fotomontaje
de Mónica Carvalho (@mofart_photomontages).
Aquel
día que dije que podías pasar la noche en casa, debí de haber quedado
convertida en estatua de mármol, por pronunciar lo que en realidad no deseaba,
aun presintiendo que sería el error más grande que cometería a lo largo y ancho
de mi existencia.
Entraste
a mi cómodo recibidor, dejaste las huellas de tus pies sucios en mi felpudo, te
sentaste a mi mesa, probaste mi estofado, me acariciaste la mano y mi corazón
empezó a derretirse. Traspasabas calor a mi solitario ánimo, pero lo que nunca
me esperaba es que más tarde, cuando fuiste tú el que te calentaste en mi cama,
no quisiste salir y no era eso lo que en realidad necesitaba.
Sin
darme cuenta, te apoderaste de mi voluntad, de mi independencia y por imposición
o por dejarme llevar, tuve que comprar todas las semanas el mejor filete de
ternera, ─resultaste delicado para más inri─ y nunca más disfruté de una casa
ordenada o por lo menos, como estaba antes de que llegaras y lo peor de todo,
es que siempre supe que no debí pronunciar esa frase que una y otra vez me perdió:
«Pasa, estás en tu casa».
Nani,
enero 2024