─
¿Te acuerdas cuando me regalaste aquellas semillas que decías eran mágicas?
─Las
sembré en el jardín alrededor de la encina que un día trajo del sur, el abuelo José.
─Siempre
estuve pendiente de ver que crecería, pero todos los años, a lo más, eran
tréboles, hierbas y un año crecieron unos jacintos y otro, un poco de
hierbabuena.
─
La magia que me dijiste tenían aquellas semillas, no las veía. Todo lo que paría
la tierra, era muy bonito y aromático, pero mágico creo que no, o eso creí.
─Han
pasado muchos años y cuando un día miré por el balcón, vi como asomaban unas
uñas. Al otro día eran dedos y al final he visto una mano gigante que sostiene
la encina, o eso parece.
─En
ese momento recordé, que el abuelo decía que la encina sería la que sostuviera
esta familia. Que cuando la miráramos viéramos en ella, su mano amiga, su
sostén y todo el amor que nos tenía.
─Ahora
he descubierto la magia y lo que tantas veces nos quiso decir el abuelo.
─
El amor lo hemos tenido siempre, pero hemos necesitado algo visible para
entenderlo. Lo mismo ha sido fugaz o lo que queríamos ver. Igual salimos al jardín
y esa mano gigante ha desaparecido, pero lo que nunca se irá, será el amor que
nos enseñó el abuelo y la realidad que nunca fuimos capaces de apreciar.
Nani. Diciembre 2022