Aprovechando
que ahora tengo tiempo, me he puesto a ordenar las fotos en papel que las tengo
mangas por hombro. Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y tenían fiebre,
la única cosa que los mantenía en cama y en calma un buen rato, era la caja y
los álbumes de fotos de la familia. Al final todas terminaron dentro de la caja
y ahí han seguido casi dos décadas, todas juntitas haciéndose compañía. Me
acabo de tropezar con la de la tía Obdulia y su vecina Carmencita. Contaba mamá
que salían con sus muñecas subidas en los cochecitos y cuando se les antojaba,
pasaban de casa en casa invitando a los vecinos a pasar por casa de la primera en
determinada fecha, para que las acompañaran a la celebración del bautizo de los
muñecos. A este acontecimiento se sumaban el resto de chiquillería. Las niñas
cada una con su muñeco y los chicos, como acompañantes y padrinos de los que
iban a ser bautizados. La mayor de las veces, el mismo muñeco repetía bautismo,
pero lo que en realidad importaba era el acontecimiento. Se movilizaba a las
abuelas que se sumaban a hacer el atuendo en crochet del nuevo bautizado y así,
todos podían estrenar todo a juego (gorrito, patucos y faldón). Los abuelos iban
al tostadero de garbanzos tostados y llevaba un par de kilos de garbanzos
crudos, que en el tostadero los cambiaban por la misma cantidad pero ya
tostados. Un bautizo que se preciara, decía mamá, no podía carecer de unos
buenos platos de garbanzos tostados. Los padres colaboraban con algunas
galletas caseras de nata y algún un bizcocho o magdalenas, para que hubiera para
compartir con todos los invitados. Mamá seguía contando, que colocaban en el
patio y zaguán de la casa, una inmensa mesa a la que ponían un gran mantel y
esa tarde, había celebración con chocolate caliente, palillos fritos (esto
aportado por la casa de tía Obdulia que
era la que ponía dinamita siempre para organizar estos banquetes). Las niñas
cuando empezaba a refrescar (estos acontecimientos se organizaban normalmente
en verano), se colocaban el vestido de los domingos y los zapatos nuevos. Así
como los chicos que iban a ejercer de padrinos y cuando todos estaban preparados,
se acercaban a la parroquia y junto a la pila de agua bendita, se repetía el
formulario del bautismo que ellos mismos ejecutaban. Normalmente volvían con el
muñeco empapado pero no importaba porque con las temperaturas veraniegas, casi
por el camino se secaban del todo y si alguna vecina les decía que se iba a
resfriar el muñeco, ellas alegremente contestaban que no pasaría ya que los muñecos no se resfrían. ¡Desde luego a
descaradas nadie les ganaba! Cuando llegaban a casa, los padres y abuelos
habían organizado el banquete para los pequeños que disfrutaban con gran
entusiasmo. Mientras, los mayores se sentaban en la puerta de la casa y
organizaban una tertulia que, según seguía contando mamá, disfrutaban casi
mucho más que los niños. En el fondo todos se alegraban de estas decisiones de los niños, porque eran excusa
para poder compartir, pasar el corre, ve y dile del día en el pueblo y sobre
todo, había un motivo para reunirse con un motivo justificado. Los niños
terminaban de chocolate hasta los ojos, los vestidos de los domingos para mandarlos
a la pila y lavarlos con el jabón casero untados a conciencia, pero lo más
gracioso de todo, era que pasada la fiesta del bautizo, se buscaba en las arcas y baúles objetos inservibles
que se sacaban al aire y con ellos, se organizaban puestos en los portales de
la casas para la venta y con lo obtenido,
se reservaba y adjudicaba para el próximo bautizo o cumpleaños de los muñecos y
así, poder contribuir en los gastos de dichos acontecimientos.
Nani.
Marzo 2020