Las
curvas de la señora Durán hace que mi vista sea obscena, pero no puedo evitar
que me encandile su contoneo, sus montañas, valles y cuevas que imagino. Sus
labios eran espléndidos o así los recuerdo, ya que ahora cuando viene a la
oficina a visitar a su esposo, llega con la mascarilla impoluta y haciendo
juego con el vestido, el bolso o los zapatos, según conjunto la cubra. Como
decía, sus labios eran tan insinuantes que ahora al ir tapados, son sus ojos los
que hablan y sustituyen todo lo que decían esos labios sin pronunciar palabra.
Siempre bien maquillados y lo mismo sonríen, que piden compañía o algo más, claro
que puede que sean imaginaciones mías. Siempre me dijo el profesor de lengua,
que tenía una imaginación prodigiosa. Y hablando de imaginación, la pienso
tumbada en el sofá diciéndome con el dedo índice, que me acerque a ella y le
lleve un gin tonic bien frío y la cubra de besos y caricias.
De
pronto una mano se posa en mi hombro y casi salto en la silla, ¡Qué sobresalto,
estaba totalmente embelesado!
─
Jorge, me dice mi compañera. El señor Durán te ha llamado varias veces para que
vayas a su despacho.
─
Dios mío, ¿habré dicho algo inconveniente de su señora? Se me va el santo al
cielo pero es que sus ojos hablan.
─
¿Se puede señor Durán?
─
Pase, pase Jorge. Le quería pedir un favor. Mi señora tiene que ir a ver a su
madre que la han ingresado en el hospital del norte y yo no puedo, ya que como
sabe tengo ahora una reunión con los clientes que han llegado de China. ¿Le
importaría alargarla?
─
Ohhh… ¡Sí señor, será un placer!
Y
así fue como un servidor, Jorge Savatierra, el más imaginativo de la clase,
comenzó una bonita amistad, con la señora Durán.
Nani.
Junio 2020