
Evitado el accidente, intento aguantar las cosquillas y a estas, escucho a mis espaldas: “¡Señora si se está haciendo pipí (lógico que piense eso la pobre señora), a la izquierda hay un servicio, yo acabo de salir con mi niña que no aguantaría hasta llegar a casa!”. Le doy las gracias por la amabilidad, ruego me guarde la vez y me dirijo a dicho servicio en picado. Entro y sin poderme contener, grito: “¡Por favor!, ¿no podéis quedaros quietos? casi con el fin de mi grito, se escucha la voz de un niño que procede del waters y que solloza y grita a su vez: “¡Mamiiiiiiii ven, que hay aquí una bruja que chilla!”
¡Encima me llaman bruja -vuelvo a decir-, si nunca he pisado una hormiga!
Volviendo a gritar ahora para adentro y con la boca apretada: ¡Como tengáis la dicha de ponerme otra vez en evidencia, cuando lleguemos a casa os vais a la cama sin cenar y además os pasáis un mes solos en el desván, sin las chucherías prometidas y a pan y agua, he dichoooo!
¡Medicina santa, todos en silencio y quietos como si no estuvieran! Salgo y por pocas pierdo mi vez. La señora pretende contarme que su hija lleva un chichón porque un niño se ha pegado con ella, se ve que tiene ganas de charlar, pero con una escusa hago mi pedido y salgo a todo trapo del establecimiento.
que tropiezo con un chico que lleva la cara tapada con una torre de regalos, que de paso van todos al suelo. Yo pierdo el equilibrio y voy a parar de boca a un charco, que en ese momento me parece la piscina olímpica al recordar a mis amiguitos caídos en el agua. Les llamo, los busco y me faltan tres.
Por fin, tengo a mis tres amigos subidos en la palma de mi mano y empapados. Busco mi paquete de clínex, saco unos cuantos y les meto en el bolso pidiendo que se desnuden y se sequen para que no vayan a coger un catarro. Intento hacer todo de forma discreta porque ya todo es bastante anormal y las personas que me han ayudado a levantarme del charco, se han ido cuchicheando al ver que quería despacharles enseguida, pero es que ya todo se pasa de castaño oscuro y entiendo que es un poco raro hablarle al bolso y buscar cosas invisibles en el agua, ¡No, no es nada normal y es de lógica que piense que estoy más “pallá que pacá”l!
Apresuro el paso, llego a casa y me voy directa al baño. Dejo caer el agua caliente en el lavabo y les ordeno que se bañen antes de cenar. No han dicho ni “muuu”, ¡saben bien cuando Nani está que muerde!, pero cuando me doy media vuelta, los tengo apostando a ver quién llega antes nadando al otro extremo del lavabo. Lo que ellos no sospechan es que me encanta verles hacer deporte, ¡son unos atletas en toda regla y también sé que deben hacer ejercicio, así que no me importa que de paso se entrenen! Me hago la distraída ordenando la repisa y cuando lo creo conveniente les ordeno que se sequen y se pongan los pijamas. Se meten en los bolsillos de mi bata muy sumisos y nos dirigimos a la cocina.
Saben que hoy hay ensalada de lombarda (les gusta más la de lechuga y tomate), pero también saben que como rechisten se van a la cama sin nube y ninguna gominola y todo educados y atentos, se toman su ración y cuando terminan, van todos juntos y se asoman por detrás del servilletero que les hace las veces de balcón y a una comienzan a cantar: “Asómate y asómate al balcón carita de azucena”.
Jajajajaja, -no puedo evitar reírme y decir: “¿Pero no sería yo entonces la que tendría que estar asomada al balcón? ¡Sois los más zalameros que hay encima de la tierra, vamos a repartir las chuches que se nos va la noche y mañana toca el despertador a la hora de costumbre!
Antes de que termine, los tengo a todos encima y me besan en las orejas (con el consiguiente cosquilleo), en el pelo haciéndome masajes y el resto se meten en mi escote, porque dicen que me dan besitos más cerca del corazón, así que con este panorama me los llevo a sus camitas y les dejo con unas “¡Buenas noches y hasta mañana!”, pensando en el fondo, que no está mal tener una compañía semejante. ¡La verdad es que no me puedo quejar, todas las noches me voy a la cama con una sonrisa y eso es algo que debo agradecer a la vida!