Imagen cogida de la red
Cuando
comencé a vivir en esta ciudad eché de menos la biblioteca pública y la
librería donde iba a hacer las fotocopias. Allí mientras esperaba, miraba todos
los estantes de libros y anotaba los títulos. Luego llegaba a la biblioteca y los
pedía para tragarlos como una leona. En donde resido ahora me costó no devorar
libro tras libro. No disponía de sueldo para adquirir mis favoritos y la
biblioteca me cogía lejos, pero desde que vivo con más disposición, estoy yendo
a la librería de la calle Romero de Torres. Ha sido mi gran descubrimiento en
esta ciudad. Me llamó la atención su fachada de madera siempre pulcra y
señorial y dentro encontré un verdadero museo. Me contó el dueño que fue su abuelo
el que la fundó. Es una delicia husmear entre las vitrinas y hojear tomos
de valor incalculable, así como algunos de segunda mano que me vuelven loca. Me
pregunto si algún día podré comprar un libro que perteneció a la gran
Salamandra con dedicatoria de puño y letra de
Strabosky. Es mi sueño y sé que lo conseguiré. Cuando algo se desea de
verdad, hay que intentar alcanzarlo.
Nani.
Mayo 2016